jueves, 25 de noviembre de 2010

Capítulo 2


- Vaya, no tenía ni idea... Lo siento. Pero ha sido precioso, en serio. ¡Has conseguido ponerme triste! ¿Te has planteado alguna vez escribir?

-No… La verdad es que no… - murmuré mientras reía.

Rebeca es una chica muy simpática. Nos conocemos desde hace tan solo unas semanas, cuando me senté junto a ella el primer día de instituto. Estamos en la misma clase, en 3ºA de la E.S.O. La verdad es que tenemos un montón de cosas en común. En poquísimo tiempo se ha convertido en mi mejor amiga, y yo en su mejor amigo. ¡Nunca había conocido a alguien tan parecido a mi!

-Entonces…  ¿Dices que estuviste casi  seis meses sin salir y sin hacer nada divertido? –Preguntó con curiosidad.

-¡Pues si! Es que… La muerte de mi padre pudo conmigo totalmente. No tenía ganas de nada. Tal vez te parecerá exagerado, pero soy así. – No pude evitar sonreír aun hablando de aquel tema, pues su cara me parecía graciosa, alegre… Sí, era bastante mona, la verdad.

-¡Qué va! Lo entiendo perfectamente. ¡Debió ser durísimo! Pero yo jamás aguantaría más de un mes sin divertirme con mis amigos… - Comentó, sonriendo.



Vaya, pobre Eitan… ¡Debió ser horrible para él! Estar tantos meses encerrado… ¡No puede ser! Con la sonrisa tan bonita que tiene… ¡Debe enseñarla más a menudo, hombre! Uf… Rebeca, no digas nada que ya sabes que los chicos de hoy en día solo quieren liar las cosas. Como digas que Eitan tiene una bonita sonrisa, ¡adiós! Se monta un pollo… ¡Bah! No quiero líos. ¡Me cae demasiado bien como para perder a un amigo así! Cambiando de tema…

-Bueno Eitan, me gustaría presentarte a una amiga en el recreo. Se llama Ana, y tal vez sea un poco tímida al principio, pero luego se suelta. ¡Tranquilo! – Le comenté mientras sacaba los libros de biología.

-¡Claro que sí! Ya sabes que cuantos más, ¡mejor!



Llegó la hora del recreo. Rebeca me condujo hasta el lugar donde se encontraba esa tal “Ana”.  Allí estaba, junto a la canasta de baloncesto.

-¡Hola! – Becky saludó eufóricamente a su amiga mientras le abrazaba.

-¿Qué tal guapísima? ¡Anda! Tú eres… Eitan, ¿no?  Yo soy Ana, encantada.

-Igualmente. Rebeca tenía muchas ganas de presentarnos, ¿eh? – Risas.
Me gustaba llamar a Rebeca, Becky. Me parecía un nombre divertido para ella. Le describía totalmente, y además me contó que así es como le llaman cariñosamente.

Eran las cinco de la tarde cuando me encontraba en mi cuarto escuchando música, para variar, y terminando la tarea.

-¡Eitan!

-¡Dime mamá!

-¡Roberto al teléfono!

Bajé las escaleras pensando en una ecuación de matemáticas. Cogí el teléfono del salón.

-Cuéntame, Robe.- Aún pensaba en la maldita ecuación que no me cuadraba.
 
-Hace un día perfecto para ir a la pista de skate, ¿te vienes? - No le presté mucha atención. 

-Eh… Sí, sí, claro. – Respuesta que siempre funciona.

-Pues nos vemos allí dentro de quince minutos. ¿Okey makey?

-¿Dónde? – Vale… No siempre funciona.

-¿En la pista de skate a lo mejor? – Dijo sarcásticamente.- ¿Estás empanao o qué? ¡Sabía yo que esa nueva chica te iba a lavar el cerebro!

-¿Te refieres a Rebeca?

-¿A quién si no? ¡Es con la única que te quedas embobado!- Dijo a carcajadas. – Tendrías que verte con esa sonrisita tonta que se te pone cuando hablas con ella.

-¿Qué dices? ¡Déjame en paz! Yo no me quedo así, ¿vale? – Ese comentario me molestó un poco.  – Además, estaba pensando en una ecuación de mates, no en ella, ¡imbécil!

-¡¡Peor me lo pones!! Venga, que es broma, nos vemos dentro de un rato. ¡Hasta luego 'shulo'!

Robe colgó el teléfono en seguida, pues quiso evitar mi “discurso sobre lo que me molesta”, como él dice. A veces dejaría de hablarle. Pero después lo pienso mejor y sí, es un gran amigo.

Recogí el lío que tenía montado en mi mesa, aún pensando en la ecuación, y abrí el armario en busca de mi skate.

-¡¡Alex!! – Grité al ver que no estaba - ¿Has visto mi skate?

-¡Dios! ¿Quieres tranquilizarte? ¡No paro de dar botes! – Me contestó desde su habitación.

-¡Aaa, pringui!

-Ayer lo dejé en la puerta, esperaba que lo subieras.

-¡Mierda!- Grité. En mi calle vive un niño de unos siete años que es un auténtico crack con el skate. Sabe hacer todo tipo de movimientos. Lo malo es que hurta mejor que nadie. No puede estarse quieto y lo que vea, para él se queda. Supuse que mi skate en la puerta no habría sobrevivido durante la noche. Ese niño sabía cómo entrar en mi casa. Puede que por algún agujero, alguna parte de la verja que esté rota, o teletransportándose. Pero el caso es que me quedo sin skate.

Cuando salí lo vi paseándose por la calle con mi preciado monopatín. Iba cuesta abajo, haciendo muecas, para animarme a perseguirle. Cosa que consiguió.

Y A punto estaba de cogerle cuando dobló la esquina, alejándose. Me cansé de correr.

El niño desapareció. Me quedé extrañado. No estaba, y el sonido del skate también había desaparecido, pero sí se escuchaba a alguien hablando.

-¿Otra vez? ¿De dónde lo has cogido? ¡Qué niño...!

Miré entre los coches aparcados, buscando aquella voz que me sonaba tanto.
Cuando pasé cerca de un coche azul, vi a ese mequetrefe hablando con una chica. Su cara me era familiar. Cuando se incorporó, la reconocí: Ana, la chica que me había presentado Becky por la mañana.

-¿Ana?

-¡Hola, Eitan! ¿Es tuyo? – Preguntó enseñándome el skate.

-Ehh… Sí. ¿Le conoces? – Pregunté señalando al niño.

-Es mi primo. – Dijo, sonriendo.

-Ahh… Pues… Tu primo… - "¿Quién puede odiar a un angelito como este?" Pensaría.

-Sí, puedes echarle todas las broncas que quieras. Yo estoy cansada de decirle que no puede ir por ahí cogiendo las cosas de los demás.

-Escucha a tu prima, ladronzuelo. – Le dije al niño. Me sorprendió que ella pensara lo mismo. Sólo con ver su cara me descomponía. Llevaba dándome la lata desde que nació.

-¿Vives por aquí?

-Sí, en esta calle.

-¡Anda! Yo vivo en esa. – Señalé la mía con la mirada.

-Pues no te había visto antes.

-Ni yo. - Se produjo un silencio un tanto incómodo. No tardó en romperlo.

-Bueno, voy a dar una vuelta. ¿Vienes? 

-No puedo, lo siento. He quedado con un amigo en la pista de skate. ¿Quieres venir tú? - Me pareció buena idea que viniera. Así podríamos conocernos mejor. Parecía buena chiquilla.

-Lo siento… Tengo que cuidar del chico. Espero verte otro día.

-Lo mismo digo. ¿Cuál es tu número?

-6. 

-18.

-A partir de ahora, no vuelvas a molestar en el 18. ¿Queda claro? – Advirtió al peque, riendo. 

Su risa contagiosa hizo que me riera yo también. - Sí, me cae bien. - Pensé. 
Miré la hora. Había pasado más tiempo del que creía. Skate en suelo y una brisa fresca en la cara. Robe me mataría.