jueves, 28 de julio de 2011

Capítulo 30

Cuando llegamos a casa, todo el mundo estaba ocupado haciendo algo. Alex, cocinando; Rebeca, preparando una ensalada; y Eitan, preparando la mesa. Lo primero que hice al llegar fue ir a mi habitación y ponerme un pañuelo. No quería asustar a nadie.

-¿Qué comeremos hoy, chef?

-Emm… - Alex estaba concentrado en la carrera de motos que veía mientras cocinaba. – Atún.

-Mmmm… con el hambre que tengo… y lo bien que huele… - Poco a poco cada uno fue terminando lo que estaba haciendo y sentándose en la mesa. Cuando el pescado estuvo listo, todos empezamos a comer.

-Ana, ¿no tienes calor con ese pañuelo? – Preguntó Eitan. Muy observador… aunque era algo evidente.

-No, ¡qué va! - Guille seguía callado y serio. Comía. No hablaba ni alzaba la vista.

-¡¡Pues yo estoy que me pondría en bolas!! – Añadió Alex.

-¿Y a qué esperas? - Los gemelos estallaron en una carcajada al oír el comentario de Bec.

-¡Venga ya, Ana! ¡No aguanto verte con eso alrededor del cuello! – El estúpido de Alex tiró de uno de los extremos del pañuelo y consiguió quitármelo. Los tres se quedaron un poco sorprendidos.

-¿Y eso? ¿Qué te ha pasado?

-Nada, no os preocupéis.

-¡Venga ya! ¡Cuéntanoslo!

-No. No pasa nada, en serio. - Miraron a Guille, quien seguía comiendo, serio. Alzó la vista.

-No tengo más hambre… no me encuentro muy bien. Me voy arriba. - Recogió su plato y se fue a su habitación. Rebeca me puso la mano en el hombro.

-Ana. Nos tienes preocupados. Puedes hacerte una herida en una pierna, en la mano, en un brazo… pero, ¿en el cuello?

-Vale, vale. Pero no os asustéis. Al salir de la universidad, dos tíos se llevaron mi cartera, mi reloj y unos pendientes.

-¡¡OMG!! – Rebeca.

-¡¡DIOS MÍO!! – Eitan.

-¡¡NO ME JODAS!! – Alex.

-He dicho tranquilidad. Estoy aquí y entera, ¿no? Pues ya está.

Después de contar lo que pasó, Rebeca me llevó a nuestra habitación para que habláramos más. Sabía que no lo había contado todo.

-Lo que me pareció extraño fue que los dos iban vestidos igual y con ropa normal. Hombre, si van a atracar supongo que llevarían un gorro o algo… pero no.

-Menos mal que estaba contigo Guille. Pero, ahora está algo raro.

-Sí. Cuando le dije cómo eran y cómo se llamaba uno de ellos, se puso agresivo… y muy serio. Dijo que les conocía. Por el instituto, pero, sinceramente, no creo que sea por eso. Ahora iré a hablar con él.

Cuando terminé de curarme la herida del cuello, llamé a su puerta. No me respondía, pero oía voces dentro. Puse la oreja.

-…estás loco…

No se oía bien. Ya que estaba ocupado, abrí un poquito la puerta, intentando hacer el menor ruido posible. Ahora oía mejor.

-Vamos a ver. Yo ya dejé claro que no quiero saber más de eso… No… Tío, ¡que es mi amiga!... Vale que no lo supieras, pero me prometiste que dejarías esa mierda… ¡Anda hombre! ¡Yo lo hice! ¡Y me va estupendamente!... Bueno, déjate de gilipolleces. Mañana me acerco a tu casa a por las cosas… Más te vale que te hayas deshecho de la Aorta.

Me quedé de piedra. No sabía qué hacer: entrar descaradamente pidiendo explicaciones, o llamar a la puerta como si no hubiera oído nada. Escogí la segunda opción.

-Entra.

-Guille… quiero hablar contigo.

-Dime, dime. Siéntate. – Me senté a su lado. Después me giré, para tenerle enfrente.-Sé que conoces al “Piki” ese. Pero, también sé que no le conociste por el instituto. – Dejó de sonreír.

-A ver… - Se puso en la misma postura que yo, mirándome de frente. Con una rodilla tumbada en la cama y otra colgando de ésta. – Le conocí porque… Mira. Cuando yo era pequeño, once años o cosa así, no era muy buen chiquillo, que digamos. Me divertía… hacer gamberradas. Pero hubo una época donde pasé de llamar a los timbres y salir corriendo, o meter bichos en los bolsos a las viejas. Yo conocí a ese chiquillo porque vivía en la calle, y me divertía robando a los niños más pequeños. De un año menos que nosotros. Les quitábamos los tazos, cartas, bolígrafos chulos, balones… Y luego, cuando cumplí los catorce, me compré una navaja. El Piki ya tenía una, y si me la compraba, significaba que ya podíamos trabajar con personas mayores. Íbamos hacia las adolescentes, indefensas, y hacia las personas mayores que ya no servían para hacer lucha libre ni nada por el estilo. Yo era… uno de ellos.

-Dios…
-Pero, tranquila. Un día, el alto que te hizo lo del cuello la cagó. Se pasó y terminó hincándole su navaja a un hombre porque no le daba lo que quería. Empezó a sangrar y sangrar. En pocos segundos, había un charco de sangre en el suelo casi igual que aquel hombre. Cogimos la navaja y salimos corriendo. Me di cuenta de que no me gustaba aquello. Habíamos herido, o probablemente matado, a un hombre, por culpa de una mierda de cartera. Sin embargo, los demás estaban contentos. Hasta le pusieron nombre a aquella navaja. La Aorta. Salió tanta sangre de ahí dentro que suponían que se la habían clavado en la aorta… Sí. Eran muy crueles. Me di cuenta de que yo no era así, y desde entonces dejó de gustarme lo que antes era mi hobby. Yo era uno de los mejores en esa pequeña pandilla. Y uno de los más mayores, también. Al cumplir los quince, les dije que no iba a seguir metido en eso. Que me olvidaran. Y eso hicieron. Se enfadaron un poco, porque sin mí no harían tantas cosas. Pero les dejé claro el porqué. Luego me vine aquí… - Un silencio bastante largo inundó la habitación. – He cambiado mucho, Ana. No sería capaz de matar a una mosca. No me parezco para nada en aquel Guille que disfrutaba empuñando un cuchillo y asustando a la gente para ganar dinero, llamando a eso “diversión”. Es algo que tengo olvidado… y algo de lo que me avergüenzo. Mañana iré a casa del Piki, y recuperaré lo que te quitó.

No respondí. No me dio tiempo, pues Eitan me llamaba desde abajo, diciendo que alguien quería hablar conmigo por teléfono. Simplemente un “lo siento, tengo que bajar” para salir de la habitación. No me esperaba nada de eso de él. Guille, el adorable. Guille, el buenazo. Guille, el amistoso. Guille, el artista. Guille, mi mejor amigo. Guille, un ladrón.

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