sábado, 30 de julio de 2011

Capítulo 31

¡Toc, toc!

-¡Pasa! – pensando en mil cosas sin sentido, estaba yo tirada en mi cama sobre las cuatro y media mirando hacia el techo.  Alguien me despertó  de aquel raro sueño llamando a mi puerta, pero a pesar de haber dicho que entrara, nadie contestó ni la puerta se movía. - ¿Quién es? - Solo se oía, en el tremendo silencio que inundaba mi habitación, un largo suspiro seguido de un “ yo” triste, que me hizo pensar en la misma persona que entonces abrió la puerta cuidadosamente.
- ¿Podemos hablar? – preguntó mi gran amigo Guille, el mismo que hace poco más de una hora  me confesó su lado oscuro.  Una faceta que nunca me hubiese imaginado de él. Se sentó en mi cama, yo no me moví y seguí tumbada. Cogí mi peluche de oso y me entretuve durante un gran rato tocándole las orejitas, mientras escuchaba a Guille. – Ana, tienes que saber que llevo mucho tiempo con ese tema olvidado. Desde aquel hombre tuve pesadillas todas las noches durante casi dos meses. ¡Estuve a punto de volverme loco! Dimití a ellos porque yo tengo conciencia, y cada vez que recuerdo mi pasado me come por dentro. Me siento muy mal, sobre todo ahora que sé que te podrían haber hecho daño, y que yo fui parte de ellos. Me arrepentiré toda mi vida, pero solo me queda seguir una vida normal, sin problemas, y olvidarles. Recuperaré tus cosas y hablaré con ellos. Tal vez consiga convencerles, aun que lo veo difícil. Te prometo que he cambiado, y que soy el mismo Guille que conociste.
-Guille…
-No, Ana… - me interrumpió y se puso nervioso-  sé que te cuesta creerme… pero, por favor, piensa antes lo que vayas a decirme. – ¡pero qué mono (L)! Nunca le he visto tan preocupado.
-Guille. Te creo – le sonreí y le abracé con todas mis ganas. Estuvimos así unos minutos, fue un abrazo muy largo y me hizo sentir muy bien. Guille se calmó y se acercó a mi oído.
-Gracias - me susurró.


 (Mientras… unas dos habitaciones más a la derecha…)

-¿Qué diferencia hay entre los pepinillos que venden en los tarros y los pepinillos a rodajas de las hamburguesas?
-Pues yo que sé, es lo mismo ¿no?
-¡No! Porque los pepinillos a rodajas son cortados de un pepinillo más ancho que los de tarro.
-Pf, demasiado pensar…
Los gemelos discutían inteligentemente de los pepinillos cuando apareció Bec, más feliz que nunca.
-¡¡¡¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!!!!!! – con un impresionante salto, Bec aterrizó sobre Eitan, y éste cayó sobre el suelo. Alex, impresionado y a punto de reírse a carcajadas, esperó saber la razón de aquel horrible salto que por poco mata a su hermano.
-¡Oh, dios! ¡Qué golpe…! - se quejó Eitan - ¿Qué te pasa, loca?
-¡Tengo dos entradas para el próximo concierto del Canto del Loco! ¡AAAAH! – después de un beso, se levantó esperando una respuesta positiva de su chico. Él se incorporó, y después de limpiarse un poco el polvo de sus pantalones y recolocarse el flequillo, dijo con una enorme sonrisa:
-¿Pues a qué esperamos? – algo que hizo explotar a Rebeca de emoción, y provocó otro abrazo con salto mortal sobre él, volviendo a caer sobre el suelo.
-Jajaja, qué bonito es el amor, jajaja – dijo Alex a carcajadas.
-Muy gracioso – exclamó su hermano, dolorido.

jueves, 28 de julio de 2011

Capítulo 30

Cuando llegamos a casa, todo el mundo estaba ocupado haciendo algo. Alex, cocinando; Rebeca, preparando una ensalada; y Eitan, preparando la mesa. Lo primero que hice al llegar fue ir a mi habitación y ponerme un pañuelo. No quería asustar a nadie.

-¿Qué comeremos hoy, chef?

-Emm… - Alex estaba concentrado en la carrera de motos que veía mientras cocinaba. – Atún.

-Mmmm… con el hambre que tengo… y lo bien que huele… - Poco a poco cada uno fue terminando lo que estaba haciendo y sentándose en la mesa. Cuando el pescado estuvo listo, todos empezamos a comer.

-Ana, ¿no tienes calor con ese pañuelo? – Preguntó Eitan. Muy observador… aunque era algo evidente.

-No, ¡qué va! - Guille seguía callado y serio. Comía. No hablaba ni alzaba la vista.

-¡¡Pues yo estoy que me pondría en bolas!! – Añadió Alex.

-¿Y a qué esperas? - Los gemelos estallaron en una carcajada al oír el comentario de Bec.

-¡Venga ya, Ana! ¡No aguanto verte con eso alrededor del cuello! – El estúpido de Alex tiró de uno de los extremos del pañuelo y consiguió quitármelo. Los tres se quedaron un poco sorprendidos.

-¿Y eso? ¿Qué te ha pasado?

-Nada, no os preocupéis.

-¡Venga ya! ¡Cuéntanoslo!

-No. No pasa nada, en serio. - Miraron a Guille, quien seguía comiendo, serio. Alzó la vista.

-No tengo más hambre… no me encuentro muy bien. Me voy arriba. - Recogió su plato y se fue a su habitación. Rebeca me puso la mano en el hombro.

-Ana. Nos tienes preocupados. Puedes hacerte una herida en una pierna, en la mano, en un brazo… pero, ¿en el cuello?

-Vale, vale. Pero no os asustéis. Al salir de la universidad, dos tíos se llevaron mi cartera, mi reloj y unos pendientes.

-¡¡OMG!! – Rebeca.

-¡¡DIOS MÍO!! – Eitan.

-¡¡NO ME JODAS!! – Alex.

-He dicho tranquilidad. Estoy aquí y entera, ¿no? Pues ya está.

Después de contar lo que pasó, Rebeca me llevó a nuestra habitación para que habláramos más. Sabía que no lo había contado todo.

-Lo que me pareció extraño fue que los dos iban vestidos igual y con ropa normal. Hombre, si van a atracar supongo que llevarían un gorro o algo… pero no.

-Menos mal que estaba contigo Guille. Pero, ahora está algo raro.

-Sí. Cuando le dije cómo eran y cómo se llamaba uno de ellos, se puso agresivo… y muy serio. Dijo que les conocía. Por el instituto, pero, sinceramente, no creo que sea por eso. Ahora iré a hablar con él.

Cuando terminé de curarme la herida del cuello, llamé a su puerta. No me respondía, pero oía voces dentro. Puse la oreja.

-…estás loco…

No se oía bien. Ya que estaba ocupado, abrí un poquito la puerta, intentando hacer el menor ruido posible. Ahora oía mejor.

-Vamos a ver. Yo ya dejé claro que no quiero saber más de eso… No… Tío, ¡que es mi amiga!... Vale que no lo supieras, pero me prometiste que dejarías esa mierda… ¡Anda hombre! ¡Yo lo hice! ¡Y me va estupendamente!... Bueno, déjate de gilipolleces. Mañana me acerco a tu casa a por las cosas… Más te vale que te hayas deshecho de la Aorta.

Me quedé de piedra. No sabía qué hacer: entrar descaradamente pidiendo explicaciones, o llamar a la puerta como si no hubiera oído nada. Escogí la segunda opción.

-Entra.

-Guille… quiero hablar contigo.

-Dime, dime. Siéntate. – Me senté a su lado. Después me giré, para tenerle enfrente.-Sé que conoces al “Piki” ese. Pero, también sé que no le conociste por el instituto. – Dejó de sonreír.

-A ver… - Se puso en la misma postura que yo, mirándome de frente. Con una rodilla tumbada en la cama y otra colgando de ésta. – Le conocí porque… Mira. Cuando yo era pequeño, once años o cosa así, no era muy buen chiquillo, que digamos. Me divertía… hacer gamberradas. Pero hubo una época donde pasé de llamar a los timbres y salir corriendo, o meter bichos en los bolsos a las viejas. Yo conocí a ese chiquillo porque vivía en la calle, y me divertía robando a los niños más pequeños. De un año menos que nosotros. Les quitábamos los tazos, cartas, bolígrafos chulos, balones… Y luego, cuando cumplí los catorce, me compré una navaja. El Piki ya tenía una, y si me la compraba, significaba que ya podíamos trabajar con personas mayores. Íbamos hacia las adolescentes, indefensas, y hacia las personas mayores que ya no servían para hacer lucha libre ni nada por el estilo. Yo era… uno de ellos.

-Dios…
-Pero, tranquila. Un día, el alto que te hizo lo del cuello la cagó. Se pasó y terminó hincándole su navaja a un hombre porque no le daba lo que quería. Empezó a sangrar y sangrar. En pocos segundos, había un charco de sangre en el suelo casi igual que aquel hombre. Cogimos la navaja y salimos corriendo. Me di cuenta de que no me gustaba aquello. Habíamos herido, o probablemente matado, a un hombre, por culpa de una mierda de cartera. Sin embargo, los demás estaban contentos. Hasta le pusieron nombre a aquella navaja. La Aorta. Salió tanta sangre de ahí dentro que suponían que se la habían clavado en la aorta… Sí. Eran muy crueles. Me di cuenta de que yo no era así, y desde entonces dejó de gustarme lo que antes era mi hobby. Yo era uno de los mejores en esa pequeña pandilla. Y uno de los más mayores, también. Al cumplir los quince, les dije que no iba a seguir metido en eso. Que me olvidaran. Y eso hicieron. Se enfadaron un poco, porque sin mí no harían tantas cosas. Pero les dejé claro el porqué. Luego me vine aquí… - Un silencio bastante largo inundó la habitación. – He cambiado mucho, Ana. No sería capaz de matar a una mosca. No me parezco para nada en aquel Guille que disfrutaba empuñando un cuchillo y asustando a la gente para ganar dinero, llamando a eso “diversión”. Es algo que tengo olvidado… y algo de lo que me avergüenzo. Mañana iré a casa del Piki, y recuperaré lo que te quitó.

No respondí. No me dio tiempo, pues Eitan me llamaba desde abajo, diciendo que alguien quería hablar conmigo por teléfono. Simplemente un “lo siento, tengo que bajar” para salir de la habitación. No me esperaba nada de eso de él. Guille, el adorable. Guille, el buenazo. Guille, el amistoso. Guille, el artista. Guille, mi mejor amigo. Guille, un ladrón.

martes, 26 de julio de 2011

Capítulo 29

Guille… Guille, Guille, Guille. Resulta que su universidad es la que está más cerca de la mía. Su última clase de los viernes está muy cerca de la salida, por lo que sale uno de los primeros. Entonces se acerca a la mía y me espera fuera. En cambio, mi clase está muy lejos y, como hay mucha gente, tardo bastante en salir. A sí que los viernes volvemos juntos al apartamento.

Nuestra casa es un simple chalet con tres habitaciones, dos cuartos de baño, la cocina, el salón, una sala de estudio y un pequeño jardín. En una habitación dormimos Rebeca y yo. Dos camas individuales y un gran armario que compartir. En la otra habitación duermen Guille y Eitan con las mismas condiciones que nosotras. Y luego, en la habitación más pequeña (pobrecito), duerme Alex. Pero bueno, tan “pobrecito” no, porque fue él quien decidió que quería dormir sólo.  La casa la pagamos con el dinero que sacamos en Selwo Marina. Estuvimos dos o tres veranos trabajando allí, no me acuerdo muy bien del tiempo exacto. El caso es que ganamos bastante dinero y, haciendo algunos que otros trabajos parciales en supermercados o tiendas, estamos llevando la casa hacia delante. Alex es el maestro de la cocina. Es el primero en llegar todos los días, ya que su universidad está más cerca de la casa que las de los demás. Krash y Maya también están en el chalet. Compramos una caseta de madera para los dos que pusimos en el jardín, pero casi siempre están dentro, con nosotros.

También tenemos dos coches. Uno lo compartimos Guille y yo porque nuestras universidades están cerca. Otro, Eitan y Rebeca, que les pasa más o menos lo mismo. Y Alex se va andando a casa, por el mismo motivo.

Bueno, el caso. Un viernes, salí de la uni y no vi a Guille. “A lo mejor se había ido enfermo a casa”. Le llamé.

-¡Hola!

-¡Hombre, Ana! Lo siento, estoy de camino. Hemos ido a audiovisuales a última hora y me he tenido que quedar recogiendo cosas. Estoy allí en cinco minutos.

-Vale, vale, no te preocupes. Aquí te espero. ¡Hasta ahora!

-¡Adiós, guapa!

Me quedé sentada en un banco que había cerca de la verja, esperando a mi compañero. Se me había metido una piedrecita en el zapato, así que estaba entretenida intentando deshacerme de ella, cuando noté una presión en la espalda.

-“No te muevas” – Me susurró una voz, desde detrás. Me incorporé y me senté bien, poniendo la espalda en el respaldo. Así sentía menos presión. –“Saca tu cartera y pásala para atrás."

-“Sí, sí… claro…” – Nos hablábamos con susurros, aunque había poca gente alrededor. Él quedaba tapado por árboles y arbustos. Me puse muy nerviosa, no conseguía sacar la cartera. 
Entonces se me ocurrió una idea. El muy estúpido que estaba detrás de mí, no me estaba agarrando, simplemente apretaba un poco con una navaja mi espalda. Con que salí corriendo hacia delante, todo lo que pude.

Nadie me seguía. Estaba sola. Terminé en un callejón iluminado, con muchas puertas que daban a muchas casas,  y bastante ancho. De pronto, un chico se asomó por un extremo de la calle. Iba vestido normal. Yo no estaba asustada, hasta que se metió las manos en los bolsillos, puso su mirada fija en mí, y  comenzó a caminar, decidido, hasta el lugar donde me encontraba. Me giré y empecé a caminar yo también, a paso ligero. Pero otro chico apareció en ese extremo de la calle. Iba exactamente igual vestido. E hizo lo mismo. Lo único que se me ocurrió fue llamar al primer telefonillo que tenía a mano. Llamé y llamé, pero nadie me contestaba. Tenía el corazón a cien.

-Una chica lista. – Dijo uno. No me di cuenta de que había avanzado, lo suficiente como para colocarse a pocos metros de mí.

-Bah, no tanto. – Dijo el otro, a la misma distancia. Estaba rodeada.

Les ignoré. Me di la vuelta y caminé hacia delante. Hacia el otro lado de la calle. Para llamar a otro telefonillo. Ellos se quedaron tan panchos. Nadie contestaba.

-A ver cuando asumes que no puedes hacer nada, bonita.

Me di la vuelta, de nuevo, y me puse frente a ellos, guardando una distancia.

-Decidme. ¿Qué queréis? – Se miraron, riéndose. No sé porqué, pero me había armado de valor. Al poco, me arrepentí. Sacaron dos navajas, uno cada uno. El más alto se me acercó y me la puso en la cintura.

-Tu cartera. Tus llaves, collares, anillos, pulseras, relojes… todo lo que tengas.  – Me quité la mochila y saqué un pequeño monedero. Se lo di.

-¿Esta mierda me vas a dar?

-No… no tengo nada más.

-Sí, por mis cojones. – Me quitó la mochila y se la dio al otro. Éste la abrió y la vació en el suelo. Cogió mi cartera, mis llaves y unos pendientes que me regaló mi madre, que no eran muy valiosos, pero si tenían un gran valor sentimental. Me empujó contra una pared, con la navaja en el cuello. – Ya nos veremos otro día, muñeca. Podemos montar una mini-fiesta los tres en tu casa un día de estos. ¿No crees, Piki? – El otro chico contestó. El de la navaja se me acercó a la cara y me susurró muy cerca de mis labios: - Y ya de paso nos divertimos un ratito, zorra.

Salieron corriendo. Con mi cartera, mis llaves y mis pendientes. Me toqué el cuello. Tenía una herida que me recorría la mitad de la garganta. No sangraba lo suficiente para que se me manchara la ropa, menos mal. Me dispuse a recoger mis cosas. Guille apareció al fondo de la calle, y, al verlo todo tirado por el suelo, se acercó corriendo.

-¡¡Dios, Ana!! ¡¿Qué ha pasado?!

-Unos gilipollas se han llevado mi cartera, mis llaves y unos pendientes de mi madre- dije apunto de llorar. El miedo aun estaba en mi cuerpo.

-¿No creo? – Puso cara de que el mundo se le venía encima. – Pero, ¿estás bien?  - Me quitó el pelo de la cara, y, tirando suavemente de mi barbilla, me hizo mirarle a los ojos. Abrió los suyos de par en par, con una cara de asombro, mirando la herida de mi cuello. – Joder… 

Después de un largo abrazo, se lo conté todo.

-Lo siento, Ana. Mierda, mierda, mierda… ¡¡Tuve que tardar!!

-Tranquilo… No pasa nada.

-¿Cómo que no pasa nada? Tenían tus llaves y tu cartera. Pueden entrar en casa fácilmente. 
¿Te amenazaron?

-Bueno… me dijeron que a ver si venían a casa a montar una fiesta y pasárselo bien… conmigo.

Se levantó y se puso la mano en la frente. Dando vueltas por la calle. Se paró a pensar durante un momento, y luego me hizo un interrogatorio.

-¿Cómo eran?

-Pues, uno era alto y otro algo más bajito. Llevaban la misma ropa: una sudadera de color azul marino, unos baqueros, y unos deportes negros.

-¿Cómo se llamaban?

-El alto no lo sé. Creo que el otro se llamaba “Piki”.

-Dios… Lo que faltaba ahora. – Se sentó a mi lado, de nuevo, tapándose la cara. Estaba sudando.

-¿Qué pasa? ¿Les conoces?

-Sí…

-¿De qué?

Tardó bastante en contestar.

-Íbamos juntos… al instituto. - Le miré a la cara. Estaba mintiendo.

-Guille, dime la verdad.

-¡¡Esa es la verdad!! – Se puso algo agreviso. Se levantó, muy enfadado, gritando. Cogió mi mochila, tiró de mí y soltó un seco “vámonos”.

sábado, 23 de julio de 2011

Capítulo 28

-Vamos a comenzar el curso de una manera distinta, en la que seguramente aprenderéis más que cogiendo los libros. Sacad vuestro cuaderno y un bolígrafo - dijo el profesor de Biología, sentado sobre su mesa. - Os voy a poner un video sobre los organismos y seres vivos en el proyector. Prestad mucha atención, y coged todos los apuntes posibles, así recordaremos mucho de lo que dimos el año pasado – Enrique, nuestro profesor, preparó la pantalla y se puso al ordenador – Antonio, por favor, ¿puedes encender el proyector? Y que alguien apague las luces, por favor.
-Yo iré- dijo Lucía. Observé cómo se levantó y pulsó los interruptores. Toda la clase se oscureció, y cada uno estaba preparado con bolígrafo y papel, para apuntar lo que vieran conveniente.
-Rebeca Millán...- escribí mi nombre en la esquina superior izquierda, seguido de la fecha. Estábamos en el primer día de clase. Andábamos muy preparados y animados. Estuvimos en silencio durante toda la hora, mirando aquel video sobre los seres vivos y demás. Se mencionaron algunas cosas nuevas para nosotros, que apuntamos rápidamente. Pero la mayoría era materia ya estudiada, como dijo Enrique. Lo único que fallaba en el día era el horrible sueño que me agarraba.


¡Vaya! Es mi primer día de Universidad… ¡y estoy muy nerviosa! ¿Qué haremos el primer día de clase?  No podía dejar de pensar en ello. Era todo nuevo para mí, y tenía un poco de miedo. Como cuando eres pequeña y llegas al cole. Tu madre se tiene que ir a trabajar, y tú quieres que se quede contigo, pero ella se va. Sientes miedo y no sabes qué hacer. Algo así sentía yo. Menos mal que la profesora era muy buena persona. Se llamaba Carlota, y empezamos la clase haciendo un círculo, conociéndonos y diciendo por qué habíamos escogido esa carrera. ¡Como en el cole! Después Carlota nos estuvo explicando cómo iban las cosas allí, el tema de los suspensos y más cosas. Nos informó bastante bien a todos los presentes. Y yo me quedé más tranquila.


Dios, ¡que nervios! Empezamos hoy con las técnicas base de fotografía. Uf, qué ganas. Ana tiene que estar como yo seguro. ¡O peor! Después le tengo que dar ese regalito que le prometí. Jajaja, le encantará.
-¡Guillermo Ruiz! – Dijo mi profesor, pasando rápidamente la lista de clase.
-¡YO! – dije sobresaltado.


Joder, esto de estar en Universidades diferentes es duro. Años y años estando en la misma clase con ella, o al menos en el mismo centro, y ahora estamos en Universidades que parece que están enfadadas. Una en una punta de la ciudad y la otra en el quinto pino. Uf, ya quiero que llegue la hora de comer para verla…
-Así que en los climas más cálidos, normalmente se encontrarán especies de aves como…- la señorita Hadson nos explicaba los distintos ambientes y distintos climas relacionados. Es lo que tiene estudiar Ciencia Medio Ambiental. Es un poco coñazo a veces… Ahora que la profesora está distraída, tal vez pueda enviarle un SMS a mi niña. Espero que lo tenga en silencio, jeje…
“Hola, estoy dando ya mi primera clase de aburrimiento del día xD. Dios, te echo un montón de menos, cariño. Uf, ya estoy deseando verte. Espero que te vaya bien en el primer día de clase. ¡Un besazo preciosa! Te quiere con locura, el niño que está loco por ti (L)”
Enviar.


“Brr, Brr…”
El móvil comenzó a vibrarme en el bolsillo. ¿Quién será? Menos mal que lo puse en silencio antes de entrar.
Un mensaje recibido. – ¿Un mensaje? A ver… - Mensaje recibido de: Eitan (L) – Oii, pero que monada, ¡me ha enviado un mensaje! (O.O) Qué loco, ¿lo leo ahora? Esperaré a que el profe de Mates gire de nuevo hacia la pizarra.
-Bueno chicos, ¿esta ecuación os sale entonces?
-Sí – respondimos a coro. El profesor se sorprendió de tal coordinación y soltó una pequeña carcajada.
-Muy bien, pues probad con ésta. – se giró y comenzó a escribir una segunda ecuación. Fue entonces cuando rápidamente saqué el móvil y abrí el SMS escondiéndolo detrás del estuche. ¡Como en el insti! Jaja…
-Hola, estoy dando… -comencé a leerlo en voz baja, solo pronunciando las palabras, pero sin sonido. De repente se me escapó una pequeña risita, y Rosa, mi compañera de al lado, me preguntó. Le hice el gesto de estar leyendo un SMS señalándole el móvil. Ella se inclinó, lo vio y me sonrió. Después, siguió copiando aquella ecuación que aún el profesor no había acabado de escribir en la pizarra. ¡Vaya ecuación más larga! Le respondí a Eitan con otro SMS, espero que haya sido inteligente y haya puesto el móvil en silencio.


 “PIIII, PIIII…” – Sonó mi móvil más fuerte que nunca, menos mal que fui rápido y lo callé. La profesora no se dio cuenta porque no paraba de hablar. Qué imbécil, tenía que haberlo previsto.
Mensaje recibido de: Becky!
“Hola amore! Sí, me va muy bien, gracias. Yo también estoy deseando verte. A las 3 y cuarto nos veremos en el apartamento, ¿ok? ¡¡Hoy Alex hace sus espaguetis carbonara!! ¡Humm que rico! Un beso guapetón. Te quiere tu niña, tuya y solo tuya (L)

miércoles, 20 de julio de 2011

Capítulo 27

Nos situamos varios años después de tal despedida. Los cinco amigos se encuentran empezando un nuevo curso en la universidad, algunos aún empezando el primer año. Un lazo tan fuerte como el que les une no se rompe con facilidad. Así pues, aunque estén en universidades diferentes, todos viven en una misma zona: Valencia (capital)
Cada uno lleva su especialidad hacia delante, algunos muy parecidos, y otros bastante diferentes. Se las han apañado para vivir en un chalet de alquiler, pagándolo con el dinero obtenido por los trabajos de verano, entre otros sacrificios. Entre los cinco, comparten cada trozo de pan conseguido, y trabajan juntos para llevarlo todo hacia delante. Esto, amigos míos, se llama sin duda alguna: AMISTAD.
Comenzando por las chicas, Ana pisa la universidad por primera vez con una alta nota de selectividad. Con 19 años tiene por seguro que deberá estudiar duro para completar correctamente su carrera de Biología Marina. Está lista y entusiasmada por empezar una nueva etapa.
En cambio, su mejor amiga Rebeca, un año mayor que ella, se dispone a seguir su carrera en la Universidad de Biología General, comenzando ya su segundo curso. Esta chica también tiene claro lo que quiere, y es hacer un Master, incluso tal vez un doctorado, especializándose en la zoología.
Guille, el más pequeño de los chicos, comienza una nueva etapa al igual que Ana. Su nota en selectividad es más alta de lo que necesitaba para sus estudios como fotógrafo profesional en la escuela de Arte de Valencia. Siempre con una cámara colgada del cuello,  practica sin parar haciendo sesiones de fotos a sus amigas, que, encantadas, posan para él.
Eitan empieza su segundo curso en la Universidad de Ciencias Medio Ambientales. Lo que más le gusta de dicha carrera es sin duda proteger las playas. Se pasa el tiempo en ellas, controlando que ningún despistado se olvide de que existen las papeleras, además de infinitas situaciones.
Y su hermano gemelo Alex estudia en la Universidad de Imagen y Sonido. Está bastante contento por sus logros hasta entonces. Dispuesto a seguir la carrera, y con unos auriculares que siempre lleva en el bolsillo, se esfuerza por un buen trabajo.

Capítulo 26

Estuvimos trabajando en “Selwo Marina” todo el verano. Entrenamos, actuamos, aprendimos… más que nada sobre animales. Algunas veces, nos pedían que diésemos de comer a los leones marinos, a los pingüinos (que era lo más divertido), a los flamencos… Aprendimos lo que comía cada especie y disfrutamos mucho. Me acuerdo de nuestra primera actuación: al principio estábamos nerviosísimos. En el vestuario no parábamos de hablar y hablar de cualquier tema con tal de olvidarnos de nuestro dolor de barriga. Venía Alberto diciendo: - salís en diez minutos-. Todos: -¡¡Agg!!. Al poco tiempo, se asomaba de nuevo: - salís en cinco minutos- . Todos: - ¡¡¡¡Ainss!!!!... Hasta que salimos. ¡¡Y salió genial!! Los delfines se portaron muy bien, y nos reímos mucho. Nadamos, jugamos, bromeamos con el público… fue una auténtica locura, algo inolvidable.
Terminamos aquella aventura con pena porque, aunque era muy divertido, ya se acababa el verano y Robe estaba a punto de marcharse.  Estando ya a finales de agosto, le preparamos la mejor fiesta de despedida del mundo.  Con decir que duró veinticuatro horas no es suficiente, pues todos pusimos de nuestro empeño para que la fiesta fuese perfecta. Nos quedamos a dormir en casa de los gemelos, sin padres, con tele de plasma, películas, palomitas, comida, súper salón para hacer paranoias, tres litros de Coca-cola, e incluso un poco de alcohol. Aún así no pretendíamos hacer ninguna especie de botellón. Sólo pretendíamos divertirnos a lo grande esa noche, pues era la última que pasaríamos con Robe. Llegó el momento, a las 12.00 de la mañana nos encontrábamos todos en la estación de tren para despedirnos de él. Nos fuimos despidiendo, uno a uno, con lágrimas en los ojos, abrazos que duraban siglos porque nadie quería que acabasen, frases como <<nunca te olvidaré>>, <<que sepas que este siempre será tu hogar>>, <<las fiestas no serán lo mismo sin ti>>, o una que tocó el corazón de Robe, procedente de su mejor amigo Eitan: <<no habrá ola que me haga sonreír si no la comparto contigo>>.  Un último adiós montó a Robe en el tren y se marchó sin más, dejando un rastro de amistad.