jueves, 5 de abril de 2012

Capítulo 61

Un ambiente frío y agrio contrasta con el  sofocante calor del asfalto del parking del hospital cada vez que se abren automáticamente sus puertas. Mi cara debió ser un poema cuando entré de golpe en la primera planta, ya que una enfermera se acercó para  atenderme nada más llegar.

-¿Sala de emergencias de la UCI?

-Segunda planta, sígame.

Entre un laberinto de pasillos blancos y habitaciones, todas iguales, intenté seguir el ritmo de la joven enfermera. Me llevó hasta una sala de espera.

-Le llamaremos cuando pueda pasar a la habitación. Espere mientras tanto. - Me dijo.

-Muchas gracias – respondí mientras cobraba de nuevo el aliento. Allí estaban sentados en silencio Ana, Rebeca y mi hermano. Con la cabeza baja, oyeron mis pasos, acelerados pero silenciosos.

-¡¿Qué ha pasado?!

-Robe… ha caído y ha perdido el conocimiento.

-¡Dios mío! ¿Está bien? – Alex se levantó y aún con la mirada baja me contestó:

-Ha sido por mi culpa.

Tras unos minutos esperando en la sala número 5, Alex me aclaró todo lo ocurrido. No podía creerlo. - ¿Se pondrá bien Robe?- me preguntaba continuamente… hasta que nos llamaron.

Pasamos a una habitación con varias cortinas.

-Pasad por aquí. – nos señaló la enfermera. Delicadamente nos abrió una de las cortinas, y allí estaba. Tirado en una camilla, casi ileso, con una mascarilla en la boca y un pesado aparato marcando sus latidos a su lado derecho. En su lado izquierdo un gotero le alimentaba mientras él dormía profundamente. Una sola herida en un lado de la cabeza… el pecho descubierto… y dos ojos totalmente cerrados. Ni un solo movimiento. Ni un solo ruido en la habitación, a parte de sus digitales latidos y nuestra fuerte respiración.

Nos colocamos a su alrededor mientras la enfermera nos explicaba su estado. Ana se tapó la boca con su mano temblorosa, y de sus ojos solo salía angustia en forma de leves lágrimas. Alex, aún con las enormes ojeras de no haber dormido nada durante la noche, clavó la mirada en Robe. Rebeca, sin embargo… me miraba a mí. Sus oídos no querían oír lo que la enfermera nos decía. Solo quería un punto de apoyo, y ese mismo punto de apoyo era yo. Se abrazó a mi asustada, buscando calor. Mis brazos la protegieron, aunque en el interior, ellos también buscaban dónde resguardarse del miedo.

En coma. Está en coma. ¿Durante cuánto tiempo quedará así? No lo sabían.  ¿Se recuperará del todo? Nada sabían. O peor aún, ¿se despertará algún día? Tampoco tenían la respuesta.

Si unos profesionales no saben respondernos a esas preguntas… ¿quién lo hará? Dios mío, Robe. Despierta ya de ese sueño eterno. O al menos, despiértanos a nosotros de esta pesadilla…



Sentía que todo se venía abajo. La enfermera hablaba despacio y con voz suave, seguramente acostumbrada a dar malas noticias. Casi se podían leer sus labios. Pero yo hacía caso omiso. Le miraba a él. Y cada punto de su cuerpo me hacía darme cuenta de que mi vida se estaba rompiendo en pedazos. ¿Es verdad todo esto? ¿Hay alguna cámara oculta? Porque no puedo creerlo. Le veía ahí, tumbado, dormido en un sueño que quién sabe cuando acabará. ¿Quién me hará ahora sonreír? ¿Quién me dará esos cálidos abrazos que me quitaban cualquier miedo y toda sensación de frío? ¿Quién...? No puedo seguir. No puedo seguir viendo cómo la pequeña parte de mi vida que vivimos juntos pasa por mi mente segundo a segundo. Esa pequeña parte que fue también la más hermosa. Y me di cuenta de que sin él no soy nada.

Lágrimas y lágrimas caían por mi rostro, humedeciéndolo. Mi corazón latía lentamente. No tenía fuerzas para ponerme a gritar. Solo lágrimas, y silencio. Mis ojos, abiertos a más no poder, apenas parpadeaban. Ni quitaban la mirada de su apagado cuerpo, cubierto por sábanas y reliado por cables que controlan ahora su vida. ¿Acaso se merece esto? ¿Hay algo más injusto? ¿Por qué no soy yo la que está ahí tumbada a punto de morirme? Lo preferiría.

La enfermera se fue de la habitación. No he escuchado nada de lo que ha dicho. Mi mente y mi mirada, fijas en un solo punto, no se daban cuenta de que ya me estaba chocando con los pies de la camilla. Me acerqué a él. Me coloqué a su lado. Agarré su mano, la besé, y la volví a posar sobre su pecho. Le acaricié la mejilla. ¿Por qué no despiertas? ¿Por qué tiene que ser todo esto así, si sabes perfectamente que si te vas, me voy contigo?

Alcé la mirada. Alex ya no estaba en la habitación. Sentado en el pasillo, miraba hacia el suelo. Ese era su único punto de referencia. En cambio, Rebeca y Eitan, abrazados, tenían su mirada clavada en mí. Me di cuenta de que las sábanas estaban mojadas a causa de mis lágrimas. Intenté secarlas, pero, ¿para qué? ¿Va a devolverme eso la felicidad? Son unas sábanas que cuando se ensucien se lavarán y se reutilizarán, como si no hubiera pasado nada. En cambio, esa persona, a la que ahora mismo resguardan, no es reutilizable. No se puede cambiar por otra. Porque no hay otra igual en todo el mundo.

Rebeca se acercó a mí. Separó mi mano de la de Robe. - Ana..., ven... - Susurró. Salimos al pasillo. Todo blanco. Monótono. Triste. Silencioso. Guille acababa de venir, y nada más verme se lanzó a mis brazos y comenzó un enorme abrazo que tardaría minutos en terminar.