sábado, 27 de agosto de 2011

Capítulo 38


Pasaron ya tres semanas desde el encuentro que tuve con mis amigos.  Unas tres semanas increíbles. Sería perfecto, de no ser por ella. Ella. La que me ha jodido tanto y me ha dejado tan… mal. Antes, tenía claro que iba a contarle a Ana mi problema, por si podía ayudarme, ya que a ella la veo más que a los demás. 
El siguiente día después de verles a todos, no pude contárselo. Me daba mucha vergüenza, y quería ver si se me ocurría algo a mí solo. Pero no. Veo que necesito a alguien que me aconseje. Es por eso por lo que en el descanso de hoy, fui a buscarla, decidido, para pedirle ayuda.




Estaba sentada con unas amigas en un banco. Charlábamos mientras nos tomábamos el desayuno. Cada una poníamos un tema, todos los días, sobre cosas que nos ocurrían. Siempre hay algo divertido que contar.
-Ana- Reconocí esa voz sin problemas, y supe que por fin el momento había llegado. Estaba ansiosa porque así fuera desde que Eitan me contó el secreto de Robe. Deseaba estar con él, compartir más cariño del que ya compartimos y demostrarle lo mucho que me importa. Al darme la vuelta, sonreí aún más. Le vi con cara de preocupación. (Típico nerviosismo que nos entra cuando queremos declararnos a alguien) ¡Qué mono!
-¿Sí?
-Ven un momento. – me agarró del brazo y me condujo a la biblioteca. Noté una cierta presión que me hizo sentir un poco incómoda. Me esperaba un toque más suave y cariñoso. Después nos sentamos en un rincón y empezó a hablar. – Necesito tu ayuda. – Entonces se esfumó mi sonrisa. Me decepcioné, ya que se notaba que sus intenciones no eran las que yo creía.
Bajé mi mirada y, tras pensarlo un momento, le miré para averiguar a qué se refería.
-Dime. – Dije acompañando con un suspiro. Empezaba a preocuparme a mí también. Porque si no era eso… ¿qué otra cosa le podía preocupar? Estuvo callado unos segundos mientras yo seguía triste por haberme ilusionado por una tontería.
-Ehh… poco antes de que me llevaras a tu casa, me llegó una carta. Era de una chica con la que salí el verano pasado, en Madrid. Corté con ella porque se volvió insoportable.
-Ohh… ¿y qué dice la carta?
-Ese es el problema. – Su cara ahora cambió. Sus ojos se pusieron brillantes y apretó los labios. Me temía que quisiera volver con ella. Esa idea me hizo estar casi igual de preocupada que él.
-¿Quieres volver?
-No, no. Aún peor. – Me miró a los ojos y entendí lo que estaba pasando.
-¡No puede ser!
-Sí…
-¿De cuánto?
-Cuatro meses. Me ha pedido que vuelva con ella para ayudarle a cuidar el bebé cuando nazca.
-Oh dios…
-Y… no quiero estar con esa, Ana. No sé qué hacer. ¡Ayúdame!
Se me vino el mundo encima… En ese momento todas mis esperanzas se esfumaron. Ya estaba segura de que no iba a pasar nada entre él y yo. Ya dejaría de intentarlo. Se acabó. 
Agaché la cabeza y la apoyé en la mesa utilizando mis brazos cruzados como almohada. Por un momento sentí rabia y mi cabeza buscaba excusas para mantenerme al margen del tema, pues sabía que terminaría dolida. Pero en el fondo sentía que debía ayudarle ya que al fin y al cabo es mi amigo.
Me incorporé y le miré fijamente a los ojos. Parecían asustados esperando una respuesta, más bien una solución.
-Esto es lo que vamos a hacer


miércoles, 24 de agosto de 2011

Capítulo 37

Desde aquel día, nos veíamos todos los fines de semana. Mis amigos me invitaron a quedarme a vivir con ellos, pero no podía dejar a Sergio sólo en el piso.
Las primeras semanas, Ana y yo estábamos muy contentos. Cada vez que nos cruzábamos por los pasillos nos guiñábamos un ojo, nos sonreíamos de oreja a oreja o, algunas veces, hasta nos dábamos un abrazo. Casi no podía esperar durante la semana para poder ver a mis amigos.

Fueron muchos años sin ellos y hay muchas anécdotas por contar...




Entre las rocas de la playa valenciana, escapaba de sus intentos de caza un pequeño cangrejo, escondiéndose en el hueco más recóndito y pequeño de todos.

-Joé con el cangrejo… - exclamó decepcionado Eitan en su fallo.

Me reí suavemente y cogí el cubo donde se encontraban dos cangrejos más que media hora antes, con mucha suerte, conseguimos atrapar. Puse a los dos pequeñajos entre un hueco de las rocas, cerca de donde se había escondido el rebelde cangrejo que llenó de rabia a mi compañero.

Ya atardecía suavemente este sábado convirtiéndose en domingo. Mañana tendríamos que dedicar el día al estudio, previniendo el lunes.
Tan solo aprovechamos el envidiable día de verano que hacía en pleno otoño para ir a coger cangrejos y después volvimos a casa.

En el camino estuvimos conversando sobre varios temas, con Hit FM de fondo.

-Desde que Robe está con nosotros estoy tan contenta... – dije con una sonrisa de oreja a oreja– Lo veo todos los días, como en el instituto. Solo que ahora me lo cuenta todo, ja, ja.

-¿Antes no lo hacía?

- No, antes no me solía contar mucho de su vida. Estaba más tiempo con vosotros.

-Entonces no lo sabes todo, todo - me contestó guiñándome un ojo, acompañado por una sonrisa que, enseñando parcialmente los dientes, se formaban en su cara dos leves marcas sobre la comisura de sus labios.

Le miré intentando comprender a qué se refería. Es obvio que no me ha contado todo lo que a él, pero la pregunta que me surgía era: ¿Qué sabe Eitan que sea tan importante como para insinuármelo?

Estuvimos unos minutos en silencio. Quedaba poco para llegar y me corroía la intriga. Así pues, pregunté sin pensármelo.

-¿Qué es lo que no sé? – Eitan sonrió de nuevo y me miró con sus grandes ojos castaños.

-Nada, era una broma.

-Eitan, se nota cuando mientes. - Me miró seriamente buscando una explicación para mi comentario - Cada vez que lo haces miras hacia otro lado para ocultar que te ríes por lo bajo. - pasaron unos segundos y no dijo nada. Solo suspiró. - Dímelo.

-Debes prometerme que te callarás. Es el último secreto que me hizo guardar. Supongo que ya con el paso del tiempo se habrá olvidado. Pero aun así no quiero que le saques el tema, ¿entendido?

-Entendido – dije interesada por aquel misterioso secreto. Toda oídos, me quedé en silencio escuchando cada palabra que salía de su boca.

- Antes de que Robe se fuera, me dijo que le gustabas un poco, pero que no quería pensarlo para no echarte de menos.- Me quedé pensativa y miré hacia la ventana, sorprendida. (Aun que después me di cuenta de que en el fondo lo estaba sospechando) Entonces me giré de nuevo hacia Eitan y empecé a reírme. Él me siguió y seguimos hablando de lo nuestro casi riéndonos de nuevo.

Fue una noticia extraña y graciosa, pues es algo que no me imaginaba y que, al mismo tiempo, sospechaba. Fue como un chiste para mí, hasta que llegué a mi habitación. Cuando me encerré en mi pequeño mundo, ya no reí más. Sentí entre preocupación y alivio. Me senté en la cama con una tonta sonrisa asomando en mi cara y, tras pensarlo un momento, me alegré de haber oído aquella noticia. No porque me haya hecho reír, sino porque llevaba mucho tiempo esperando oírla.

martes, 16 de agosto de 2011

Capítulo 36

[Volviendo unos días atrás…]
El pasado sábado me desperté sobre las 9 de la mañana en mi piso. Mi compañero me entregó una carta que vio en la entrada para mí. Fue extraño que no la hayan puesto en el buzón que señalaba “3 B” en el portal. Quien sea que me haya enviado esa carta, la pasó por debajo de la puerta. En el sobre no había nombre o dirección alguna, estaba completamente vacío. Un tono envejecido era lo único que le daba color.
Curioso por su contenido, me dirigí a la cocina y lo abrí haciéndole una ranura en la parte superior con un cuchillo. Observé detenidamente su interior y le di un sorbo a mi café. Supongo que mi cara en aquel momento fue la más concentrada que jamás puse, pues Sergio (mi compañero de piso) se sorprendió y riéndose de mí me lo rebeló. Poco a poco saqué la carta, que estaba doblada en cuatro. Al plegarla tardé tan solo unos microsegundos en averiguar de quién era aquella letra. Clara y ligeramente torcida hacia la derecha, como la cursiva. Letra por letra unida con suaves curvas… Susana.
[Dos días después…]
Blanco, con buenas dimensiones y una bonita terraza.
Me encontraba en el apartamento con Ana. Estaba pisando el mismo suelo que mis viejos amigos. No deseaba otra cosa más que volver a verles; excepto el no haber recibido aquella carta que me dejó "a cuadritos”, como diría Rebeca. Me ha cambiado todo pensamiento que tenía en la cabeza… pero no es tanto el sufrimiento de lo que leí, sino el no saber qué hacer.
Ana me agarró una mano suavemente y me condujo hasta la cocina, donde estaban todos preparados para comer.
-Espera – me dijo con cierta diversión por la sorpresa que les esperaba a nuestros amigos. Me quedé apartado, junto a la puerta. A unos pasos estaba la cocina, pero aún debía esperar. ¡Estaba impaciente! Oí como Ana conversaba con ellos. En silencio me quedé esperando a una simple señal que me haga aparecer en aquella habitación y que cambie mi vida. Y las suyas, digo yo. Di el paso definitivo, y me planté delante de todo el personal.
Solo existía el silencio.
-Ro,ro,robe… - intentó pronunciar mi mejor amigo Eitan (una vez más).
-¡Robe! – Guille se abalanzó sobre mí. Seguidamente Rebeca y por último Alex. Perdí el equilibrio y los cuatro caímos al suelo muertos de risa. Ana, conmovida por aquella imagen, sonrió de oreja a oreja. En cambio, Eitan se levantó despacio, aún sin cambiar la expresión de sorpresa.
-Bueno, bueno, chicos. Estáis todos muy guapos pero seguís pesando lo vuestro, ¿eh?
Todos rieron a carcajadas y por fin se quitaron de encima. Me ayudaron a levantarme y comenzaron a surgir mil preguntas desde la última vez que nos vimos. Pero yo clavé mi mirada en él, en el bobo que estaba frente a mí, sin decir nada.
-Eitan, ¿qué te pasa? – dije un tanto preocupado.
-No vuelvas a hacerme esto…
Todos nos quedamos muy serios y nos miramos unos a otros sin comprender.
-¿El qué?
-No vuelvas a irte sin mí, ¡capullín! – Por fin me dio un fuerte abrazo sonriendo como siempre había hecho. Yo me alivié de aquel corto susto y le abracé con todas las ganas que había guardado desde el último que nos dimos hace unos años.
Estuvimos toda la tarde charlando sobre todas las anécdotas pasadas. Nos reímos mucho y recordamos los viejos tiempos. Hicimos algo que llevaba deseando desde hace mucho, y era jugar a una partida de zombies con el loco de Alex. Empezó a atardecer y yo ya tenía que marcharme, pues al siguiente día había clases. Quedamos en vernos todos los fines de semana e ir por ahí de marcha. Aún no estamos en época de exámenes, por lo que nos lo podemos permitir.
Al llegar a mi piso (más feliz que nunca) y ver de nuevo esa maldita carta sobre mi mesilla de noche, recordé que al día siguiente tenía que contarle a Ana aquello, y esperar que me dé una buena solución al problema. Confié en ella, sabía que me ayudaría. Solo queda… esperar.

lunes, 15 de agosto de 2011

Capítulo 35


Hoy es un día especial, o al menos para mis amigos. Es el aniversario de Emma y Pablo. tres años. Queríamos quedar para celebrarlo, pero Emma no podía, así que montamos una pequeña fiesta en el descanso. Nos fuimos a un rincón y, como no se podía beber nada, simplemente comimos chuches y patatas. Estuvimos todo el tiempo hablando sobre anécdotas de los dos. Habían pasado muchas cosas.

-¿Y el día que le presenté a Pablo a mis padres? – El pobre Pablo empezó a ponerse rojo cuando su novia saltó con ese tema. Todo el mundo estalló a carcajadas.

-No, Emma, por favor… - Decía el pobre chico.

-Jajaja, ¡pero si fue muy divertido!

Nada más empezar a contarla me di cuenta de que se acabaron los regalices. Yo ya me sabía la historieta de memoria, así que me ofrecí para ir a comprar más a la cafetería. Me di la vuelta, dándoles la espalda a mis amigos. Continué andando y, al doblar la esquina del gimnasio para encaminarme hacia allí, alguien se avalanzó sobre mi dándome un fuerte abrazo. Casi me caigo hacia atrás de la fuerza que llevaba, pero finalmente me sostuve.

-¡¡¡Aiiiiiiiiiiiiiiins!!! – No sabía quién era. Lo único que tenía claro, gracias a la forma del cuerpo, el largo pelo castaño y la voz, es que era una chica. - ¡¡¡¡¡Cómo te he echado de menos!!!!!

-¡¡Anaa!! – Se apartó de mí con una sonrisa de oreja a oreja, los ojos achinados y casi pegando saltos - ¡¡Dios!! ¡¡Cómo has cambiado!!

-¡Tu también! Me ha costado mucho reconocerte ¡Estás muy guapo!

-¡Anda que tú!

-Se nota que no has cambiado tu forma de ser. – Sin dejar de sonreír, ambos volvimos a abrazarnos.



Cuatro años después de que nuestro fiel amigo se separara de nosotros, cuando aún teníamos diecisiete y dieciséis años,  y aquí estamos abrazados con los veinte y veintiuno cumplidos. Cuatro años que se me hicieron como ocho. Pero…. ¡aquí está! Y estoy deseando decírselo a los demás. Es más, hoy mismo se lo diré.

Seguimos hablando. Nos sentamos en un banco y nos contamos nuestras vidas estos últimos cuatro años.

-¿Cómo es que estás aquí? – me preguntó.

-Nos vinimos aquí porque aquí están las universidades que queremos, y están cerca unas de otras.

-Espera, espera. ¿”Nos” ?

-Sí, todos. Eitan, Alex, Rebeca, Guille y yo. Vivimos en un chalet que pagamos entre los cinco. – Su expresión de sorpresa aumentó aún más. No se lo podía creer ¡Ni yo que estuviera él aquí!

Nos costó aguantar las tres horas que nos quedaban de clases. Cada cuarto de hora nos hablábamos por el WhatsApp. Ya le habíamos cojido el truco para que no nos pillaran. Cuando había partes interesantes, dejábamos los móviles en el estuche. Cuando la profesora o el profesor terminaba, continuábamos con nuestra charla. Así hasta la última hora. Cinco minutos antes de que tocara el timbre, le envié un mensaje a Guille diciéndole que hoy también me iba en autobús. Como dije, los viernes volvemos juntos al apartamento. Los demás días él utiliza el coche y yo el autobús. Hoy era viernes, y ya que tenía una sorpresa para ellos, quería que se enterasen todos al mismo tiempo.




[¿Como puedo sentirme así después de todo lo que me ha hecho…?

Me ha engañado, me ha hecho daño… y le echo de menos.                                                

Se ha portado mal conmigo, está esperando que vuelva a sus pies… pero no será así.

Me costará mucho, pero no puedo perdonarla. Esta vez no.

Lo siento Tami, ya no pienso volver contigo. Lo dejamos una vez y volví a ti buscando lo que quería. Pero esta vez puedo aguantar sin tu cuerpo y sin tu amor. 

Debo aguantar...]

miércoles, 10 de agosto de 2011

Capítulo 34


Desperté de un sueño ardiente y frío al mismo tiempo. Un mundo distinto, diferente al nuestro. Todo aquello que sea contrario para nosotros, allí tenía alguna rara relación. Lo más extraño de todo es que cuando estaba a punto de despertar, lo recordaba todo con precisión y detalle. Recordaba cada sentimiento y corazonada de él,  pero un blanco rayo de luz me devolvió a la realidad y me olvidé de todo. Abrí despacio los ojos, confundida del lugar donde me encontraba. Oí una suave respiración a mi lado. Noté el cálido tacto de él. Le miré y entonces me di cuenta de todo lo que amaba a ese chico. El mismo chico que me había regalado su corazón esa noche. Yo apoyada en él, agarrada a su desnudo cuerpo. Él durmiendo como un niño, mirándome con los párpados suavemente cerrados, silencioso y dulce. Su mano sobre mi cintura, mi frente delante de sus labios. Sonreí y recordé toda la noche pasada, todas las caricias, todo el amor, todos los “te quiero” dichos entre las blancas sábanas de su cama. Me sentía bien, estaba feliz por aquello. Le abracé y deseé con toda mi alma estar a su lado toda la vida. Tal vez fue demasiado fuerte aquel abrazo, ya que respiró profundamente y se movió ligeramente. Escondí mi cabeza sobre su pecho, en un intento de que no se despertara. Unos segundos después me dio un beso en la frente y volvió el silencio. Pensé que había funcionado y que aún seguía dormido, pero aquel esfuerzo y pensamiento fue en vano en cuanto oí de su voz un: “Buenos días, mi amor”

-Buenos días, cariño – le respondí con una sonrisa de oreja a oreja mientras volvía mi cara hacia la suya para darle un pequeño beso. Me miró con sus ojos aún dormidos. Parecía un niño recién levantado. Me acarició el cuerpo, que al igual que el suyo estaba desnudo, y juguetón empezó a darme besos por el cuello. Yo comencé a reírme como una niña tonta y se tiró sobre mí, haciéndome cosquillas y mordiéndome débilmente donde pillara, en zonas como la cara, el cuello o los pechos. No podía parar de reírme, sentía unas mariposillas dentro de mi cuerpo en cada gesto que hacía mi chico.

De repente se levantó de un salto y se colocó frente a los pies de la cama con las piernas un poco abiertas y los brazos sobre la cintura. Parecía un súper-héroe. Solo que sin ropa.

-Eitan… - dije sonriéndole pícaramente. Me coloqué de lado con la cabeza apoyada en mi mano mirando hacia él.

-¡Dime, preciosa damisela!

-Estas desnudo. – una milésima de segundo después se miró sus partes nobles y corrió a por algo que ponerse acompañado de un “¡Mierdaaaa!”. A carcajadas me quedé enredada entre las sábanas. Me levanté, y me puse unas braguitas y una camisa blanca de Eitan que tiró anoche al suelo cuando nos desnudábamos el uno al otro. Ese pensamiento me excitó un poco. Me asomé a la ventana y miré todas esas vidas ocupadas corriendo de un lado al otro de la calle, con traje de chaqueta y maletín. Estaba sumergida en mis pensamientos cuando unas manos me rodearon la cintura desde la espalda. Me apoyé y su cabeza se colocó sobre mi hombro derecho. Le di un beso en la mejilla, y le propuse ir a desayunar. A lo que respondió alegremente.  A pesar de sus 19 años, salió corriendo invitándome a seguirle hasta la cocina. 
Así hice, ya que solo al estar con él, llevaba conmigo a la niña que fui en una lejana infancia. 

Realmente no era tan lejana, por eso me comportaba como tal. Dicen que la confianza y el amor es lo que nos hace felices. Y todo eso, más su sonrisa, me hacen feliz a mí. J




(Unos días más adelante…)

Desde el día que vi, supuestamente, a mi amigo Robe, estuve buscándole por los pasillos todas las mañanas, en los cambios de clase. En el recreo subía a las plantas superiores, pero no le encontraba. No había ni rastro de él.

Por lo que, acudí a mi media sandía. La novia es la media naranja del novio, y viceversa. Eso pasa con las parejas, aparte de los novios, los amantes, maridos y mujeres… Pero Guille es mi mejor amigo, así que él es mi media sandía, y yo soy la suya J

Los dos hicimos un plan, al que llamamos…. Misión Imposible. No se nos ocurrió otro nombre. Pero está guay. El caso es que en la tarde del viernes, nos colamos en mi universidad. Íbamos vestidos normales, y con unas maletas cada uno, para disimular. Los profesores no se dieron cuenta porque estaban liados con su trabajo, pero el conserje sí. Nos miró con cara de odio y se fue. Esperamos a que tocara un timbre a las 5:30 para que todos se fueran a la cafetería a tomarse un café, y entonces nos asomamos a la sala de profesores.

Buscamos por casilleros, mesas, estanterías, muebles, cajones… pero no encontrábamos nada. Fue entonces cuando escuché una voz susurrando por detrás de mí:

-¡¡¡¡Aquí!!!! – Guille tenía en sus manos una enorme carpeta negra. La abrió y aparecieron fotos de los alumnos de la universidad.

-Si está aquí, seguro que viene en esta carpeta. Corre. – La pusimos sobre la mesa y empezamos a buscar por el segundo curso. Pasábamos páginas rápidamente, pero unos pasos ruidosos y secos nos interrumpieron: un par de profesoras se acercaban hacia nosotros.

Nos miramos seriamente. Nuestras caras tenían las mismas expresiones: ojos como platos, cejas levantadas… miedo.

Guille cogió la pesada carpeta, se la puso bajo el brazo, me cogió del brazo y tiró de mí con fuerza, arrastrándome hacia la otra puerta. Nos apoyamos en la pared, con una respiración lo menos sonora posible, e intentando parecer estatuas. Si me pillaban, podía dar por hecho mi expulsión de aquella universidad.

Miramos hacia el frente y vimos los servicios. Corrimos hacia ellos, cuando nos vino a la cabeza una duda:

-¿En cuál? – Preguntó Guille.

-Ven – Dije dirigiéndome hacia el de chicas.

-No, no, no. De eso nada. Yo no me meto en el de chicas.

-¡Venga, hombre! ¡No hay nadie mirando!

-¿Y? Tengo reputación. Me deshonraré a mí mismo si me meto ahí dentro. Soy un hombre, Ana. – Empezó a poner voz grave, y postura de súper héroe. Levanté una ceja y le miré con cara de: ¿No me digas? Sonrió, pero tuve compasión y entré en el de los chicos. Lo que tiene que hacer una por su media sandía. ¡Hay que ver!

Nos metimos en uno de los diminutos cuartitos del WC, que medían un metro de ancho y de profundidad, pero nos las apañamos para colocar la carpeta sobre nuestras rodillas y poder respirar y ver las páginas al mismo tiempo.

En la quinta página nos detuvimos más tiempo en comparación con las otras.

-¡Mira! – La cara de nuestro amigo estaba pegada junto a muchas más, en el centro de la página. – Está muy cambiado, pero es él. Busquemos su nombre. Es el número treinta y cuatro.

Con el dedo, Guille recorrió la enorme lista que había a la derecha de las imágenes, hasta el número treinta y cuatro: Roberto Arias Ortiz.

viernes, 5 de agosto de 2011

Capítulo 33


[Treinta y uno de noviembre. Un día gris, con apariencia de lluvia, pero en ausencia de ella. Aunque parezca algo deprimente, hace buscar el calor, ya sea frente a la chimenea, bajo una enorme capa de mantas mientras ves una película, o entre los brazos de un ser querido.]



-¡Gooooooooooooooooool, gol, gol, gol, gol, gol…!- miré la hora que marcaba la radio, mientras sonreía por aquella maravillosa melodía –Goooooooooool del Madriiiiiid… - terminó de decir el locutor bajando la intensidad de su voz. Me llamaron al teléfono en ese mismo instante… miré hacia la derecha y vi como vibraba el móvil sobre el sillón del copiloto. Sería mi hermano para celebrar aquel gol de nuestro equipo. Aparté la vista del móvil y la volví hacia la carretera. Pasadas las 8 y media llegué a mi casa. Aparqué el coche y me quedé un buen rato esperando, sentado, escuchando el partido. No parecía haber ningún momento oportuno para salir del coche y entrar en el apartamento con las cosas para la cena. En un intercambio de jugadores, abrí la puerta más rápido que el viento y cogí las cosas. Corriendo, entré en la casa y puse la televisión. Fue un tiempo récord y no me perdí mucho, que era mi objetivo.

-¿Hola? –  Se oyó una voz extrañada desde arriba- ¿Hay alguien?

-Soy yo, cariño – dije intentando tranquilizarla. Ella me respondió y volvió a su rollo. Apagué la televisión olvidándome del partido, dejé la compra sobre la encimera de la cocina y subí las escaleras en busca de mi chica. Entonces la vi con una toalla sobre los hombros y el pelo ligeramente humedecido. Andaba en zapatillas de casa y con una camiseta larga y vieja sobre la ropa interior.

-Alex está con algunos amigos en casa de un chico viendo el partido, y nos han dicho que nos acerquemos si no tenemos nada que hacer.- dijo al oírme entrar - Dime si vamos seguro para prepararme o no.

Me quedé pensativo, se me acabaron las ganas de ver ningún partido, por un momento en el que podíamos estar solos… Así que me acerqué a ella en dos o tres pasos y le dije:

-Bueno, yo creo que sí tenemos algo que hacer… - le empecé a dar suaves besos por el cuello.

-¿Qué haces, loco? – dijo sonriendo y sonrojándose.

-Vamos a estar juntos, por favor. – Me puse cariñoso… - cenamos, vemos una peli… y después ya se verá  - dije con una larga sonrisa. Terminé de convencerle con un “PORFAAAAA” acompañado de un leve gesto de pucheritos. Sin parar de sonreír, me miró fijamente y, casi rozándonos la nariz, colocó sus brazos alrededor de mi cuello.
La besé, y volví a besarla cada vez más apasionado. La estreché contra mi cuerpo y le acaricié los pechos. Ella interrumpió nuestro largo beso con una frase que me despertó de aquel sueño:

-Vamos a cenar, anda… - Dijo, mordiéndose el labio.

Cenamos unos macarrones a la carbonara que nos dejó mi hermano en la nevera. Además, pedimos una pizza barbacoa.

-Oye, ¿dónde está Ana?

-En casa de una amiga. Se ha quedado a dormir porque tienen que hacer un trabajo juntas. – 

Me comentó mientras se comía el último macarrón, y yo el último trozo de pizza.

Unos minutos después nos acomodamos en el sofá, y Rebeca buscó una película. La cogí por la cintura y la atraje hacia mí, sentándola sobre mi regazo. Mientras reía, intentaba escapar. Finalmente conseguí tumbarla y sentarme sobre su ombligo. Me acerqué poco a poco, mientras enredaba mis dedos entre su pelo. Comencé a besarla dulcemente. Nos fuimos enredando cada vez más. Me apretaba contra su cuerpo. Estaba atrapado por sus suaves piernas. Le aparté el pelo y le mordí una oreja. Ella exclamó un provocativo “Shh…”

-Eitan…

-Dime… - le susurré al oído, respirando profundamente.

-¿Nos vamos arriba? – Me incorporé y le miré, sonriendo. Esta chica me provoca demasiado.

Ambos subimos las escaleras, casi corriendo, cogidos de la mano. Llegamos a mi habitación y nos tumbamos en mi cama, juguetones.

Rebeca se tumbó sobre mí, como una niña inquieta, y, esta vez, fue ella quien empezó a besarme el cuerpo. Jugábamos como cachorros. Yo le mordía, ella me mordía; nos acariciábamos el uno al otro; no parábamos de besarnos y de reír… etc.

De repente, dejamos de jugar, y nuestras sonrisas comenzaron a desvanecerse.

Fue entonces cuando el juego se convirtió en deseo, y empezamos a quitarnos la ropa mutuamente.

Intercambiamos los lugares. Yo me puse sobre ella y le besé detenidamente cada parte de su perfecto cuerpo. Ella se dejó llevar y me regaló cada encanto… Se inclinó, le pasé las manos a la espalda y le quité el sujetador despacio y sin dejar de besarla. Experimentamos nuevos besos. Nos demostramos el uno al otro cuánto nos deseábamos en todo momento. A veces, entre caricia, postura y entre beso y beso, nos decíamos susurrando: “Te quiero”.

Terminamos quedándonos totalmente desnudos. Entonces la miré y me sonrió. Supe que aquella era la señal. Me incliné hacia la mesita de noche y cogí un condón del primer cajón. Lo abrí y me lo puse mientras ella observaba sonriendo, provocativa. Tenía el pene que parecía un bate de béisbol de lo cachondo que estaba. Me dejé caer sobre ella y, mientras la besaba, la hice mía.

Noté cómo estaba dentro de ella, y cómo volvía a salir, y a entrar, salir, entrar…

Fue mejor que estar en el paraíso (L)

Ella estaba disfrutando, se notaba su cara de satisfacción y placer. Incluso oí algún que otro gemido.
Fue una noche que no olvidaré en mi vida. Una noche que deseaba que volviese a pasar. La mejor noche que pasé junto a ella, pero no la mejor que aún nos queda por pasar.