sábado, 9 de junio de 2012

Capítulo 63


Diez de la mañana. La habitación estaba oscura, y el silencio la inundaba. Pero algo lo interrumpió: el odioso despertador comenzó a sonar. El pitido retumbaba en mi cabeza. No podía levantarme, llevaba toda la noche sin dormir. De vez en cuando escuchaba un ladrido, una puerta cerrarse o el cortacésped del vecino, demasiado madrugador. Y pasaban los minutos y las horas, sin poder relajarme y cerrar los ojos. A veces me levantaba solo para andar un poco y no aburrirme, e incluso llegué a encender el ordenador y ver algo a eso de las tres. Nada. No pegaba ojo. Estuve así toda la noche, hasta que sobre las siete conseguí quedarme dormida. Ahora no puedo apenas apagar el maldito despertador, que lleva como dos minutos sonando.


Seguí durmiendo un poco más, pero un mensaje en mi móvil volvió a despertarme. Era de Eitan, diciendo que fuera al hospital.


Tras levantarme, después de tres míseras horas de sueño, me tomé un vaso de leche y un trozo de bizcocho del día anterior. Rebeca no estaba en casa, algo extraño para ser domingo. el bizcocho me despejó bastante, y una buena ducha terminó con la morriña. Después de unos minutos en coche escuchando canciones antiguas en la radio, llegué al hospital, más temprano de lo normal. 


Habitación 177, al fondo del pasillo, justo al lado de una gran ventana que daba a una enorme vista (algo bueno en este sobrio hospital). La puerta estaba abierta, así que entré a hurtadillas. Eitan estaba sentado en el sillón junto a Robe, durmiendo. Seguramente no habría podido dormir por la noche, pues ese sillón es uno de los más incómodos de la habitación. Los otros los tenían los familiares del hombre tras la cortina. Dejé suavemente el bolso y la rebeca en una pequeña mesa junto a la puerta, pero las llaves hicieron a mi amigo despertar.


-Por fin has llegado. – Dijo, levantándose y cogiendo las cosas. – Tengo que irme, gracias por venir. Hasta luego, fea. – Y así, sin más, salió con prisa de la habitación cerrando la puerta tras de sí.


Lo dejé estar y me acerqué a Robe. Le di un beso en la frente con ternura y le susurré: “buenos, días”, como hacía todas las mañanas que pasaba con él. Me quedé unos segundos mirándole, algo había cambiado: no estaba intubado. En vez de aquel tubo que le hacía respirar, tenía una simple mascarilla. 
Me alejé y me asomé al pasillo, donde vi a una enfermera hablando con una pareja, dos o tres habitaciones más allá. Iba a preguntarle el porqué, pero entonces empecé a pensar y me quedé paralizada: ¿y si se ha ido? ¿Y si es por eso por lo que ya no le controlan la respiración? ¿Y si ya no quedan más esperanzas? ¿¡Por qué no se escuchan los pitidos de su corazón!? 


¿Robe…? ¿SIGUES AHÍ? ¿¡¡ROBE!!? 


-[...]Me encantan tus besos de buenos días…


Atónita, dejé mi mente en blanco por completo. Y una lágrima tardó a penas seis segundos en caer por mi rostro. Despacio, aún sin creérmelo, me giré.


Robe había abierto los ojos, apartó la mascarilla y, de su boca, además de esas bonitas palabras, también salía una sonrisa. En cambio, de mis ojos solo salían lágrimas y más lágrimas nerviosas por la situación. No sabía cómo reaccionar, si sonreír, si gritar, si abrazarle eufóricamente. Y pensar que llevaba un mes imaginando y deseando este momento...


-Robe... - En un intento de habla, susurré su nombre. 


-Me he recuperado, cariño. Mañana me dan el alta. Ana... ya estoy aquí, contigo – puso sus brazos en posición de abrazo y, sin dudarlo, acudí a ellos, despacio, emocionada, sin creerme lo que estaba pasando. Me moría por besarle y pegarme a su cuerpo para no soltarle nunca más. Entre sus brazos me sentía como en el mismo paraíso. Por fín… todo acabó.





Todo ha acabado. Por fín todo se ha solucionado, o casi todo. Después de un día tan largo y cansado, entré en mi oscura y vacía habitación. Botón a botón la camisa se iba despegando de mi caluroso cuerpo. Miré al espejo… No encontré sonrisa en mi rostro, ni si quiera una expresión de alivio. Nada. Me asomé a la ventana mientras me colocaba el pantalón del pijama. La noche estaba tranquila. Demasiado tranquila. Me quedé mirando sin pensar al horizonte. Mi mente estaba en blanco… estaba demasiado cansado como para seguir pensando. Oí de repente una dulce voz venir del pasillo. Ella, alegre, cantando una canción mientras entraba en la habitación, ella bailando cuidadosamente y sin hacer ruido por respeto al sueño del resto. Ella y sus brillantes ojos. Ella y su deliciosa sonrisa. Le regalé otra algo más breve y me metí en la cama. Las sábanas estaban frías… Pero me gustaba la sensación. Rebeca se desnudó mientras tarareaba la simpática melodía. Cada parte de su cuerpo es perfecto… Desearía levantarme y acariciarla, abraza, besarla… Pero mi cuerpo no podía más, y conseguí dormirme.


Eran las tres de la mañana y volví a despertarme. Algo me inquietaba. Y ese algo no me dejaba dormir. Me senté en el borde de la cama silenciosamente y tras pensar unos segundos y espabilarme un poco, fui hasta la habitación de mi hermano. Me asomé con miedo, pero allí estaba. Acurrucado y durmiendo como un auténtico diablillo. Bajé a la cocina a tomar un vaso de agua y volví a mi habitación. Intenté que nuestra puerta no chirriara, y entré despacio. Me quedé mirando por la ventana de nuevo, pero una voz me sobresaltó:


-Eitan… ¿Qué haces? – Se desperezó y volvió a preguntarme. - ¿No puedes dormir?


-No…


-¿Por qué?


-No lo sé… Pero no puedo.


Dio unos golpecitos en mi lado de la cama. Quería que me acostara a su lado y no pude evitar reírme. Incluso en mis peores momentos lo consigue. Así que hice caso a sus órdenes. Una vez tumbados cara a cara se acurrucó en mí y se dispuso a hacerme la gran pregunta: 


-Eitan, todo ha acabado ya. Robe mañana viene a casa, por fin. Hemos tenido mucha suerte, podría haber sido mucho más que un mes…. Así que, ¿por qué estás mal?


-¿Que por qué estoy mal?... Rebeca… - cogí aire e intente contener el agobio que me asfixiaba.- Desde los doce años no he vuelto a pasar noches como las que he pasado. No he estado a punto de perder solo a mi mejor amigo…


-¿A quién ibas a perder? ¡Si todos somos una familia! – me sonrió inocentemente. Aún que no me gustara, tenía que decírselo.


-A mi hermano…


-Alex está distante por su problema… pero lo pasaremos juntos, verás que sí. Es un chico muy fuerte. – Hasta un cierto punto esa última frase me hizo algo de gracia. Fuerte… claro… 


-Ha intentado suicidarse. – Cuando la miré a los ojos me arrepentí de haberlo dicho tan bruscamente. Era la primera vez que veía tanto miedo y asombro junto en ellos. – Pero no te preocupes, llegué a tiempo y ahora está bien. Creo que ha recuperado un poco la ilusión.


-Dios… mío… - Silencio, un insoportable y triste silencio. Me sentía como una auténtica mierda y mi alma se derrumbaba por momentos.


-Rebeca… Yo ya no puedo más. – Hasta que exploté – ¡De verdad que no puedo! Son demasiadas cosas para asumir, son demasiadas responsabilidades.


-Tú siempre has sido muy responsable y siempre has podido con cualquier cosa.


-¡Pues estoy harto de serlo! – Escondí mi cabeza entre mis manos, apretándola con rabia. - ¿Por qué tengo que llevarme yo todo el marrón? ¿Qué he hecho para merecerlo? – Las lágrimas empezaron a escaparse de mis ojos sin querer. – Aún no he superado del todo lo de mi padre… Y ahora mi hermano quiere suicidarse. He estado a punto de quedarme sólo, Rebeca… Mi madre no habría aguantado esto.


-Yo estoy aquí, Eitan, y siempre me tendrás para lo que sea. No estás solo.


-Tú eres la única razón por la que sigo luchando. Sin ti… Yo ya me habría ido al paraíso del otro mundo.


-¡¡No digas eso!! 


-Es la verdad… - No podía parar de llorar, como un niño pequeño cuando pierde a su juguete preferido. Me abracé a ella… y ella me dio el calor que necesitaba. El cariño, la compasión, el apoyo… La amo. 


-Has sufrido demasiado. Pero lo has conseguido. Y tú solito. Has salvado a tu hermano y le has devuelto la ilusión que hace unos días había perdido completamente. Has cuidado de tu mejor amigo como a tu propia vida, y mírale, recuperándose con el amor de su vida. Has ayudado a Ana a sobrellevar todo esto, consiguió sonreír gracias a ti. Cuando Guille parecía irse del grupo, tú le reintegraste. Me has hecho la chica más feliz del mundo, me has cuidado, me has amado, me has hecho sonreír y llorar cuando más lo necesitaba. Eitan… nunca nos separaremos de ti ni te dejaremos solo, porque es como si te debiéramos mil cosas. Te quiero, mi niño. – Me regaló un beso que jamás olvidaría. Ya me sentía algo mejor, me limpié la cara en el baño con una toalla y volví a su vera. Por fin pude dormir de un tirón. Su tacto me acariciaba, sus latidos me calmaban, su calor y sus besos me volvían loco… ya entiendo porqué me han pasado tantas desgracias. Es una manera de compensar el que ella esté a mi lado.