viernes, 30 de diciembre de 2011

Capítulo 56

La claridad que entra por la ventana las mañanas de sábado. El silencio de mi habitación. El pesado cansancio sobre mis párpados. Sábanas blancas, enredada entre ellas me encontraba… pero faltaba algo en el típico cuadro del día a día.
Bostezando y abriendo poco a poco los ojos frente a los rayos de luz me di cuenta de que se había formado un hueco a mi lado. La figura de una persona carecía a mi lado. Entonces me incorporé mejor y sobre mi larga almohada, creada para ser compartida, encontré una nota amarilla, donde se podía leer:
“Buenos días :) Tenía algo de frío, y he ido a por unas mantas a la habitación de Guille… ¿me ayudas?”
Medio dormida me levanté para dirigirme a la habitación de Guille, sin saber muy bien por qué esa nota. En la puerta había pegada otra, exactamente igual que la primera, en la que ponía:
“En realidad, antes tenía que hacer pis… ¿me traes un rollo de papel, porfa? :S”
Anduve despacio hasta el cuarto de baño, sin hacer mucho ruido ya que eran las nueve de la mañana, y mis vagos amigos no se levantan normalmente hasta las 12 como muy pronto un fin de semana.
De nuevo una nota, esta vez en la tapa del W.C. Suspiré y sonreí. ¿Se está burlando de mí?:
“Eh! Has tardado mucho. Creo que voy a buscar alguna peli en la TV, no puedo dormir bien. ¿Me acompañas? (L)”
Me giré y me encontré al espejo. Lavé un poco mi cara y aproveché para cepillar mi pelo, que estaba horroroso. Después, cerré la puerta del baño con cuidado y bajé las escaleras despacio, paso por paso.
Todo estaba en silencio. Ni a los perros se oía. Al acercarme al salón pude ver dos mantas dobladas sobre el sofá, pero no encontré a mi chico. Busqué en la cocina, pero nada. Así que busqué algo que posiblemente encontraría: otra nota amarilla.
De hecho, la encontré. Pegada en la puerta del frigorífico. Esa bonita letra en cursiva me decía:
“¿Sabes qué? Mejor me vuelvo a dormir contigo, que es el lugar donde mejor puedo estar en el mundo entero… ;P”
Riéndome a lo bajito subí con paso ligero de nuevo a mi habitación. Abrí despacio mi puerta, con ansia de curiosidad pero con ganas de sorpresa. Allí estaba. Tumbado sobre mi cama, en el hueco que antes estaba vacío. Encima de una mesita situada a los pies de la cama había preparada una bandeja con dos cafés, uno solo y otro con leche; dos tostadas; varios embutidos y mantequilla. La servilleta tenía forma de corazón, no sé como lo hizo. Y otro detalle que me encantó fue mi taza y plato de mi color favorito: el verde.
-¿Qué haces? – me senté a su lado con una sonrisa de oreja a oreja
-Prepararte el desayuno – me abrazó y comenzó a besarme, suave y dulcemente. Como solo él sabes hacerlo.
-Pero…
-Me apetecía agradecerte de alguna forma… - uno frente a otro, con la mirada fija y la sonrisa inquieta. Empezaba a describirse un momento mágico -… todo lo que has hecho por mí.
-Ay, Eitan. Qué tonto eres. – Suspiré como una adolescente enamorada – Gracias. – Sonreí con toda sinceridad. Tal vez no va tan mal entre nosotros… tal vez todo comience de nuevo.
-Te quiero mucho, ¿sabes? – Se puso serio. Sus ojos entraban a través de los míos a la zona más profunda de mí. Parecía que se introducía en mi interior y  que me hacía cosquillas en el estómago, y pasaba por mi garganta, produciéndome esa fatiguita que te entra en momentos sentimentales.  Me besó suavemente, con más pasión en cada segundo que pasaba… ¿Cómo una persona podía ser tan perfecta, y también, durante tanto tiempo?


[Unas horas después, en el mismo lugar...]
-¿Cómo quieres que se lo diga? No es nada fácil…
-Ya lo sé, Alex. Pero tienes que hacerlo. Y cuanto antes mejor.
-Pero ¿por qué?
-¡Porque así podremos empezar con el tratamiento! Cuanto más tardes más tardarás en curarte. – Suspiró algo enfadado – deja de quejarte, sube y díselo.
-No puedo, Robe. ¡Es que sencillamente no me salen las palabras! Conozco a mi hermano, y le va a entrar algo.
-¡Alex! – me gritó. Mi amigo me gritó, cansado y preocupado de la situación. No dije ni una palabra más y subí las escaleras, con miedo.
Mis piernas temblaban, mi voz se debilitaba. Era un enfermo que debía admitir su cruda enfermedad. Oía mis pasos, eran demasiado fuertes, eran demasiado destacables. Con Robe tras de mí, me sentía como un prisionero vagando por los pasillos de la cárcel hacia mi nueva celda, con un enorme policía empujándome por detrás. Miedo, solo sentía miedo. Miedo por perderlo todo por ser un imbécil. Miedo por morirme pronto. Miedo por perder a mi hermano… ¿Cómo decírselo? Me imaginaba cómo podría reaccionar. Podría ponerse a llorar, gritar... podría enfadarse conmigo, odiarme por haberle ocultado algo así. O tal vez por ser tan imbécil y dejarme tanto llevar. Eso era lo que más me asustaba: que me odiase. Practicaba en mi mente mil maneras de expresarme. Pero nada, ninguna podía justificar mi horrible error. No sabía qué decir. Lo diría como saliera, pero sabía que no sería suficiente para evitarle el disgusto a Eitan.
Llamé a la puerta, pero nadie contestó. Mire a Robe, quien me indicó con un pequeño gesto que siguiera insistiendo, y a quien hice caso.
-¡Ya voy! – se escuchó la voz de mi hermano tras la puerta. – Termino de vestirme y salgo.
Esperamos en el pasillo escasos minutos más, que me parecieron eternos. Miles de pensamientos rondaban por mi cabeza, me estaba volviendo loco. Temor, nerviosismo, cansancio, tensión, malestar, culpabilidad... y de nuevo temor. Estaba a punto de irme, pues la idea de que mi hermano me odiase me corroía por dentro, pero el pomo de la puerta comenzó a girar, y se abrió un poco.
-Pasa. – Su voz sonaba un tanto alterada. Al entrar, lo vi frente al espejo, poniéndose el nudo de la corbata.
-¿A dónde vas tan arreglado?
-Voy a hablar con un amigo de mi compañero de clase, puede que me dé un trabaja a tiempo parcial.
-¿Qué amigo?
-Fran. Me avisó de que tengo que ir muy formal porque para ese tío la apariencia es exageradamente importante.
-Ahh… ¿Y tienes tiempo para hablar?
-Qué va, luego me cuentas, ¿vale?-Me dio una palmada en la nuca y cruzó la puerta y el pasillo con rapidez.
Salí de la habitación y miré a Robe. Éste aún tenía un rostro serio, y persiguió a Eitan hasta la entrada. Logró alcanzarle y le obligó a sentarse en el sofá del salón.
-¡Chaval! ¡Que llego tarde! – Hizo ademán de levantarse, pero su amigo le empujó de nuevo.
-Alex tiene que hablar contigo.
-Esta entrevista es muy importante para mí. Así ganaremos más dinero para la casa.
-¿Es eso más importante que tu propio hermano? – Esa frase hizo a Eitan pararse a pensar por un momento. Alzó la cabeza y me miró a los ojos.
-¿Qué pasa? – Aquella situación, que tanto miedo me daba, acababa de empezar. Me quedé de piedra, no tenía ni idea de qué decir.
-El otro día, cuando fui al médico, no me dijeron que tenía gripe... - Eitan cambió su rostro a una expresión de preocupación. Ya no solo porque llegaba tarde.
-¿Qué quieres decir? - La situación comenzaba a tensarse. Los tres nos mirábamos nerviosos, pero Eitan tenía la mirada clavada en mí.
-Que… no tengo un simple resfriado. Es algo diferente.
-Pero tú dijiste…
-Mentí. – Nos miraba a Robe y a mí buscando una respuesta rápida a todo, no entendía nada. – Lo oculté porque no quería preocuparos…
-¿De qué estás hablando, Alex?
-Eitan… - No paraba de pensar qué palabras usar para no ser muy duro. - … - Pero no me salía nada de nada.
-¡¿Qué?! - Mi hermano se levantó del sofá, ya desesperado por la palidez de mi rostro.
-…tengo Sida.

1 comentario:

  1. ¡DIOS! No lo puedo creer!!!! TIENE SIDA!!! POBRE!!!
    Ohh... no quiero que Alex se nos muera... por favor..!!!
    =D

    Besos,

    Cali.

    ResponderEliminar