viernes, 22 de octubre de 2010

Capítulo 1


- Como en los cuentos, Todo empezó una tarde de verano. Tenía doce años y jugaba al baloncesto con mi hermano. Nos divertíamos como dos niños felices, y lo éramos además... Todo era maravilloso, hasta que llegó a mis oídos una horrible noticia… (…)

Mi hermano y yo somos gemelos. Lo hemos vivido todo juntos y, aún que nos peleábamos cada dos por tres, nos queríamos muchísimo. Nos apoyábamos siempre y salíamos con los mismos amigos. Cómo no, formábamos un gran equipo en cuanto a trastadas se refiere.
Mi madre es una mujer encantadora, paciente y guapísima. Siempre es cariñosa con nosotros, dándonos cálidos abrazos y muchos mismos. Nunca olvidaré la sensación cuando me estrechaba entre sus brazos, ni tampoco los besos que nos daba todas las noches después del cuento. Realmente echo de menos todo eso, pues era el paraíso para los dos. Era como vivir en un sueño.
Mi padre: figura que jamás olvidaré. Mi hermano nunca le admiró tanto como yo. Era un hombre fuerte, seguro de sí mismo y lleno de amor para sus dos hijos y su esposa. Quería estar a su lado para aprender en todo momento. Cuando lanzaba esa mirada, llena de orgullo, hacia un hijo curioso y extrovertido, me sentía el niño más feliz del mundo.
Siempre me contaba historias de aventuras y fantasías. Alguna que otra vez me contaba, ya con diez u once años, historias de la cruda realidad... Como las guerras, la injusticia, el hambre y demás.  Era la persona a la que más quería, y le sigo queriendo como tal. (...)

Por eso, su muerte fue el golpe más duro que he soportado nunca. El obstáculo más grande que he tenido que saltar.
... En fin, me partió el corazón. Lo dejó sólo, lleno de lágrimas, ahogado, sin poder respirar…
Me hundí completamente desde aquel momento, en el que me enteré de que mi padre había sufrido un accidente frente a un coche. La misma noche en la que mi tío me regaló una bici nueva, la cual me moría de ganas de que viera. Pero no pudo ser, ya que un loco desgraciado se lo llevó por delante, arrebatándole su vida.
Pasé todo un mes amargado en mi habitación, pensando en mi queridísimo padre, al que añoraba y sabía que añoraría toda mi vida. Una de las cosas que me enseñó para los malos momentos fue escribir todo lo que sentía en un papel, y descargar todos mis sentimientos en él. Siempre me funcionó este truco, así que probé una vez más. Cogí el primer cuaderno que vi  y comencé a escribir.

Palabras simples, sueltas… Palabras llenas de dolor… Una lágrima sobre el papel ahora mojado… Palabras que recuerdan, que añoran, que sienten más que nunca; palabras escritas con rabia, con enojo frente al cruel mundo, frente a ese capullo que mató a mi padre… Y ya no hay palabras, solo rayones y dibujos de ira… Y un pensamiento de venganza.


Volví al colegio, aún deprimido. Mis amigos se sorprendieron al verme y no paraban de hacer preguntas sobre cómo me encontraba, cómo estaba mi familia, si le echaba de menos… En fin, preguntas tontas a las que no respondería jamás. Pero solo los amigos de verdad se acercaron a mí y me abrazaron sin más. Dándome el cariño que necesitaba.
Pasaron los días y los meses, y todo seguía igual. El tiempo pasaba lento… Las tardes de invierno seguían grises y tristes. Mi madre encendió la chimenea y se tumbó en el sofá frente al fuego, pensativa. Me acerqué y le acompañé en el silencio, pensativo yo también:

- Mamá… ¿Algún día querrás reemplazar a Papá? – Mis ojos se humedecieron al echar a volar mi imaginación.

- Tu padre no se podrá reemplazar jamás. Era demasiado importante para todos. Eitan, cariño, sé que lo estás pasando mal, pero creo que deberías animarte un poco. Han pasado casi seis meses y ya no sales como antes. Queda más a menudo con tus amigos. Te ayudarán a sentirte mejor, cielo.

Sabía que tenía razón, así que me decidí a llamar a mis mejores amigos. Con ellos y con mi hermano Alex pasaría la tarde más divertida de los últimos cinco meses y medio.