miércoles, 10 de agosto de 2011

Capítulo 34


Desperté de un sueño ardiente y frío al mismo tiempo. Un mundo distinto, diferente al nuestro. Todo aquello que sea contrario para nosotros, allí tenía alguna rara relación. Lo más extraño de todo es que cuando estaba a punto de despertar, lo recordaba todo con precisión y detalle. Recordaba cada sentimiento y corazonada de él,  pero un blanco rayo de luz me devolvió a la realidad y me olvidé de todo. Abrí despacio los ojos, confundida del lugar donde me encontraba. Oí una suave respiración a mi lado. Noté el cálido tacto de él. Le miré y entonces me di cuenta de todo lo que amaba a ese chico. El mismo chico que me había regalado su corazón esa noche. Yo apoyada en él, agarrada a su desnudo cuerpo. Él durmiendo como un niño, mirándome con los párpados suavemente cerrados, silencioso y dulce. Su mano sobre mi cintura, mi frente delante de sus labios. Sonreí y recordé toda la noche pasada, todas las caricias, todo el amor, todos los “te quiero” dichos entre las blancas sábanas de su cama. Me sentía bien, estaba feliz por aquello. Le abracé y deseé con toda mi alma estar a su lado toda la vida. Tal vez fue demasiado fuerte aquel abrazo, ya que respiró profundamente y se movió ligeramente. Escondí mi cabeza sobre su pecho, en un intento de que no se despertara. Unos segundos después me dio un beso en la frente y volvió el silencio. Pensé que había funcionado y que aún seguía dormido, pero aquel esfuerzo y pensamiento fue en vano en cuanto oí de su voz un: “Buenos días, mi amor”

-Buenos días, cariño – le respondí con una sonrisa de oreja a oreja mientras volvía mi cara hacia la suya para darle un pequeño beso. Me miró con sus ojos aún dormidos. Parecía un niño recién levantado. Me acarició el cuerpo, que al igual que el suyo estaba desnudo, y juguetón empezó a darme besos por el cuello. Yo comencé a reírme como una niña tonta y se tiró sobre mí, haciéndome cosquillas y mordiéndome débilmente donde pillara, en zonas como la cara, el cuello o los pechos. No podía parar de reírme, sentía unas mariposillas dentro de mi cuerpo en cada gesto que hacía mi chico.

De repente se levantó de un salto y se colocó frente a los pies de la cama con las piernas un poco abiertas y los brazos sobre la cintura. Parecía un súper-héroe. Solo que sin ropa.

-Eitan… - dije sonriéndole pícaramente. Me coloqué de lado con la cabeza apoyada en mi mano mirando hacia él.

-¡Dime, preciosa damisela!

-Estas desnudo. – una milésima de segundo después se miró sus partes nobles y corrió a por algo que ponerse acompañado de un “¡Mierdaaaa!”. A carcajadas me quedé enredada entre las sábanas. Me levanté, y me puse unas braguitas y una camisa blanca de Eitan que tiró anoche al suelo cuando nos desnudábamos el uno al otro. Ese pensamiento me excitó un poco. Me asomé a la ventana y miré todas esas vidas ocupadas corriendo de un lado al otro de la calle, con traje de chaqueta y maletín. Estaba sumergida en mis pensamientos cuando unas manos me rodearon la cintura desde la espalda. Me apoyé y su cabeza se colocó sobre mi hombro derecho. Le di un beso en la mejilla, y le propuse ir a desayunar. A lo que respondió alegremente.  A pesar de sus 19 años, salió corriendo invitándome a seguirle hasta la cocina. 
Así hice, ya que solo al estar con él, llevaba conmigo a la niña que fui en una lejana infancia. 

Realmente no era tan lejana, por eso me comportaba como tal. Dicen que la confianza y el amor es lo que nos hace felices. Y todo eso, más su sonrisa, me hacen feliz a mí. J




(Unos días más adelante…)

Desde el día que vi, supuestamente, a mi amigo Robe, estuve buscándole por los pasillos todas las mañanas, en los cambios de clase. En el recreo subía a las plantas superiores, pero no le encontraba. No había ni rastro de él.

Por lo que, acudí a mi media sandía. La novia es la media naranja del novio, y viceversa. Eso pasa con las parejas, aparte de los novios, los amantes, maridos y mujeres… Pero Guille es mi mejor amigo, así que él es mi media sandía, y yo soy la suya J

Los dos hicimos un plan, al que llamamos…. Misión Imposible. No se nos ocurrió otro nombre. Pero está guay. El caso es que en la tarde del viernes, nos colamos en mi universidad. Íbamos vestidos normales, y con unas maletas cada uno, para disimular. Los profesores no se dieron cuenta porque estaban liados con su trabajo, pero el conserje sí. Nos miró con cara de odio y se fue. Esperamos a que tocara un timbre a las 5:30 para que todos se fueran a la cafetería a tomarse un café, y entonces nos asomamos a la sala de profesores.

Buscamos por casilleros, mesas, estanterías, muebles, cajones… pero no encontrábamos nada. Fue entonces cuando escuché una voz susurrando por detrás de mí:

-¡¡¡¡Aquí!!!! – Guille tenía en sus manos una enorme carpeta negra. La abrió y aparecieron fotos de los alumnos de la universidad.

-Si está aquí, seguro que viene en esta carpeta. Corre. – La pusimos sobre la mesa y empezamos a buscar por el segundo curso. Pasábamos páginas rápidamente, pero unos pasos ruidosos y secos nos interrumpieron: un par de profesoras se acercaban hacia nosotros.

Nos miramos seriamente. Nuestras caras tenían las mismas expresiones: ojos como platos, cejas levantadas… miedo.

Guille cogió la pesada carpeta, se la puso bajo el brazo, me cogió del brazo y tiró de mí con fuerza, arrastrándome hacia la otra puerta. Nos apoyamos en la pared, con una respiración lo menos sonora posible, e intentando parecer estatuas. Si me pillaban, podía dar por hecho mi expulsión de aquella universidad.

Miramos hacia el frente y vimos los servicios. Corrimos hacia ellos, cuando nos vino a la cabeza una duda:

-¿En cuál? – Preguntó Guille.

-Ven – Dije dirigiéndome hacia el de chicas.

-No, no, no. De eso nada. Yo no me meto en el de chicas.

-¡Venga, hombre! ¡No hay nadie mirando!

-¿Y? Tengo reputación. Me deshonraré a mí mismo si me meto ahí dentro. Soy un hombre, Ana. – Empezó a poner voz grave, y postura de súper héroe. Levanté una ceja y le miré con cara de: ¿No me digas? Sonrió, pero tuve compasión y entré en el de los chicos. Lo que tiene que hacer una por su media sandía. ¡Hay que ver!

Nos metimos en uno de los diminutos cuartitos del WC, que medían un metro de ancho y de profundidad, pero nos las apañamos para colocar la carpeta sobre nuestras rodillas y poder respirar y ver las páginas al mismo tiempo.

En la quinta página nos detuvimos más tiempo en comparación con las otras.

-¡Mira! – La cara de nuestro amigo estaba pegada junto a muchas más, en el centro de la página. – Está muy cambiado, pero es él. Busquemos su nombre. Es el número treinta y cuatro.

Con el dedo, Guille recorrió la enorme lista que había a la derecha de las imágenes, hasta el número treinta y cuatro: Roberto Arias Ortiz.

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