viernes, 30 de diciembre de 2011

Capítulo 56

La claridad que entra por la ventana las mañanas de sábado. El silencio de mi habitación. El pesado cansancio sobre mis párpados. Sábanas blancas, enredada entre ellas me encontraba… pero faltaba algo en el típico cuadro del día a día.
Bostezando y abriendo poco a poco los ojos frente a los rayos de luz me di cuenta de que se había formado un hueco a mi lado. La figura de una persona carecía a mi lado. Entonces me incorporé mejor y sobre mi larga almohada, creada para ser compartida, encontré una nota amarilla, donde se podía leer:
“Buenos días :) Tenía algo de frío, y he ido a por unas mantas a la habitación de Guille… ¿me ayudas?”
Medio dormida me levanté para dirigirme a la habitación de Guille, sin saber muy bien por qué esa nota. En la puerta había pegada otra, exactamente igual que la primera, en la que ponía:
“En realidad, antes tenía que hacer pis… ¿me traes un rollo de papel, porfa? :S”
Anduve despacio hasta el cuarto de baño, sin hacer mucho ruido ya que eran las nueve de la mañana, y mis vagos amigos no se levantan normalmente hasta las 12 como muy pronto un fin de semana.
De nuevo una nota, esta vez en la tapa del W.C. Suspiré y sonreí. ¿Se está burlando de mí?:
“Eh! Has tardado mucho. Creo que voy a buscar alguna peli en la TV, no puedo dormir bien. ¿Me acompañas? (L)”
Me giré y me encontré al espejo. Lavé un poco mi cara y aproveché para cepillar mi pelo, que estaba horroroso. Después, cerré la puerta del baño con cuidado y bajé las escaleras despacio, paso por paso.
Todo estaba en silencio. Ni a los perros se oía. Al acercarme al salón pude ver dos mantas dobladas sobre el sofá, pero no encontré a mi chico. Busqué en la cocina, pero nada. Así que busqué algo que posiblemente encontraría: otra nota amarilla.
De hecho, la encontré. Pegada en la puerta del frigorífico. Esa bonita letra en cursiva me decía:
“¿Sabes qué? Mejor me vuelvo a dormir contigo, que es el lugar donde mejor puedo estar en el mundo entero… ;P”
Riéndome a lo bajito subí con paso ligero de nuevo a mi habitación. Abrí despacio mi puerta, con ansia de curiosidad pero con ganas de sorpresa. Allí estaba. Tumbado sobre mi cama, en el hueco que antes estaba vacío. Encima de una mesita situada a los pies de la cama había preparada una bandeja con dos cafés, uno solo y otro con leche; dos tostadas; varios embutidos y mantequilla. La servilleta tenía forma de corazón, no sé como lo hizo. Y otro detalle que me encantó fue mi taza y plato de mi color favorito: el verde.
-¿Qué haces? – me senté a su lado con una sonrisa de oreja a oreja
-Prepararte el desayuno – me abrazó y comenzó a besarme, suave y dulcemente. Como solo él sabes hacerlo.
-Pero…
-Me apetecía agradecerte de alguna forma… - uno frente a otro, con la mirada fija y la sonrisa inquieta. Empezaba a describirse un momento mágico -… todo lo que has hecho por mí.
-Ay, Eitan. Qué tonto eres. – Suspiré como una adolescente enamorada – Gracias. – Sonreí con toda sinceridad. Tal vez no va tan mal entre nosotros… tal vez todo comience de nuevo.
-Te quiero mucho, ¿sabes? – Se puso serio. Sus ojos entraban a través de los míos a la zona más profunda de mí. Parecía que se introducía en mi interior y  que me hacía cosquillas en el estómago, y pasaba por mi garganta, produciéndome esa fatiguita que te entra en momentos sentimentales.  Me besó suavemente, con más pasión en cada segundo que pasaba… ¿Cómo una persona podía ser tan perfecta, y también, durante tanto tiempo?


[Unas horas después, en el mismo lugar...]
-¿Cómo quieres que se lo diga? No es nada fácil…
-Ya lo sé, Alex. Pero tienes que hacerlo. Y cuanto antes mejor.
-Pero ¿por qué?
-¡Porque así podremos empezar con el tratamiento! Cuanto más tardes más tardarás en curarte. – Suspiró algo enfadado – deja de quejarte, sube y díselo.
-No puedo, Robe. ¡Es que sencillamente no me salen las palabras! Conozco a mi hermano, y le va a entrar algo.
-¡Alex! – me gritó. Mi amigo me gritó, cansado y preocupado de la situación. No dije ni una palabra más y subí las escaleras, con miedo.
Mis piernas temblaban, mi voz se debilitaba. Era un enfermo que debía admitir su cruda enfermedad. Oía mis pasos, eran demasiado fuertes, eran demasiado destacables. Con Robe tras de mí, me sentía como un prisionero vagando por los pasillos de la cárcel hacia mi nueva celda, con un enorme policía empujándome por detrás. Miedo, solo sentía miedo. Miedo por perderlo todo por ser un imbécil. Miedo por morirme pronto. Miedo por perder a mi hermano… ¿Cómo decírselo? Me imaginaba cómo podría reaccionar. Podría ponerse a llorar, gritar... podría enfadarse conmigo, odiarme por haberle ocultado algo así. O tal vez por ser tan imbécil y dejarme tanto llevar. Eso era lo que más me asustaba: que me odiase. Practicaba en mi mente mil maneras de expresarme. Pero nada, ninguna podía justificar mi horrible error. No sabía qué decir. Lo diría como saliera, pero sabía que no sería suficiente para evitarle el disgusto a Eitan.
Llamé a la puerta, pero nadie contestó. Mire a Robe, quien me indicó con un pequeño gesto que siguiera insistiendo, y a quien hice caso.
-¡Ya voy! – se escuchó la voz de mi hermano tras la puerta. – Termino de vestirme y salgo.
Esperamos en el pasillo escasos minutos más, que me parecieron eternos. Miles de pensamientos rondaban por mi cabeza, me estaba volviendo loco. Temor, nerviosismo, cansancio, tensión, malestar, culpabilidad... y de nuevo temor. Estaba a punto de irme, pues la idea de que mi hermano me odiase me corroía por dentro, pero el pomo de la puerta comenzó a girar, y se abrió un poco.
-Pasa. – Su voz sonaba un tanto alterada. Al entrar, lo vi frente al espejo, poniéndose el nudo de la corbata.
-¿A dónde vas tan arreglado?
-Voy a hablar con un amigo de mi compañero de clase, puede que me dé un trabaja a tiempo parcial.
-¿Qué amigo?
-Fran. Me avisó de que tengo que ir muy formal porque para ese tío la apariencia es exageradamente importante.
-Ahh… ¿Y tienes tiempo para hablar?
-Qué va, luego me cuentas, ¿vale?-Me dio una palmada en la nuca y cruzó la puerta y el pasillo con rapidez.
Salí de la habitación y miré a Robe. Éste aún tenía un rostro serio, y persiguió a Eitan hasta la entrada. Logró alcanzarle y le obligó a sentarse en el sofá del salón.
-¡Chaval! ¡Que llego tarde! – Hizo ademán de levantarse, pero su amigo le empujó de nuevo.
-Alex tiene que hablar contigo.
-Esta entrevista es muy importante para mí. Así ganaremos más dinero para la casa.
-¿Es eso más importante que tu propio hermano? – Esa frase hizo a Eitan pararse a pensar por un momento. Alzó la cabeza y me miró a los ojos.
-¿Qué pasa? – Aquella situación, que tanto miedo me daba, acababa de empezar. Me quedé de piedra, no tenía ni idea de qué decir.
-El otro día, cuando fui al médico, no me dijeron que tenía gripe... - Eitan cambió su rostro a una expresión de preocupación. Ya no solo porque llegaba tarde.
-¿Qué quieres decir? - La situación comenzaba a tensarse. Los tres nos mirábamos nerviosos, pero Eitan tenía la mirada clavada en mí.
-Que… no tengo un simple resfriado. Es algo diferente.
-Pero tú dijiste…
-Mentí. – Nos miraba a Robe y a mí buscando una respuesta rápida a todo, no entendía nada. – Lo oculté porque no quería preocuparos…
-¿De qué estás hablando, Alex?
-Eitan… - No paraba de pensar qué palabras usar para no ser muy duro. - … - Pero no me salía nada de nada.
-¡¿Qué?! - Mi hermano se levantó del sofá, ya desesperado por la palidez de mi rostro.
-…tengo Sida.

sábado, 17 de diciembre de 2011

Capítulo 55


Me situaba en la biblioteca de la universidad. Había cogido prestado uno de los mini-portátiles que se podían alquilar por diez céntimos la hora. Robe se acababa de ir, pues su clase de oceanografía estaba a punto de empezar, pero yo tenía la hora libre. Me metí en Google y comencé a buscar información sobre manchas en el cuello. No había visto nunca la que tenía Alex. Mi hermano es alérgico y le salen manchas muchas veces, pero la de Alex no se parece en nada a las de Alan, más que nada por su color oscuro.
-Manchas causadas por alergia... No. - Había miles de resultados sobre manchas, pero las primeras no me servían de nada. -Manchas después del embarazo... Emm... Como que no. -Muchas opciones, ninguna posible... - Manchas por síntomas de... - Dejé de leer al terminar aquella frase. Mis ojos se abrieron como platos, mi expresión cambió totalmente y leí y releí la frase para estar segura de que no lo había entendido mal. - Dolor de cabeza, cansancio, manchas en el cuello... - No podía creer lo que estaba viendo. No podía creer que Alex creyera tener una simple gripe, pudiendo tratarse de esto...
La hora había pasado. Pocos minutos después de oír el timbre, vi a Robe entrar en la biblioteca, camino del mostrador para devolver unos libros. Lo paré de inmediato, agarrándole del brazo, obligándole a sentarse a mi lado.
-¡Ey, ey! ¡Que me va a salir un moratón en el culo!
-Mira esto. - Le enseñé lo que ponía en la pantalla, pero se quedó un poco extrañado.
-¿Qué pasa?
-¿No le has visto el cuello a Alex?
-No, ¿por?
-Tiene una mancha igual que estas. ¿Y si...?
-¡Anda hombre! ¿Cómo va a tener eso?
-¡Míraselas tú!
-Ana, en vez de jugar a los inspectores deberías centrarte en ese examen que tienes el...
-Robe... - Le miré con seriedad. Fue entonces cuando le hice entender que sí me lo tomaba en serio.
-Pff... - Resopló.
-Si no te importa, puedes irte.
-No. Claro que me importa... pero...
-El otro día Alex y yo hablamos de que o el peso del cuarto de baño estaba mal o estábamos perdiendo demasiado peso. Yo le dije que a mí me funcionaba bien, él me dijo que había perdido cerca de cinco kilos... - Los dos, callados, pensamos lo mismo.


<< Brr... Brr... Brr...>>
Mi móvil sonaba, a pocos centímetros de mí, pero no le hacía caso. Un enorme peso que tenía encima no me permitía pensar en otra cosa que no fuera ella. Ella... Poco a poco, a medida que pasaba el tiempo, me estaba dando cuenta de que pensaba en ella a cada momento. Cada vez que veía su sonrisa se dibujaba una en mi rostro. Siento ganas enormes de abrazarla cada vez que estoy con ella, y aún más ganas de probar sus labios. Esos suaves labios que mis mejillas han tenido la oportunidad de rozar... Solo mis mejillas...  Pero no se lo puedo decir. No puedo decirle lo que siento. Porque la veo tan feliz con él... Y porque ese "no" rotundo me rompería el corazón. Aunque ya me lo está rompiendo poco a poco...
El móvil seguía sonando. Me asomé a la pantalla y vi el nombre: Mónica. Hacía tiempo que no la veía. Estuve durante un tiempo enamorado de ella, pero eso fue pasado. Aunque... tal vez podría olvidarme un poco de Ana pasando más tiempo con Mónica.
-¿Sí?
-¡Hola, Guille!
-¡Hombree! ¡Qué de tiempo! ¿Cómo estás? - Me encanta esa cualidad que tengo: parecer estar en un estado de ánimo cuando en verdad, por dentro, siento todo lo contrario.
-Pues bien, ¿y tú?
-Bien, contento de hablar contigo de nuevo.
-Genial, porque quería invitarte al cine esta noche. No tengo nada que hacer y pensé que te gustaría ver una buena película conmigo.
-Claro, me encantaría. Por fin tengo asegurada una noche en condiciones. - A los dos nos entró la risa tonta.
-Bueno, ¿qué te parece si nos vemos en la puerta del cine a las diez?
-Vale, allí estaré. ¡Hasta luego!
-¡Adiós!
Justo cuando colgué, escuché el sonido de la puerta, y unos rápidos pasos a continuación. Ana entró deprisa en la cocina, donde me encontraba yo sentado, tomándome una taza de café calentito.
-Guille, ¿está Alex? - Parecía preocupada. Dos o tres de sus traviesos pelos se colaron por la comisura de su boca. Cómo deseaba en ese momento ser ese pequeño mechón de pelo...
Se lo quitó rápidamente, y Robe apareció por detrás, también algo nervioso.
-¿Está o no?
-No, no. Me ha dicho que salía a comprar algo para desayunar mañana.
-¿A cuál ha ido? ¿Al de la plaza o al del centro?
-Ehh... no sé. Conociendo a Alex, supongo que al  de la plaza, que está más cerca, y así no tiene que andar tanto. - Los dos se dieron la vuelta de inmediato y se dirigieron a la entrada -¡Ana, espera! - Agarré a Ana por el brazo y la coloqué frente a mí. -¿Qué pasa con Alex?
-Luego te cuento. ¡Tú corre!
A paso acelerado, llegamos a la plaza en pocos minutos, los suficiente como para enterarme de todo el asunto. Cuando entramos en el supermercado, fuimos todos del tirón al mismo estante: el de las chuches. Y, como suponíamos, allí estaba, rebuscando entre los regalices.
-¡¡¡Alex!!! - Seguramente, un hombre que estaba en el estante más lejano se habría enterado del grito que pegamos los tres a la vez. Nuestro amigo dio tal salto que por poco no tira los Chupa Chups al suelo, junto con las tres o cuatro bolsas de chicles que ya había tirado.
-¡¡¿¿Pero qué pasa??!! ¡¡No me digáis que os habéis cargado la Play que pensaba pasarme hoy la noche batiendo mis récords!!
-No, ven aquí. Robe, Guille... ¡Sujetadle! - Entre los dos, cogimos a Alex por los brazos. Por nuestras caras, ninguno sabíamos lo que se proponía Ana.
-¡¡Ohh, dios!! ¡¡Seguridad, seguridad!! ¡¡Intento de violación en el pasillo seis!! - La chica le quitó el pañuelo a nuestro preso, quien, como reacción, se encogió de hombros. -¿Qué estáis haciendo? ¡Dejadme en paz! - Alex comenzó a ponerse serio. Ana miró a su novio, quien entendió lo que tenía que hacer: agarró a Alex por los pelos de la coronilla y tiró hacia abajo, haciendo visible el cuello de nuestro amigo. Ana apartó el cuello de su camisa, y se quedó observando. -¡Por favor...! - Cuando los ojos de Ana empezaron a brillar, dio un paso atrás. -Dejadme ya, joder. - Alex, cabreado, se deshizo de nosotros. Nos miró con ira y duda al mismo tiempo. A continuación, miró a Ana, quien le hizo cambiar su rostro totalmente a una expresión de preocupación.
-Alex... Deja de mentir. - Su voz se congojaba. Robe y yo nos manteníamos callados, observando la situación.
-¿Mentir? ¿Pero qué estás...?
-¡Alex! ¡Que no soy estúpida! Te escucho todas las noches bajar a la cocina a por pastillas por el gran dolor de cabeza que te entra. No comes casi nada y has perdido un montón de peso en poco tiempo. Y ahora en vez de tener una mancha extraña en el cuello, tienes dos o tres. ¿QUIERES DECIR DE UNA VEZ QUE COÑO TE PASA? –Algún que otro cotilla que pasaba cerca se quedó observando el momento. Alex se quedó callado y serio ante la pregunta de Ana. Pero la cosa cambió cuando una lágrima cayó por su mejilla. Éste bajó la cabeza, respirando hondo, intentando no dejar escapar ninguna otra lágrima, y volvió a alzar la mirada.
-Lo siento. No quise preocuparos... - Los ojos de Ana también dejaron caer una lágrima al ver que su amigo confirmaba su hipótesis, y los de Robe estaban a punto. Los míos, en cambio, ya la habían soltado por el camino, al enterarme de la noticia. Se veía que Alex no quería continuar, pero al ver nuestras caras, decidió terminar lo que había empezado. - No quise contároslo porque no quería ser el pequeño niño malito al que tienen que cambiarle los pañales y darle de comer con una cuchara de goma... - Una segunda lágrima cayó de los húmedos ojos de Ana, mi pobre e inocente Ana.
-¿Qué te dijo el médico? - Robe habló por primera vez después de aquel grito al entrar.
-Que estoy en la segunda fase. Que si me llegan a coger unos meses más tarde no podrían hacer nada.- Ana se abalanzó sobre Alex, abrazándole, mientras le empapaba el hombro de lágrimas.
-¿Tiene cura?
-Un tratamiento continuo que no me hará inmune, pero alargará... - Miradas intensas entre los cuatro acabaron la frase.
Mientras hablábamos en casa, yo no hacía más que pensar y pensar. Pensé el dolor que sentíamos dentro. Pero, cuando me di cuenta, se me vino a la cabeza alguien a quien le dolería el doble: Eitan.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Capítulo 54

Ese día no almorcé. No sentía más que un nudo en el estómago. Una especie de fatiga  producida por angustia y tristeza. Todos los mensajes eran iguales, pero a la vez distintos en la intención. Al principio todos decían cosas como:


“Me lo pasé bien en la fiesta. Me caes muy bien. Nos veremos pronto, espero. Un besito, Carmen”


O…


“Jajajaja, me rio tanto contigo. Eres un encanto. ¡Un abrazo enorme!”


Y poco a poco todo cambiaba a un…


“¡No sabes cuánto te necesito ahora! Te quiero. ¿Quedamos este domingo? Quiero darte una sorpresa ;) (K)”


O el que más me rompió por dentro…


“Eres increíble en todos los aspectos. EN TODOS. Oi amor, que bien nos fue ayer. Pienso repetir. Te vuelvo a avisar que soy una ladrona de corazones (L) Pero recuerda que es nuestro secreto ;) ¡Te llamaré mañana! Un beso y una rosa, de tu nocturna amiga”


Tras estas dulces palabras que para mí eran más bien amargas, relfexioné y reflexioné sobre el tema. Al menos tenía a Ana a mi lado, apoyándome, como una buena amiga haría. Aunque me contradecía todos los pensamientos negativos que tenia sobre la situación, ella sabía que la cosa pintaba mal. Sin embargo, los pequeños detalles, como “nocturna amiga” o “pienso repetir” que me daban a entender que ya había tenido relaciones con ella, no me aclaraban las dudas del todo. Estaba metida en un mundo sin salida, entre la verdad y la mentira. Sin querer creer, pero obviando que era la cruda realidad.


Eitan llegó casualmente por la tarde, al parecer, según nos contó, se había quedado a comer en casa de su amigo. No sé por qué yo pensaba que realmente no se había quedado allí.


-Hoy ha venido a visitarte una chica. – Nos encontrábamos en su habitación. Él ordenaba y doblaba su ropa, y yo estaba apoyada sobre un lado de la puerta, desde el pasillo.


-¿Una chica? – se sorprendió, o eso intentaba disimular. – ¿Quién?


- Carmen me dijo que se llamaba. – en aquel momento se notó la tensión en su cuerpo, que intentó esconder segundos después. – Bueno, realmente prefirió que le nombrara como “tu  novia” – Dejó de hacer lo que estaba haciendo para mirarme. Después sus ojos se inclinaron hacia el suelo. Volvió a mirarme y lo único que se le ocurría contestar era:


-Qué tontería, ¿no? – hasta entonces conseguí mantenerme intacta, casi insensible al dolor. Un poco más valiente, quise ir al grano.


-¿Quién es esa chica, Eitan


-La conocí en una fiesta. – su respuesta fue rápida y clara. Típico comportamiento de alguien que está mintiendo. O al menos eso reflejan las películas.


-Curioso, ella me dijo que es compañera tuya de la Universidad.


-El caso es que también lo es – me sonrió, con una falsedad que se olía desde la otra punta del país.  Ya comencé a perder el control.


-Eitan, ¿por qué me estas ocultando todo esto? – pasó por mi lado para dejar la ropa sobre un mueble que se encontraba a mi derecha, casi rozándome, pero sin llegar a hacerlo. Me estaba torturando psicológicamente.


-No te estoy ocultando nada. ¿Qué te pasa?- Encima me toma como una loca.


-Pues no sé. Que últimamente estás a tu rollo. Hace mil que no me cuentas nada de tu vida. Estás muchos días fuera. Y esta mañana llega una chica a nuestra casa  preguntando por su “novio”.


-Ella no es mi novia.


-No sé lo que es porque no me dices nada. Pero está claro que algo es. Si no explícame los mensajes de tu móvil. – Mi voz empezaba a congojarse mientras le enseñaba la prueba de oro.


-¿Te has puesto a rebuscar mis mensajes? – arrancó su móvil de mis manos. Las lágrimas comenzaban a caer por mis mejillas. Pero el orgullo se las tragaba.


-¡Qué más da! Me estás engañando y te quedas tan tranquilo. Me tienes medio abandonada y ahora me doy cuenta por qué. Si necesitas a otra chica para satisfacer tus estúpidas necesidades de hombre pues adelante. ¡Pero a mí no me utilices ni me trates como a la misma mierda!


-¿Estás loca? ¡Yo no he tenido nada con esa chica! ¡Nada! Desconfías de mí con mucha facilidad, como veo.


-No me des razones para no hacerlo. – Empecé a llorar, no pude aguantar un minuto más. La angustia me salía por la boca en forma de palabras, palabras rabiosas. – Estás en tu mundo, ya no me quieres, ya no te importa nada que no seas tú.


-A lo mejor estoy cansado de vivir lo mismo todos los días. Y me gusta conocer gente y pasar el tiempo con mis amigos.


-Son más importantes que nosotros…


-No.


-Hoy tus mejores amigos hacen dos años y ni si quiera te has dado cuenta. – Dalí del cuarto, porque ya no podía más. Necesitaba descargar todas mis lágrimas sobre una misma almohada. Él me cogió del brazo, pero resistí. Fue en vano, él tiene más fuerza que yo y pudo bloquearme, pero no pudo llevarme hacia él. Jamás me dejaría llevar cuando estoy tan enfadada.


-Rebeca, te prometo que no tengo ni he tenido la intención de engañarte.  – tranquilizó su voz, intentando calmarme a mí también.


-Me has estado mintiendo. ¿Cómo quieres que confíe en ti? – Me limpié los ojos con mis temblorosas manos.


-Está bien, pues quédate conmigo y te lo explicaré todo. Y cuando digo todo, es todo. Te juro por mi tabla, por Robe, por mi familia, por mi hermano, por ti… que te diré toda la verdad.
Se puso frente a mí e hizo que le mirase a los ojos. Busqué en ellos mentiras y más mentiras, pero no encontré nada. Ni tan siquiera la verdad. Recogí aire e intenté mantenerme serena. Él notó que la tensión desaparecía de mi brazo. Me soltó. Se dirigió a la cama y me hizo un sitio a su lado. Entonces, tras un breve suspiro, comenzó a hablar.


-¿Recuerdas la fiesta a la que fuimos Robe y yo de unas cincuenta personas que Fernando…?


-Sí, lo recuerdo. Desde la discusión de aquel día cambiaste. – Le interrumpí. Solo quería saber quién era esa chica y si había pasado algo con ella.


-…allí conocí a Carmen.


-He ahí la respuesta.


-¡No! No es así. Ella intentó conquistarme, pero no caí. Lo único en lo que pensaba era en nuestra discusión. Incluso me fui de allí para evitar problemas. El caso es que desde entonces  he coincidido con ella varias veces y lleva bastante tiempo intentando ligar conmigo. Por eso siempre me manda ese tipo de mensajes. Por eso es tan insistente.


-¿Ella sabe que tienes novia?


-Sí, he ahí la razón por la que ha venido a buscarme. Para crear problemas en mi vida amorosa y estar libre. Es una…


-¿Y ahora yo tengo que creerme que ella es la mala? – Dije rápidamente, sin dejarle acabar. Me miró triste, decepcionado, tal vez. Recogió aire y se puso serio. Sus ojos me daban miedo por tal seriedad. 


-Rebeca… - se inclinó hacia mí, con su mirada bajo la mía – Te prometo que no ha pasado nada entre nosotros. Es solo para complicar las cosas, para convencerme. Yo solo te quiero a ti. Solo quiero que vuelva la misma pasión entre nosotros…


-¿Qué pasó el domingo? – Me sorprendí de mi dureza, pero se la merecía. No podía caer a sus pies por su cara de niño bueno. Cuando alguien me hace daño, es porque ha querido hacerme daño. Y en ese caso no es nada menos que mi enemigo.


-Quedamos para hablar un rato. Fuimos a la bolera y lo pasamos muy bien. Después tomamos algo en una cafetería y entonces vine aquí. Nuestras conversaciones no salían de indirectas y más indirectas.


-¿Por qué no le dejas claro lo que quieres? -silencio-…porque no lo tienes claro.


-No quiero hacerle daño. Es una buena chica, solo está algo desesperada. O es que le he gustado mucho. – Se rió un poco, pero no reaccioné. – No quería preocuparte. Ni que te encelaras.


-Como si yo fuese aquí una celosa compulsiva. ¿No has pensado que, quizás, por no hacerle daño a ella, me lo has hecho a mí?


-Rebeca… perdóname. De veras que no pretendía hacerte daño. – Voz cariñosa, cuerpos en contacto, besos en el cuello, ligeras caricias…


-No. – El dolor es más fuerte que la tentación. Se apartó de mí, como algo enfadado. Su mirada era triste o preocupada.


-Dios, es que soy un imbécil. - Típico. Ahora asume la culpa, después de hartarse de insistir en que era inocente, y comienza a insultarse a sí mismo para encontrar en mí las típicas palabras: "no seas tan duro contigo mismo", "tampoco espara tanto...". Pero no.


-Lo eres. – Sonreí un poco. Empezaba a tener algo de compasión. No quería, pero no podía evitarlo.


-No me harás mejorar así, jo. – La cosa empezó a perder importancia. Eitan empezó a hablar medio en broma. Pero no lo dejaré pasar.


-Que yo sepa no eres tú quien se siente peor aquí. – Silencio, más silencio. – Cuando vuelvas a ser tú, te perdonaré.


Me marché de la habitación. Conozco bien a mi chico, y sé que por lo menos reflexionará un poco sobre el tema. Estoy deseando que todo se solucione. Que vuelva a ser ese chico tan adorable, como cuando tenía 18 años. Le quiero tanto… si elige cambiar de vida, tal y como me dijo que le gustaría, me hará mucho daño. Mucho. Tendré que buscar la forma de disimularlo…





Siete de la tarde. Un día algo frío. Ponemos la calefacción en el salón y sacamos las mantas. Subí un momento para ir a la habitación de mi hermano. En el pasillo me encontré a Ana.


-Ana, ¿tienes algún pañuelo para prestarme?


-¿Y eso? Vente a mi habitación.


-Es que estoy un poco chungo de la garganta, ¿sabes?


-Ah bueno, pues aquí tengo una gran variedad de productos, por si alguno le interesa.


-Perfecto. Iba a pedírselos a mi hermano, pero los suyos son muy afeminados.


-Claro, y yo tengo los mejores, en plan machote, ¿eh? - Me dio un pequeño empujón mientras reía, y comenzó a sacar pañuelos de un cajón. - Está éste verde...


-Demasiado... chillón.


-Éste azul...


-Demasiado... marítimo.


-Éste gris...


-Mu' soso.


-Éste rosa...


-¡Pero bueno! ¿quieres que vaya amariconado?


-¡Mira! ¡Con lo que me salta! Hoy en día el color rosa también lo llevan los hombres, ¿sabes? Aunque bueno, tienes razón, tu eres un caso aparte... - Muerto derisa, la derribé sobre la cama y comencé a hacerle cosquillas a más no poder. Yo mismo me estaba descojonando con solo oír su risa. Pero, fallo técnico:


-jajaja... ¿Alex? ¿Qué es eso que tienes en el cuello? - Intentando que parase, tiró del cuello de mi camiseta.


-¿Qué?


-Esa mancha extraña.


-¡Ahh!...


-Mira, mira... ¡lo espabilado que está Alex! ¿Quién te ha hecho ese chupetón, pedazo de ligón? Jaja que por muy malo que esté, ¡Alex nunca parará! - Me reí con ella. Por un momento me olvidé del peligro que estaba corriendo.


-No, tonta. No es ningún chupetón. ¿Crees que voy siempre de flor en flor?


-Sí. -Volví a hacerle cosquillas, pero esta vez no duré mucho, pues me dolía la cabeza y me sentía cansado. -¿Entonces? No tienen muy buen aspecto. Tal vez deberías ir de nuevo al médico...


-Nah. Ya me dijo que eran normales, que puede que me entre algo de alergia, no te preocupes. Yo puedo con todo.


-Bueno, si tú lo dices... Si te pones peor, llámame y te acompaño.


-Que sí, mamáaa... - Después de otro pequeño empujón, escogí un pañuelo de cuadros negros y blancos, el más simple que tenía.


Sabía que así no podía durar mucho más, pues el médico me dijo que me saldrían más manchas en el cuello. Pasar de no llevar nunca ningún pañuelo a llevarlos siempre era algo demasiado extraño en mí. Tarde o temprano se darían cuenta... y aún no sabía cómo decírselo ni cómo reaccionarían.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Capítulo 53

-¡Qué dices! Estás loco, chaval. Mientras el Madrid tenga a Cristiano en el equipo, el Barça no puede bajar la guardia.

-Já, Robe, ¿alguna vez has visto un partido del Barça? Es mejor en ataque, en defensa, ¡incluso en árbitros!

-Sí, y en el portero también, ¿no?

-Bueno… eso está claro que no. Es que Iker no sabe elegir a un buen equipo.

-Será eso, sí. No que no quiere traicionar a su equipo desde siempre para irse al más poderoso en el momento, como Villa. ¡Que paje’ tonto!

-No confundamos. Villa sabe e-le-gir.

-Villa es un pelma.

-Peor es Cristiano, que es un ejemplo de AMOR PROPIO. Ajú que tío más creío.

-Muy creído que es, verdad. ¡Pero a seis puntos que está del Barça! – empecé a reírme mientras daba un trago a mi cerveza. En cambio, Guille estaba más picado que nunca con la conversación. Fue a responderme cuando entró Ana, ligera, pero sonriente. Aquel día estaba realmente guapa. Sólo me fijé en ella y no hice caso a mi pobre amigo. Le había dado un buen palo, ya no sabía qué decir. Ana desapareció con una dulce sonrisa y un pequeño guiño sin complejos. Mi amigo seguía hablando, alabando a su equipo favorito. -Oye…- le interrumpí – No notas a Ana… ¿diferente?

-Ana está increíble. – Le pregunté con la mirada si me estaba tomando el pelo – Es decir…  me refiero a radiante, ¡a feliz! No me refería de cara para abajo, ¿eh?

-Ya, ya… en fin. Estoy de acuerdo. Pero… le echo un poco de menos.

-¿Tú? Venga hombre, si la tienes en tu cama todos los días… - nuevamente aquella mirada – es decir… que ¡es una forma de hablar! ¿vale?

-Guille, ¿te doy miedo? – dije medio riéndome en su cara.

-Já, já. Me meo de risa. No tío, en serio. No te entiendo. Yo os veo perfectamente. Y te rayas la perola por tonterías que te imaginas. Tú puedes estar con ella. Ahora mismo podrías ir a la cocina, decirle lo guapa que es y darle un beso de fábula. Pero te quedas aquí sentado, desaprovechando esa suerte que tienes. – De nuevo, Guille puso cara de arrepentimiento. Yo no sabía qué responder, pues mi amigo tenía razón. Con ella fui el más feliz del mundo. Y ahora podría serlo también si no estuviera aquí sentado perdiendo el tiempo. 

-Tienes razón. – Me levanté y me dirigí a la cocina. Allí estaba, de espaldas, preparando una gran ensalada para seis. Me acerqué a ella y la abracé, apoyando mi cara sobre su hombro, observando cómo cocinaba. Le di un beso en el cuello. La echaba tanto de menos… - Felicidades. – Susurré.

-Creí que te habías olvidado. – Dijo dándose la vuelta, devolviéndome ese suave beso.

-¿Cómo voy a olvidarme del día en que mi vida dio ese gran paso a la felicidad gracias a la persona más importante del mundo? – Muchos besos y caricias acompañaban la conversación. Ella sonreía.

-Dos años…

-Los dos mejores años de mi vida…

Dejando la ensalada a un lado, la besé con dulzura y pasión al mismo tiempo. Volví a sentir lo que sentía cada vez que estaba a su lado, y volví a pensar que mi vida no podría ir a mejor. Pero sí a peor.

-Oye, se me ha… - Guille entró en la cocina, lo que nos hizo volver a la Tierra. –Lo… lo siento. – Serio, se 
fue de nuevo. Uní mi rostro con el suyo, de manera que nuestras narices se tocaban y nuestras bocas y ojos se separaban por escasos centímetros.

-Tienes que hablar con él.

-Tampoco es para tanto…

-Vamos, Ana, que se nota perfectamente. Antes, cuando estaba hablando con él, vi cómo se quedaba pescando, mirándote.

-No quiero volver a hacerle daño. Y no creo que sienta tanto por mí.

-¡Pero si está claro! – Me separé de ella. Me di la vuelta y me apoyé sobre el fregadero. – Siendo como es Guille, cualquier día de estos conseguirá su objetivo.

-¿Perdón? Yo no estoy enamorada de él. Es mi mejor amigo, eso es, y me importa. No quiero que se enamore de mí porque le haré daño al decirle que eres tú y no él. – De nuevo, me giré, y la vi algo preocupada.

-Bueno, no te preocupes. Seguro que encontramos el modo de que lo entienda sin que le duela mucho.

-Se lo digamos como se lo digamos, le dolerá. Yo sé lo que se siente cuando la persona de la que te has enamorado te rechaza. – Con unos ojos casi llorosos, me hizo entender aquella frase.

-Ahora estoy contigo y nunca te volveré a rechazar. – Nos dimos un abrazo y decidimos seguir preparando la comida mientras hablábamos del tema y buscábamos la forma de desenamorar a mi amigo de mi novia.



Cantaba mientras daba un último repaso a la alfombra del salón con la aspiradora. Mientras Ana terminaba con la comida y Robe ponía la mesa, subí las escaleras para cambiarme, ya que mis pintas no eran las más adecuadas. Un moño medio suelto, vestida con un camisón enorme sobre unos legins deportivos y las zapatillas de casa. Muy cómoda que estaba, realmente.

De pronto llamaron a la puerta. Aún no había subido del todo la escalera, y tuve que bajar corriendo a abrirla, ya que ni Ana ni Robe podían. Y Guille simplemente no daba señales de vida.

Una chica muy arreglada esperaba tras la puerta. Me gustó mucho su camiseta, una clásica con un bonito escote. Supuse que se trataba de la amiga de Guille.

-¡Hola! Buenos días.

-Buenos días. – me gustaba bastante para Guille. Parecía una chica alegre, y además, educada.

-¿Aquí vive Eitan?

-Si, si. Pero ahora mismo no está. ¿Quién pregunta por él?

-Una compañera de Universidad, Carmen –sonrió de una forma que no me gustó nada – ¿puedes decirle que ha venido su “novia”? - ¿Su “novia”? ¿Cómo que su “novia”? La conversación acabó con mi afirmación a la pregunta, y un seco “adiós”. Justo después de cerrar la puerta corrí a la habitación de mi chico.

-¿Quién era? – preguntó medio a voz en grito Guille, al pasar por el pasillo. No respondí. Eitan estaba en casa de un amigo, estaría a punto de llegar. Por eso sabía que no se había llevado el móvil consigo. Miré entre sus mensajes recibidos, de los cuales no encontré nada sospechoso. Lo gracioso era que todos aquellos mensajes que estaba buscando de esa chica estaban guardados en “borradores” Y no eran mensajes precisamente inocentes.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Capítulo 52




Era martes, por la tarde-noche. Un día apagado, pues la lluvia no cesaba. Desde por la mañana temprano, litros y litros caían del cielo con mucha fuerza, haciendo que todo el mundo permaneciera en sus casas, incluídos Krash y Maya, a quienes les encantaba jugar en el jardín, y quienes estarían ahora acurrucados en su manta.
El limpiaparabrisas llevaba un ritmo acelerado, pero no molesto. No sonaba muy fuerte, mas cuando la radio cambiaba de canción, era el único que se atrevía a romper el silencio. Escuchábamos canciones antiguas que todo el mundo conocía, pero la mayoría había olvidado. Llevábamos diez minutos de camino, y aún nos quedaban otros diez. Alex y yo, algo serios, nos dirigíamos al médico. Últimamente no se encontraba bien, por no decir directamente que estaba mal.
Cada uno estábamos pensando en lo suyo. Los dos, callados, mirábamos hacia un lado distinto. Yo, hacia delante, y Alex se apoyaba sobre su mano, viendo la gente pasar y la lluvia dejando gotas en el cristal. Por fin, alguien, además del limpiaparabrisas, rompió el silencio:
-Entonces, todo el mundo se comió el bocadillo de tortilla. Y tortilla se quedó sin bocadillo. - Alex soltó uno de sus chistes de la lista que llevaba escribiendo desde que empezó la universidad. Pueden haber unos doscientos o trescientos, y ese no lo había escuchado nunca. Sonreí débilmente.  En el fondo tenía gracia.
-Y el niño dijo: haré el trabajo solo, sin nadie. Y nadie se quedó sin hacer el trabajo. - Conseguí sacarle una sonrisa a él también.
-Ese es mío.
-Usted perdone, mi señor. - Mi amigo me miró, algo extrañado.
-Fea, ¿te pasa algo? - Le devolví la mirada, algo seria.
-¿Fea?
-Ui, perdone mi Señora Ana. ¿Le ocurre a usted algo que necesite de la ayuda de un pobre campesino como yo? - Soltamos unas carcajadas juntos.
-Jajaja, era broma, tonto. Nah, no me pasa nada, es que la lluvia me deprime cuando conduzco.
-Aaaaaaah, menos mal. Si no, habríamos tenido un accidente.
-¿Un accidente? ¿Qué tiene que ver un accidente con que la lluvia me deprima a la hora de conducir?
-Si te pasara algo, te haría tales cosquillas que se descontrolaría el coche y... ¡pum! - Hubo unos pocos segundos se silencio, donde las únicas que hablaban eran nuestras sonrisas. Especialmente la mía.
-Perteneces a ese 5% de la gente que no cambia su estado de ánimo por muy mal que se encuentre. Me encantas, Alex. Eres la puta ostia. - Aprovechamos el semáforo en rojo para darnos una brazo. ¿Cuánto hacía que no pasaba un rato a solas con el loco del grupo? Olvidé lo que era reír a carcajadas y quedarse sin aliento, y este fenómeno de chico me lo recordó en lo que quedaba de camino.
Llegamos al hospital, y Alex entró en la consulta. Yo me quedé en la sala de espera. Veinte minutos después, salieron los dos, hablando. No me enteraba muy bien de qué decían porque me encontraba sentada lejos de la puerta, y me daba la sensación de que estaban susurrando. El médico le dio unas palmaditas en el hombro a mi amigo, y se metió de nuevo en la pequeña habitación de la que habían salido.
-¿Qué tal?
-Pues nada, que tengo un gripazo del c...
-Enorme, ¿eh? - Sonreímos.
-Bueno, vámonos que me dan chungo los hospitales.
-¿Te ha dicho qué te tienes que tomar?
-Sí, unas pastillas. Me dijo que me llamará para que venga a por la receta.


Metí el papel doblado en el bolsillo delantero del pantalón antes de que Ana lo viera. Nunca olvidaré la última frase que me dijo antes de irme, acompañada de unas palmatidas en el hombro.
Al llegar a casa, abrí de nuevo el papel. Lo leí y lo releí. A continuación, cuando ya lo tenía perfectamente grabado en mi memoria, lo partí en trocitos lo más pequeños que pude y los arrojé a la papelera. Me puse una bufanda alrededor del cuello y bajé al salón para disimular que efectivamente era una simple gripe.