viernes, 28 de octubre de 2011

Capítulo 50

La oscuridad de la noche. El frío del invierno y el calor de mi vieja cazadora. Ruidos y silencio en una misma zona…
Entre las casas de una urbanización medio abandonada encontramos la fiesta. Se oía música a todo volumen en un apartamento abarrotado de gente. Risas, cantos, charlas…
Robe llamó al telefonillo. “¡Está abierta!”, se oyó desde el jardín. Cruzamos la verja y directamente nos dirigimos a la zona de atrás. Allí había un porche y mesas llenas de aperitivos.  Unas treinta personas estaban dispersas por el césped, hablando, con vasos en la mano y sonrisas dibujadas en sus rostros. Nos servimos unas bebidas con cola y nos fuimos integrando en los diferentes grupos.


-¡Hola, Eitan!, Me alegro de que hayas venido. ¿Y Roberto?


-Hola, Mario, pues por ahí debe estar.


-Genial. Oye, deja tu cazadora dentro si quieres. Deja de hacer frío después del primer cubata – dijo riéndose. Le sonreí divertido - Ven, sígueme.


Entramos en el chalet, otras veinte personas estaban vagando por él. La mayoría de ellas eran parejas enrollándose por las esquinas y sofases, o gente ya borracha yendo de baño en baño.
La noche si quiera había empezado y la gente se hartaba de beber y beber. Menos mal que la gran mayoría eran chicos y chicas normales, sin el objetivo de acabar vomitando en el parqué del salón.
Conocimos a muchísima gente de otras universidades y de otros cursos. En uno de los grupillos donde estuvimos Robe y yo conversando (sobre los homosexuales) Fernando se atragantó con una enorme miga de pan, y me acerqué a por algo de agua a la cocina intentando parar de reír. Por poco tuve que salir corriendo al baño. Esa combinación de carcajada intensa y chorrito de agua cayendo en el interior de un vaso… era una tentación.
De repente se acercó a mí una chica. Baja, morena, bastante mona y muy sonriente. Se colocó a mi lado, y se sirvió algo más de coca-cola.


-Hola. - Su sonrisa era deslumbrante y grande, pero no por eso dejaba de ser bonita. Respondí con una media sonrisa y un animado saludo.


-¿En qué universidad estás? En la mía seguro que no. – Vaya, encima simpática la chiquilla. Volví a sonreírle, esta vez mirándole a los ojos.


-Estoy en Ciencias Medio Ambientales, ¿y tú?


-Magisterio de Matemáticas, principalmente.


-Vaya, ¡estoy hablando con una cerebrito! – me giré hacia ella sin parar de sonreír. Ella por un momento se puso seria. ¿Le habrá molestado mi broma?


-Te parece una frikada, supongo… - dijo algo triste.


-¡Qué va! – Intenté animarla – Para mí es todo un placer… - me miró algo más contenta -… hablar contigo. – Esa frase no la debí decir. Parecía una indirecta. Se percató, y estuvo toda la fiesta hablando conmigo. Nos reímos muchísimo, era una grandísima chica. Sin darme cuenta, añadí varias indirectas más… y empecé a asustarme.


-Robe, tío, vámonos ya.


-¿Por qué? ¡Si lo estamos pasando estupendamente! Además, ahora vamos a bailar.


-Pero es que Carmen está demasiado…


-Buena.


-… - Empezó a sonar una canción bonita, no muy lenta. Noté el tacto de ella en mi brazo, y su barbilla clavada en mi hombro.


-Baila conmigo, porfi… – Me cogió de la mano y me llevó hasta la zona donde había dos o tres parejas más bailando. Colocó sus brazos a los lados de mi cabeza. Mis manos tocaban su delgada y figurada cintura. Acercó su cara hacia la mía. Nunca sentí tanta incomodez y nerviosismo. Sus grandes ojos azules me miraban fijamente. Me pedían que tocara su cuerpo, que le acariciara. Me sonreía con deseo. Sabía que si no hacía nada en ese momento, finalmente acabaríamos besándonos como mínimo. Ella era una tentación para cualquier hombre. Pero al verla a ella también veía a mi chica… y no podía sentir otra cosa más que culpabilidad. Volví a la realidad y la canción ya estaba acabando. Acercó sus labios a mi oreja, susurrando, sensualmente…


 -Si quieres, te llevo a una habitación de las de arriba, y… - se mordió el labio mientras me miraba con cara de pillina. Por un segundo me quedé mudo, sin saber qué hacer ni decir… Esos mares azules me invadían por dentro. Hice ademán de volver en mí, en un pequeño meneo de cabeza. La miré fijamente, con cara de preocupación. En pocos segundos me separé de ella mirándola aún. Frunció el ceño, sin comprender mi comportamiento. Miré al suelo, y le dije medio tartamudeando:


-No… no puedo.


-¿Qué? Vamos, lo estás deseando… - Esa chica tímida y estudiosa que me sirvió un poco de coca-cola se transformó completamente. Su estúpida sonrisa no me convenció. Hasta ahí llego. Le interrumpí al tenderle la mano en señal de que parase.


-Me caes muy bien, Carmen. Pero nada más. – Ee di la vuelta y busqué a Robe. Le dije que me iba a casa y él decidió quedarse. Después le acercarían.








-¡¡Ganas por dos puntos!!


-¡Oh my god!


Estabamos jugando a la cartas, y Rebeca iba por delante. En cambio, Alex…


-Joder, he vuelto a perder. Es que este juego es para pensar… ¡y entonces no es divertido!








Fui a poner la televisión, en busca de alguna película. En uno de los canales, estaba repitiendo las noticias del día de hoy. Me detuve a verlas al oír el tema: “Mujer embarazada tiene un accidente de coche en Valencia”…








“RING RING”
Mi móvil comenzó a sonar. Le levanté el dedo índice a Laura como señal de que esperara un momento. Cogí la llamada.


-Roberto…


-Dime


-¿Dónde estás?


-En una fiesta, ¿por qué?


-He perdido al niño.


-¿¡Cómo!?...








Entré en la cocina a por un paquete de Pipas Facundo (“las mejores del mundo”)  Oí la puerta de entrada abriéndose y las llaves caer sobre la cómoda después del pequeño portazo.


-¡Buenas noches, hermano! – se oyó desde el salón.


-¿No deberías estar en la cama, enano? – su voz tan apagada y seria como cuando se fue.


-Estoy pasándomelo pipa aquí con las nenas. ¡Por cierto! ¿¿Y esas pipas?? – fue un gritó literalmente “de campo” Algo así como “El Tío la Vara”.


-Aquí están. – pasé por delante suya, sería, mirándole de reojo.


-Hola… – se atrevió a saludarme, pero no respondí. Ana hablaba por teléfono y no se enteraba de cómo iba el tema.


Subió a la habitación. Alex y yo seguimos con nuestra partida, en la que de nuevo estaba ganando yo. En mi interior no paraba de pensar en Eitan. Me sentía mal por todo, pero sabía que no debía disculparme yo.








Tras aquella llamada, recibí inmediatamente otra. Estaba mal, decepcionado. Era Ana. Eso ya me animó un poco más.


-Hola.


-¡Robe, tengo que hablar contigo! ¡Acabo de ver las noticias y…!


-Susana ha perdido al niño. Ya lo sé.


-Pero…


-Está bien… pero ya no hay niño. No seré papá, Ana… - mi voz empezó a congojarse. Estaba apenado, nada más.


-Lo siento, mi amor. Ven a casa, anda.


-Ya mismo les digo que me acerquen. Adiós… te quiero.


-Yo también.


Así, como si nada. Un accidente y ya no existe eso que yo mismo creé. Con “amor”, si se puede decir… Pero al menos le tenía cariño. Al fin y al cabo era mi hijo… Era…








Unos pasos rápidos se oyeron desde las escaleras. Era mi turno, y tenía la jugada perfecta para derrotar una vez más al gemelo mayor. Eitan se había puesto el pijama y unido a nosotros. Me sorprendió… me gustó. Eso sí es propio de él. Se sentó en una silla con las piernas abiertas hacia la zona de la espalda. Observaba tranquilamente la partida. Justo después de yo haber tirado un rey de copa, Eitan le señaló una carta a Alex. Éste la echó sobre la mesa.


-Oh, ¡mierda! Me has roto toda la partida.


-Já, já y ahí va otro más… ¡já! – Alex chocó los cinco con su hermano, contento.


-Eres un tramposo – le dije a Eitan. Me miró, sonriéndome, como un niño travieso. Ese tonto gesto me alivió bastante. Se levantó y se sentó en una silla pegada a la mía. Me abrazó y me dio un suave y cálido beso en el cuello.


-Lo siento mucho, Rebe. – me susurró al oído. Le sonreí, pero aún decidí seguir algo molesta. Para que no volviera a hacerlo jamás.  – Te quiero. – No pude aguantar y le abracé con todas mis ganas. Escondí mi cara en su pecho. Parecía una niña abrazando a su peluche.


-Qué bonito, ¿no? Ea, pues ya está. Venga Eitan. ¡¡¡Ayúdame a ganar a esta víbora!!!


-No será difícil… - levantó una ceja y me sonrió, desafiándome.


-Vamos a verlo, ¡chulo! – A carcajadas seguimos la noche, hasta que no pudimos más y caímos rendidos en nuestras camas. Esa noche fue preciosa, tierna y cálida. Dormimos y soñamos juntos. Nos besamos durante largos ratos, incluso casi nos desnudamos en una estrecha cama. Fue gracioso, divertido, y romántico. Pero aun así, tenía por seguro que averiguaría por qué Eitan había estado tan raro. Y por qué esta noche había estado más nervioso de lo normal.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Capítulo 49




La manecilla pequeña pisaba con suavidad el seis, mientras un rítmico sonido rompía todo silencio en la vacía casa. De puntillas, estiré mi cuerpo hacia la parte alta del mueble donde estaban guardadas las tazas. Tomé una de ellas, de un color verde y blanco gastado. En aquel momento me estaba preparando un apetecible té. Escogí un té indio que me trajo mi hermano de su último viaje. Según Logan, era un té muy dulce, pero a la vez de suave sabor. Me hallaba sentada en una de las rectas sillas de la cocina, mientras ojeaba una revista de “Natura”. Concretamente leía un artículo sobre las diferentes formas de reproducción en los insectos. Concentrada en grandes detalles que no conocía, un portazo en la entrada me sobresaltó. Al mismo tiempo que miré al frente para ver de quién se trataba, pasó rápidamente Eitan, con una bolsa en la mano, y tras él, su hermano.

-Hola – saludé sonriente, pero con algo de desgana. Aún andaba preocupada por los cambios que noté en él.

No contestó, y entonces me sentí incómoda. Solo me saludó con la mano Alex, al menos él tuvo el detalle de responderme. Dejé el tema a un lado y seguí leyendo. De poco me sirvió, pues no prestaba atención a la lectura, solo pensaba en el comportamiento de ese chico. Solo pensaba en qué hacer para que al menos… me dirigiese la palabra.



Nada más llegar, con el horrible dolor de cabeza que me corroía, me tumbé en la cama de mi hermano, dejando caer brazos y piernas donde cayesen. Eitan parecía agitado. Nervioso recorría su habitación, de un lado para otro. Se estaba preparando para una fiesta a la que yo también había sido invitado. Pero por mi malestar, no me dejó asistir. A pesar de su intranquilidad, parecía contento, mejor dicho, motivado. Silbaba una canción con ritmo y bastante pegadiza. Conozco bien mi hermano, y sé que es un buen actor. Por tanto, realmente no se siente bien. Sea como sea, no me apetecía si quiera preguntar. Solo deseaba que el estúpido resfriado parase.

Me sentía cansado, pero no pude conciliar el sueño. Así que observé a mi hermano en cada detalle, reconociendo cada movimiento y cada suspiro que llevaba a cabo. Realmente él era el mismo hermano que hace 12 años. Ahora tiene algo de perilla, pero por lo demás me pareció igual.

Se cambió completamente de ropa. Ahora vestía unos pantalones pegados negros con una camisa algo ancha blanca. El cuello perfectamente colocado y los zapatos bien atados. Eran unas simples converse negras bajas. Se dirigió al cuarto de baño. Su rostro en el espejo se reflejaba en la ventana. Desde aquella peculiar vista, pude darme cuenta que usa la misma colonia que yo tenía antiguamente. Se la vertía en las manos y después, a través de leves golpecitos, humedecía con ella su cuello. Justo después se colocaba el corto flequillo hacia arriba, formando una larga cresta gracias a unas gotas de gomina.

De repente apareció Rebeca en el cuarto. Me miró y en silencio me volvió a saludar, a lo que respondí débilmente. Despacio abrazó la espalda de Eitan, reflejándose su cara también en el espejo. Él no hizo ningún gesto. Ni una sonrisa, ni tocarle la mano, ni abrazar sus brazos... nada. Si quiera la miró a los ojos. Entonces, y sólo entonces, supe que aquello que golpeaba los sentimientos de mi hermano era una decepción causada por Bec.

Ella quedó triste. Cuando él se giró, intentó besarle. Eitan siguió adelante y le sonrió falsamente, intentando tranquilizarla. Pero sabe que eso sólo le hará sufrir más.


Bajé las escaleras preparado para pasarlo mejor que nunca con mi buen amigo Robe, que acababa de llegar.

-¿Estás listo? - Pregunté, metiendo los bolsillos de mi pantalón hacia dentro.

-Un segundo. -  Dijo con cara de travieso.

Salí al jardín para preparar la comida de Krash y Maya. Cuando coloqué los cuencos de ambos en las casetas, me incorporé y miré al cielo. La luna estaba como una sonrisa, se conseguía ver las primeras estrellas de la noche. Cuando me di la vuelta para entrar de nuevo en la casa, la luz de una ventana me llamó la atención. Una chica la abrió y miró por ella. Desde abajo la figura era perfecta. “Es hermosa, muy hermosa”- pensé. Una parte de mí deseaba quedarme allí y solucionar todas esas desconfianzas entre nosotros… pero no podía decir que no ahora a la fiesta. Era demasiado tarde. Además, no siempre seré yo quien quiera solucionar las cosas.
Pero la quiero con todo corazón… y ojalá no me esté equivocando.



Estaba viendo una peli de miedo que me prestó un compañero de la Universidad. Rebeca se sentó a mi lado y se sirvió palomitas en el puño. Nosotras, con lo miedosas que hemos sido siempre, nos cogimos unos cojines y los agarramos con todas nuestras fuerzas. Llegó la peor parte. La música intrigante comenzó a sonar. Todo el salón estaba oscuro. Se supone que los chicos se habían ido, y Alex estaba arriba. Casi tapándonos los ojos, seguimos viendo la peli. De repente, la música para y la pantalla está negra, totalmente negra.  A la espera de lo que fuese a pasar, nos apretamos todo lo que pudimos una a la otra casi temblando por el salto que pronto meteríamos. Silencio… sólo silencio y oscuridad…

-¡¡¡AAAIIIIIIIIIIINNNNS!!! ¡QUE NO ENCUENTRO A EITAN! ¿Le habéis visto? – Impresionante el bote que dimos ambas al notar las manos de Robe y oír el exagerado grito.

-¡DIOS ROBE! ¡ERES IMBÉCIL!- grité, pegándole con los cojines al muy graciosillo.

-¡ESTARÁ FUERA! UF, ¡IROS YA! - Rebeca cogió otro cojín y se unió a mí. Robe quedó despeniado, pero su sonrisa no se esfumaba de su cara. La mía tampoco. Le di un beso de despedida, y Rebeca, un cojinazo.

Después de aquella maléfica intervención, apagamos el DVD, ya que no nos quedaba capacidad en el corazón para más sustos. Por fin los chicos se fueron y Alex bajó al salón.
Pedimos unas pizzas y estuvimos charlando durante toda la noche. Alex nos contó mil cosas que no sabíamos sobre él y sobre los demás. Y nosotras igual. Entre los tres hicimos una especie de intercambio de cotilleos. Fue muy divertido pasar el rato con Alex, como los viejos tiempos.

De repente, nuestro amigo empezó a toser bruscamente. Le miramos. Se había puesto rojo. Le dimos un vaso de agua, y al poco tiempo se le pasó.

-¿Qué te pasa, Alex?

-Nada, un resfriado.

-¿Un resfriado? - Rebeca le puso la mano en la frente. - Tienes fiebre.

-Pues, entonces, eso significa que necesito mimitos. - Alex, con su cara de inocente, nos sonrió a ambas. Las dos le dimos un fuerte abrazo, riendo, y le preparamos un vaso de leche calentita con galletas. Estuvimos riendo toda la noche, sobre anécdotas del pasado. Nos contamos los problemas que teníamos. Rebeca dijo que notaba a Eitan bastante raro. Alex, que no había olvidado del todo a Tami. Yo, sin embargo, no pude contar que la persona que más amaba en este mundo iba a ser padre por primera vez, siendo su hijo, el hijo de su ex.


lunes, 3 de octubre de 2011

Capítulo 48

-“Aquí acaba nuestra historia. Todo lo vivido, todo lo olvidado. Momentos felices, tristes y neutros. Nuestro amor no se convirtió en una rutina, amor mío. Se convirtió en una auténtica aventura que aún no quiero dejar atrás. Pensaste en mí algún día. Al menos uno de los muchos que hemos pasado juntos, sé que pensaste en mí. Yo, cariño, pienso en ti desde que vi por primera vez tus ojos. Y aún los sigo mirando con la misma intensidad, incluso con más. Por favor, no me dejes bajo esta lluvia de sufrimiento. No me abandones como a un pobre perro sin dueño. Te quiero, te querré siempre. No necesito verte ir para cambiar. Puedo hacerlo antes de que cojas ese tren. El tren de mi corazón roto… Como una canción de tu cantante favorito dice: Mi corazón está colgando en tus manos. Ten cuidado, una simple queja, o discusión de más, y le harás llorar. Por favor, niña de mis sueños, no me dejes solo. Si no acabaste satisfecha, puedes decirme qué hice mal, y te juro por mi vida que lo cambiaré, por ti. No, no te vayas. Oye al menos estas últimas palabras. De tus
labios no supe encontrar otra cosa más que amor. Ahora, solo puedo percibir en ellos un… Adiós”

-Qué triste… - mencionó Rebeca al descubrir mi cara, seria, más poética. – Ha sido… precioso.- Se tocó con ambas manos el corazón, mirando a la nada estupefacta por aquel mensaje. Realmente di en el clavo.

-Lo encontré en internet. Forma parte de un libro… pero no recuerdo su nombre. Es bonito, ¿verdad? Lo usaré para un ejercicio de Filosofía. Es un buen texto.

-Sí… me quedaré la próxima media hora reflexionando sobre lo que me has leído, Guille. –se rió dulcemente y nos levantamos para volver a casa después del duro día de universidad. Hoy Robe recogía a Ana con su coche y la llevaba a comer por ahí. Así que Bec y yo quedamos en el parque más cercano de ambos
centros para volver andando hasta el apartamento. Durante el camino le conté mis recientes encuentros con Mónica. Ella parecía muy interesada en el tema.

-Hemos estado quedando porque necesito practicar haciendo más fotos con modos nuevos de expectativas que he aprendido.

-Ya… - dijo con cierta ironía.

-¡Es cierto! Es una chica muy simpática, y según me ha contado, ella siempre soñaba con ser modelo. La vedad… es que no lo hace nada mal…

-La verdad… es que estás loquito por ella. – Negué con la cabeza acompañado de un: “No, no, no, no, no…” A lo que respondimos con unas carcajadas. Nos metimos en una calle llena de chalets iguales y blancos. Con la acerca recién pintada y los árboles perfectamente cuidados. Debíamos encontrarnos en una zona “privilegiada”.

-¿Y tú? ¿Qué novedad tienes que contarme?

-Pues… mmm… nada. – sonrió sin preocupaciones.

-¿Cómo que nada? Algo te habrá pasado en este último mes. Si no, es que estás muerta.

-… La verdad es que… últimamente Eitan anda un poco raro. – Le miré con curiosidad y a la vez sorpresa. Hace tan solo unas semanas andaban perfectamente. ¿Estarán cansándose de su relación? Espero que no…

-¿Qué ha pasado?

-No sé… será impresión mía. Pero está menos cariñoso, muy serio y parece preocupado por algo. He intentado sacar el tema. Pero siempre salta con algo distinto.

-Entonces es que pasa algo. ¿Qué podrá ser?

-No tengo ni idea, Guille… - puso carita de pucherito, y me pareció en ese momento la chica más mona del mundo. La estreché entre mis brazos mientras andábamos por aquellas lujosas calles e intenté calmarla. Al verle esa carita tan mona y la reacción que tuve de abrazarla, vinieron a mi cabeza imágenes de cuando Ana y yo nos llevábamos así de bien y pasábamos casi todo el tiempo juntos. Después, intenté quitármelo de la cabeza, pues su corazón ya tiene dueño.

-No te preocupes. Seguro que está algo agobiado con algo de la universidad. O será otra chica que no le deja en paz. Ya sabes lo gavilán que es. – Conseguí sacarle una bonita sonrisa. Ya me sentía mejor después de aquella imagen. – O tal vez… te necesita a ti.

-¿A mí? Pero si estoy con él todos los días.

-Estar con él en la misma casa no es lo mismo que darle cariñitos, ponerte juguetona… - me miró sin entender bien a lo que me refería. Y acompañado de una risita, aclaré a lo que me refería: - que te lo lleves a la cama, coño.

En ese momento ya habíamos dejado muy atrás las repelentes casas y estábamos casi en nuestro apartamento. Ambos nos burlábamos de mi gran aclaración, y como dos grandes amigos, disfrutamos de aquel bonito medio-día.




“La buona pasta”. Un magnífico restaurante italiano del que me habían hablado. Pero jamás había entrado allí en mis dos años en esta loca ciudad. Robe me abrió la puerta, dándome paso al aromático lugar. Qué bien olía allí. Me apeteció repentinamente una rica lasaña de carne. Nos sentamos en una acogedora mesa de dos, cerca de un viejo horno de leña de decoración.

Todo estaba bastante bien. Los picos alargados, la servilleta perfectamente colocada… y ese chico tan guapo sentado frente a mí.

-Gracias por invitarme, Robe, pero no tenías que hac…

-“¡Tutto per la mia ragazza preferita!” – Sonreí. Ahora mismo me lo comía.

-Pero…

-Shh, no lo estropees anda. Lo he hecho con todo mi cariño. Para ti. Y solo para ti. Quiero demostrarte que podemos estar juntos y que nada tiene motivos para impedírnoslo. Sé que seré padre de un niño que no tiene nada que ver contigo… pero no os dejaré. Ni a él, ni a ti.

-Eres increíble. Te quiero mucho, ¿sabes? – me incliné hacia él, llegando solo a la mitad de la mesa, mostrando una amplia sonrisa.

-Seguro que yo más a ti – él hizo igual, dándome un suave beso en los labios. Sonriendo como un niño… me dejó totalmente enamorada.