sábado, 12 de mayo de 2012

Capítulo 62

Ya me había acostumbrado al continuo pitido de la máquina situada junto a la camilla, separándola de mí. A mi izquierda, una cortina azul oscuro dividía la habitación en dos. Ya no estábamos en la UCI, le trasladaron al ver que no sería rápido aquello que padece.

Al otro lado de la cortina estaba tumbado un hombre de anciana edad que, según lo que nos dijo la enfermera, llevaba dos años en aquella cama sin poder mover un solo músculo, exceptuando, de milagro, el cuello y la cara. Aún no lo habíamos escuchado hablar. Normal: aquí las cuatro personas que nos encontramos llevamos horas sin sonreír.

El reloj dio las dos de la mañana. Al fin había conseguido cerrar los ojos, pero por escaso tiempo: me era imposible dormir. Tenía demasiadas cosas en la cabeza como para poder dormir. Ya que a mi amigo le pasaba lo mismo, rompí el silencio que había desde hacía bastante tiempo.

-¿Cómo estás, Eitan?

-[...] Eres increíble.

-¿...?

-Tú, que eres una de las que peor está, me preguntas a mí.

-Que esté mal no significa que no me preocupe por los demás.

Eitan se sentó junto a mí en el sillón, dejándome apoyarme en él, y dándome un abrazo. De nuevo, una silenciosa lágrima recorrió mi rostro.



Aún eran las cinco de la madrugada, y el cielo todavía estaba oscuro. Ni un rayo de sol iluminaba el entorno, solo la luz de unas farolas solitarias a los lados de las tristes calles deshabitadas que se podían ver desde la ventana. La enfermera entró para supervisar, y no tardó apenas cinco minutos en irse.

Estaba apoyado en la ventana, al otro lado de la habitación. Alcé la mirada sobre mi hombro: Ana seguía durmiendo. Volví a girarme, pues me gustaba contemplar la vida ajetreada de algunas personas que de noche tienen que trabajar, yendo de aquí para allá, cuando una voz me hizo sobresaltar:

-Bonita vista, ¿verdad? - Aún no sabía quién me hablaba. - Recuerdo la última vez que pude asomarme a esa ventana, más o menos a esta hora.

Era el hombre de la otra camilla. Tenía los ojos abiertos, me miraba. Sonreía.

-¿Cómo se llama? - Pregunté, susurrando, al mismo tono de su voz..

-Darío. Tú eres Eitan, ¿no?

-¿Cómo lo sabe?

-Tengo oídos aunque parezca un cuerpo sin vida. Me alegro también de que Ana esté descansando: yo era el que mejor escuchaba su corazón encogido y sus respiraciones al llorar mientras dormías. - Eso último me hizo sentir bastante mal. Guardé silencio. - Bah, no te preocupes.

Seguimos hablando durante un tiempo sobre su vida, la mía y lo duras que son ambas. Me sirvió bastante de desahogo.

Dieron las siete, y Ana despertó con un suave "¿qué hora es?". Yo no había dormido en toda la noche, no podía. Mi amiga miró a Robe, y volvió a recordar la situación.

-Deberías irte a casa.

-No, no te preocupes, estoy bien.

-Ana... has dormido tres horas. Tienes los ojos rojos y unas ojeras enormes. Debes estar hambrienta.

-Me lavaré la cara e intentaré dormir un poco más, pero no me moveré de aquí. Si eso ahora voy a comprarme un bocadillo a la cafetería.

-Sé cómo te sientes. Lo creas o no, yo ahora mismo me tiraría por esa ventana. Me estoy muriendo por dentro al ver a mi mejor amigo así. Sé que no es fácil, pero a lo mejor una buena ducha y un tiempo al aire libre te vendría bien.

-Más que una ducha y al aire libre, necesito un milagro... - dijo, suspirando.

-Créeme, yo también. 


Pasaron los minutos, las horas, los días, las semanas... Y Robe seguía tumbado en aquella camilla. Nos turnábamos de uno en uno, a veces de dos en dos, para pasar las noches allí, junto a él. No había ningún amanecer que no lo pasara con alguno de nosotros. Esta vez, estaba yo. Ya era casi de día.

Mi móvil comenzó a sonar. Me incorporé y lo saqué de la chaqueta. Me sorprendió bastante al ver que era de Alex, más que nada por la hora a la que lo había mandado. Cambié de idea totalmente al leerlo:

"6:42 am.
Gracias por haber sido el mejor hermano del mundo."

¿Pero qué…?- pensé. Por un momento creí que le había salido la vena cariñosa a mi hermano, de repente. Me senté, miré hacia Robe y me quedé pensativo unos segundos. Volví a mirar la pantalla y releí el mensaje. Pasó por mis ojos la imagen de mi hermano en la misma camilla donde se encontraba mi amigo. 
¿Y si…? Dios mío, Alex.

-Tengo que irme, urgentemente. Si llega la otra chica, dígale que me llame al móvil en cuanto pueda. Y si hay alguna novedad con él – señalé a mi amigo con la mano temblorosa - llámenme a mí. ¡Gracias! - La enfermera se quedó extrañada cuando salí corriendo hacia las escaleras que se encontraban al final del pasillo. 

-Entendido. ¿Necesita ayuda? 

-¡No, gracias! – bajé las escaleras de un salto, y salí del hospital en busca del coche – Aunque… posiblemente necesite una ambulancia…

[…]

¿Dónde sería capaz de hacerlo? ¿Dónde estás, Alex? ¿Dónde?
Será el instinto familiar, será porque es otro yo, será por los años que llevo con él… no lo sé. Pero tras esa última pregunta que hice a mí mismo, la respuesta apareció al instante. Está en el puente del parque, donde mismo se golpeó Robe. A todo gas, fui en su busca.



-¿Hola?, espera… - golpe de tos – ¿hola? Sí, ahora graba.- con una grabadora entre mis manos, comencé a redactar – Bueno, chicos, chicas… ha llegado la hora. Antes de olvidar mi cobardía, y lanzarme al vacío, tengo que deciros algo. En todos los días de mi vida no había conocido a gente como vosotros. Amigos que están, amigos que te quieren, amigos con los que peleas, pero que siguen preocupándose por ti. Amigos que se convierten en tus hermanos. Me lo habéis dado todo, y yo no he sabido aceptarlo, ni disfrutarlo. Porque soy gilipollas. No sé como acabará Robe, pero si algún día escucha esto… Robe, eres un tío increíble. Espero que algún día me perdones por lo que te he hecho. He sido un hijo de puta, un amigo pésimo. Ojalá… pudieras verme ahora… estoy soltando lágrimas por ti, tío. No sabes cuánto me arrepiento de lo que hice, de cómo fui, de la gilipollez que cometí que me ha llevado hasta una enfermedad… me arrepiento de haber nacido. Sólo soy un problema más en este jodido mundo. Ahora más que nunca, que os he hecho esta perrada con nuestro amigo, y que tenéis que invertir en mí tiempo y dinero por no haberme cuidado y no haberle hecho caso a mi hermano… que, aunque me joda, siempre tiene razón. Y te lo digo así, Eitan. Lo has sido todo para mí, aunque no lo haya demostrado ni una mierda vez. Tengo sentimientos… y ahora es el momento de sacarlos al exterior. Al igual que mi rabia y mi desesperación, que hoy mismo acabará para siempre. Muchas gracias a todos… olvidaros de mí, lo mismo que os podéis olvidar de un obstáculo en vuestros caminos. Desde allí arriba, o allí abajo, viéndoos la calva, o el culo, ¿eso qué más da? –risa nerviosa, algo acongojada - os estaré apoyando y vigilando con orgullo. Chicos… os echaré de menos… - lágrimas, el ruido de una silla arrastrando, pasos… silencio… -Adiós. 



-¡Alex! ¿Estás ahí? – escuché un ruido extraño en el interior de un cuartito abandonado justo pegado al pie del puente. Decidí entrar.

-¡No, Eitan, no entres! – entré. No me podía creer lo que estaba viendo. Estaba de pie en una silla… justo delante de una horca… 

-Alex… - mi voz temblada, mi corazón estaba a cien.

-No des ni un paso. Lo voy a hacer, no hay vuelta atrás. – Se dispuso a tirarse.

-¡Espera, espera! Alex… no lo hagas. No es la solución. Robe se pondrá bien… y…

-Eitan, ¡Robe está así por mi culpa joder! ¡Esto es una mierda! No puedo más con mi vida… ¡no puedo! ¡La puta enfermedad que tengo me está matando!… me estoy muriendo cada día que pasa Eitan… - no paraba de gritar y llorar.

-Igual que todos.

-¿Eh?

- ¡Grita joder! Dilo todo, coño. No te quedes con nada dentro. Pero hay que coger al toro por los cuernos. Hay que luchar contra los problemas… estás abandonando el juego, Alex. ¿Te vas a rendir? – se quedó pensativo, pero aún estaba demasiado nervioso. – La vida es un juego en el que al final todos perderemos… pero si estamos viviendo y disfrutando de ella es porque venimos a luchar, ¿no? Si el juego ya estuviese ganado… ¿quién viviría? – intenté acercarme poco a poco, pero él no se fiaba de mí.

-Eitan, para. – Mirándonos fijamente en un silencio interminable… se repiraba tensión. Tenía que calmarle de alguna manera.

-¿Recuerdas el verano en el que fuimos de crucero con mamá y el tito Josema?

-¿Qué? No intentes confundirme.

-No, solo estoy recordando los mejores momentos antes de que me abandones. – silencio de nuevo. El cuerpo de Alex parecía estar menos tenso – Las chicas que conocimos en la disco… jooooder, hermano. Qué pivonazos.

-Ya ves… me tenía que haber tirado a alguna. 

-Pero yo no te dejé porque nos iban a pillar y no quería que nos castigaran sin hacer la ruta al monte ese raro al día siguiente. 

-Qué friki eres…

-Sí, pero después nos pudimos tirar por la cascada gracias a mí. 

-Es verdad, eso moló. – estaba bastante cerca de él. Empecé a dar vueltas a su alrededor mientras recordaba anécdotas de nuestra infancia. Hasta que por fin lo tenía a tiro.

-La noche en la que papá murió… tu y yo nos habíamos peleado. Antes de marcharse con el coche, me dijo que eras y siempre serías mi hermano. Y que aunque a veces te odiara, eras lo que tenía. ‘Cuídale mucho’, me dijo. Y eso, hermanito, es lo que pienso hacer.

-¿Com…? – me avalancé hacia su costado y los dos caímos de seco en el suelo. La silla se partió en dos y él quedó inmovilizado por mi cuerpo. –¡Aii! Vale, vale. Tú ganas, ¡pero quítate de encima, gordo! – me levanté, y rápidamente desenganché la soga. – No te molestes… ya me has pisoteado la dignidad.

-Y más que debería hacerlo. ¿Intento de suicidio, capullo? – me miró con ojitos de cordero degollado… nunca mejor dicho. – Ven aquí, gilipollas. – le abracé con todas mis fuerzas. Estuve a punto de perder también a mi hermano. Ha faltado tan poco…

-Lo siento, hermano. ¿Podrás perdonarme?

-No. – le di un cate. – pero nos ayudaremos en lo que sea. Vamos a acabar de una puñetera vez con los problemas.

-Hecho – me volvió a abrazar, aún más fuerte, con una risa nerviosa bastante graciosa. Ha vuelto el verdadero Alex.
Justo antes de montarnos en el coche, recibí una llamada. Le lancé el móvil por encima del techo. – Cógelo tú, yo conduzco.

-¿Digamelon?

-Le llamo desde la tienda de consoladores de la avenida principal. ¿Ha pedido uno doble?

-¿Robe…? – miré a Alex asombrado.

-Sí tío, ¡soy yo! Espera… tu eres Alex, ¿verdad? – Su cara era un poema, y no respondía. – Eh… ¿hola?

-Joder… Eitan…

-¿Quién es? - mi corazón estaba demasiado acelerado. Parecía que me daría un ataque cardiaco. Sonriendo, él me contestó a gritos:

-¡ES ROBE!