viernes, 5 de agosto de 2011

Capítulo 33


[Treinta y uno de noviembre. Un día gris, con apariencia de lluvia, pero en ausencia de ella. Aunque parezca algo deprimente, hace buscar el calor, ya sea frente a la chimenea, bajo una enorme capa de mantas mientras ves una película, o entre los brazos de un ser querido.]



-¡Gooooooooooooooooool, gol, gol, gol, gol, gol…!- miré la hora que marcaba la radio, mientras sonreía por aquella maravillosa melodía –Goooooooooool del Madriiiiiid… - terminó de decir el locutor bajando la intensidad de su voz. Me llamaron al teléfono en ese mismo instante… miré hacia la derecha y vi como vibraba el móvil sobre el sillón del copiloto. Sería mi hermano para celebrar aquel gol de nuestro equipo. Aparté la vista del móvil y la volví hacia la carretera. Pasadas las 8 y media llegué a mi casa. Aparqué el coche y me quedé un buen rato esperando, sentado, escuchando el partido. No parecía haber ningún momento oportuno para salir del coche y entrar en el apartamento con las cosas para la cena. En un intercambio de jugadores, abrí la puerta más rápido que el viento y cogí las cosas. Corriendo, entré en la casa y puse la televisión. Fue un tiempo récord y no me perdí mucho, que era mi objetivo.

-¿Hola? –  Se oyó una voz extrañada desde arriba- ¿Hay alguien?

-Soy yo, cariño – dije intentando tranquilizarla. Ella me respondió y volvió a su rollo. Apagué la televisión olvidándome del partido, dejé la compra sobre la encimera de la cocina y subí las escaleras en busca de mi chica. Entonces la vi con una toalla sobre los hombros y el pelo ligeramente humedecido. Andaba en zapatillas de casa y con una camiseta larga y vieja sobre la ropa interior.

-Alex está con algunos amigos en casa de un chico viendo el partido, y nos han dicho que nos acerquemos si no tenemos nada que hacer.- dijo al oírme entrar - Dime si vamos seguro para prepararme o no.

Me quedé pensativo, se me acabaron las ganas de ver ningún partido, por un momento en el que podíamos estar solos… Así que me acerqué a ella en dos o tres pasos y le dije:

-Bueno, yo creo que sí tenemos algo que hacer… - le empecé a dar suaves besos por el cuello.

-¿Qué haces, loco? – dijo sonriendo y sonrojándose.

-Vamos a estar juntos, por favor. – Me puse cariñoso… - cenamos, vemos una peli… y después ya se verá  - dije con una larga sonrisa. Terminé de convencerle con un “PORFAAAAA” acompañado de un leve gesto de pucheritos. Sin parar de sonreír, me miró fijamente y, casi rozándonos la nariz, colocó sus brazos alrededor de mi cuello.
La besé, y volví a besarla cada vez más apasionado. La estreché contra mi cuerpo y le acaricié los pechos. Ella interrumpió nuestro largo beso con una frase que me despertó de aquel sueño:

-Vamos a cenar, anda… - Dijo, mordiéndose el labio.

Cenamos unos macarrones a la carbonara que nos dejó mi hermano en la nevera. Además, pedimos una pizza barbacoa.

-Oye, ¿dónde está Ana?

-En casa de una amiga. Se ha quedado a dormir porque tienen que hacer un trabajo juntas. – 

Me comentó mientras se comía el último macarrón, y yo el último trozo de pizza.

Unos minutos después nos acomodamos en el sofá, y Rebeca buscó una película. La cogí por la cintura y la atraje hacia mí, sentándola sobre mi regazo. Mientras reía, intentaba escapar. Finalmente conseguí tumbarla y sentarme sobre su ombligo. Me acerqué poco a poco, mientras enredaba mis dedos entre su pelo. Comencé a besarla dulcemente. Nos fuimos enredando cada vez más. Me apretaba contra su cuerpo. Estaba atrapado por sus suaves piernas. Le aparté el pelo y le mordí una oreja. Ella exclamó un provocativo “Shh…”

-Eitan…

-Dime… - le susurré al oído, respirando profundamente.

-¿Nos vamos arriba? – Me incorporé y le miré, sonriendo. Esta chica me provoca demasiado.

Ambos subimos las escaleras, casi corriendo, cogidos de la mano. Llegamos a mi habitación y nos tumbamos en mi cama, juguetones.

Rebeca se tumbó sobre mí, como una niña inquieta, y, esta vez, fue ella quien empezó a besarme el cuerpo. Jugábamos como cachorros. Yo le mordía, ella me mordía; nos acariciábamos el uno al otro; no parábamos de besarnos y de reír… etc.

De repente, dejamos de jugar, y nuestras sonrisas comenzaron a desvanecerse.

Fue entonces cuando el juego se convirtió en deseo, y empezamos a quitarnos la ropa mutuamente.

Intercambiamos los lugares. Yo me puse sobre ella y le besé detenidamente cada parte de su perfecto cuerpo. Ella se dejó llevar y me regaló cada encanto… Se inclinó, le pasé las manos a la espalda y le quité el sujetador despacio y sin dejar de besarla. Experimentamos nuevos besos. Nos demostramos el uno al otro cuánto nos deseábamos en todo momento. A veces, entre caricia, postura y entre beso y beso, nos decíamos susurrando: “Te quiero”.

Terminamos quedándonos totalmente desnudos. Entonces la miré y me sonrió. Supe que aquella era la señal. Me incliné hacia la mesita de noche y cogí un condón del primer cajón. Lo abrí y me lo puse mientras ella observaba sonriendo, provocativa. Tenía el pene que parecía un bate de béisbol de lo cachondo que estaba. Me dejé caer sobre ella y, mientras la besaba, la hice mía.

Noté cómo estaba dentro de ella, y cómo volvía a salir, y a entrar, salir, entrar…

Fue mejor que estar en el paraíso (L)

Ella estaba disfrutando, se notaba su cara de satisfacción y placer. Incluso oí algún que otro gemido.
Fue una noche que no olvidaré en mi vida. Una noche que deseaba que volviese a pasar. La mejor noche que pasé junto a ella, pero no la mejor que aún nos queda por pasar.

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