lunes, 10 de septiembre de 2012

Capítulo 67


-¿Ana, estás lista?
-Lista y preparada.

-¿Krash?

-Correa en mano.
-¿Collar?

-Colocado.
-¿Y...? - Mirada insinuante.

-Todo listo para que salga perfecto. - A Eitan se le iluminaron los ojos. Su momento por fin había llegado. Hoy sería su día. El día en el que podría convertirse en la persona más feliz del mundo. Solo faltaba que mi plan saliera a la perfección...

 
[Minutos después, en uno de los chiringuitos de la playa...]

-¿Cómo te va con Robe?
-Muy bien. No sabes lo feliz que soy... después de un mes sin él. Ni te lo imaginas.

-Ya os veo... parecéis estar en una película. ¡Qué chico más romántico, por dios! - Las dos reímos al unísono.
Hacía mucho tiempo que no pasaba un día con mi mejor amiga. Ana y yo nos conocíamos desde hacía años... y nuestra amistad no había cambiado. Seguíamos siendo las mismas pavas de siempre, haciendo las mismas locuras... No la cambiaría por nada del mundo.

Y aquí estamos, años después, sentadas en nuestro chiringuito favorito, comiendo kikos y tomándonos un batido de chocolate con nata enorme, decorado con una sombrillita rosa y dos cañitas verdes. Faltaba tan solo una hora para el atardecer. Desde esta parte de la playa, se reflejaba una imagen hermosa en el cielo cada día, mientras el sol se despedía para dar paso a la noche y a las estrellas. Se podría decir que es mi momento favorito del día, y más si lo paso con ella.
Krash nos acompañaba esa tarde. Maya estaba en el veterinario con guille y sus cachorros según me dijo Ana: revisión. Tumbado junto a nuestros pies, disfrutaba de la brisa fresca. Alguna que otra vez veíamos como orientaba las orejas hacia algún que otro perro que correteaba por la arena, pero gracias a Alex aprendió a controlarse y a ser, como dice César Millán, el Encantador de perros, un perro equilibrado.

-¿Qué vas a hacer esta noche, fea de la vida? - Pregunté mientras me tomaba los tres últimos kikos.

-Voy a acompañar a Guille a su estudio, está haciendo un reportaje y quiere que le ayude con las luces. - Ana sonrió de oreja a oreja.

-¿Prefieres eso a pasar un rato con tu mejor amiga? - Fingí sentirme mal y puse cara de cordero degollado, como el gato de Shrek.
En ese momento sonó mi móvil. Mi amiga se salvó por los pelos, aunque sabía que bromeaba.

El nombre de la persona más importante de mi vida decoraba la pantalla del móvil: Eitan.
-¡Hola amor!... Sí, estoy con ella en la playa... Venga, vale, te esperamos. Un beso.

-¿Y bien? - Preguntó Ana.
-Viene para acá.

-Hay que ver cómo se acompla la gente. ¡Se supone que hoy era nuestro día! - En el fondo, Ana me entendía. Sabía lo que se sentía cuando tu chico te decía que quería verte y, estaba segura de que comprendía que no le rechazaría.
Tres cuartos de hora después, apareció Eitan de la nada. Unas manos comenzaron a jugar con mi pelo, pero no me dio tiempo de asustarme: en la mirada y la sonrisa de Ana se reflejaba quién estaba detrás de mí. Tras un besito en la frente, cogió una silla y se sentó junto a nosotras. Miradas curiosas envolvieron el ambiente.

-Te echaba de menos. - Eitan se decidió y rompió el silencio. Me sonreía, con esa sonrisa encantadora que tanto me gustaba. Enseguida Ana se dio cuenta de la situación.
-Bueno, yo me voy a ir ya, Krash se muere de hambre. - Los tres miramos al can, y vimos como dormía junto a nuestros pies.

-¿Segura? - Los tres reímos. Mi excusa no había funcionado.
-Bueno, de todas formas, me voy. No me gusta estar de aguantavelas. ¡Pasáoslo bien! - Y, después de dos besos y un abrazo, cogió la correa y se alejó por la orilla, dejando suelto a Krash para que jugara entre las olas.

El sol estaba a punto de ponerse. Seguimos a Ana con la mirada, hablando de ella y la locura que le inundaba de vez en cuando, aquello que la hacía tan especial. Hasta que desapareció entre la multitud.
-¿Qué te apetece hacer? - Preguntó Eitan. Su mirada hoy era distinta. Sus ojos brillaban como nunca. Al principio creí que rompería a llorar, pero su sonrisa indicaba lo contrario. Desvió la mirada hacia la arena, por donde nuestra amiga estuvo paseando minutos antes.

Y, sin dudarlo ni un segundo, acepté su propuesta: me encantaba dar paseos por la orilla.
La playa estaba preciosa. Ya no había mucha gente en la arena, la mayoría estaba dando vueltas por el paseo marítimo, preparándose para ir a algún sitio a cenar. Algunos perros, a los que antes Krash les prestaba demasiada atención, correteaban junto a las olas, en busca de pelotas y discos voladores que les lanzaban una y otra vez.

Ya nos estábamos acercando a las rocas. El mar estaba tranquilo, aunque de vez en cuando rompía una ola junto a nosotros y nos salpicaba, pero se estaba muy bien allí.
El sol se encontraba ya en el horizonte, a falta de unos minutos para que desapareciera. Pasamos junto a las rocas, y entonces vi algo que me dejó petrificada.

A mi izquierda, en el acantilado, se podía leer una frase pintada en negro, cuyas palabras eran incluso más grandes que yo.
"Bec... Tengo algo que decirte."

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