martes, 28 de agosto de 2012

Capítulo 66


Después de mucho pensar y comparar, Ana y yo tuvimos una idea genial para el gran día. Hablé con Guille y Alex para contarles cómo iba a ser y que me ayudaran a prepararlo, y, por supuesto, que no se fuera de la lengua. Robe sería el último en enterarse: se le suelen escapar demasiados detalles.

Así que sería difícil ocultarlo. Por fin, mi mejor amigo volvía a casa. Teníamos preparada una fiesta sorpresa. Muchas pancartas decoraban la casa, todas con algún dibujo gracioso o frases tipo: "¡Bienvenido, cabroncete!", "¡Se echaban de menos tus bromas sin gracia!", "Nunca he conocido a nadie tan feo y amable como tú". Sí, a Robe le encantaría.

Faltaban pocos minutos para que llegara el anfitrión, cuando me quedé a solas con mi hermano en el salón, mientras Rebeca y Guille preparaban las últimas magdalenas de chocolate, las favoritas de Robe.

-Alex... - Mi hermnao me miró, desviando la vista de la televisión. - Gracias. Te debo una.

-No, Eitan. Soy yo quien te la debía. Y, de todas formas, me quedé corto. Aquí me tienes para cualquier capricho que se te antoje. - Puso una mueca, mientras reía. - Bueno, cualquier capricho... Sigo siendo hetero, ¿eh?

Los dos reímos mientras le daba un coginazo directo en la cara. Alex... buaf, es el mejor hermano que se puede tener. Me sentía cada vez más orgulloso: mi mejor amigo volvía a casa, por fin tenía medios para hacer lo que llevaba esperando tanto tiempo, mi hermano se recuperaba cada vez más rápido...

-¡Ya llega! - Gritó Guille desde la entrada. Por los cristales se podía ver a Ana y Robe cogidos de la mano, felices, con una sonrisa en la cara que daba gusto ver, dirigiéndose a la puerta. Nos preparamos cada uno escondido en el sitio perfecto, donde no se lo esperarían, cerramos las persianas y apagamos las luces.

Se escucharon las llaves, unas risas... y, finalmente, la puerta al cerrarse. Luego, silencio. Ana, que tampoco sabía lo que tramábamos, fue a encender la luz, pero no funcionó: se quedaron a oscuras. Solo unos finos rayos de sol que entraban por las ventanas de la entrada daban un poco de claridad. Extrañados, pasaron al salón.

-¡Maya! - La perrita blanca estaba tumbada en el sofá. Se levantó, rápido, y saludó efusivamente a Robe, tirándole al suelo. Lametones, lametones, más lametones... ¡Cualquiera diría que estaba cubierto de azúcar!

Después de muchas caricias y mimos, Ana y Robe se sentaron en el sofá.

-¿Dónde están todos? ¿Y dónde está la luz? - Por mucho que le daban al interruptor, la luz no se encendía. Todo tenía un ambiente misterioso. De repente, una sombra se asomó tras el sofá... -¡¡¡ARRG!!! - Ambos gritaron mientras se levantaron rápidamente, asustados. Una figura con la careta de la película de Scream se avalanzó sobre ellos dándole un susto que no olvidarían. Estaba Robe a punto de lanzar el primer puñetazo cuando Alex pidió clemencia.

-¡Para, para! ¡Soy yo, Alex! - Los dos se partieron de risa al ver la cara de mi hermano, asustado.

-¡Tío, qué gallina eres! - Exclamó Robe dándole un abrazo. - ¿Así te pones si te voy a pegar? ¡Nenaza!

De pronto, se encendieron unas luces suaves en cada rincón del salón. Ana se dio la vuelta, dirigiéndose a la cocina, y, por la cara que puso, supe que mis oídos estaban a punto de sufrir. Un chillido agudo inundó la casa sobresaltando a Robe y Alex. Se giraron y encontraron en la puerta de la cocina otra figura vestida con una capa negra y una guadaña en la mano. ¡La muerte!

No se me veía el rostro, pues estaba muy bien disfrazado, y realmente parecía que iba a matarles a todos y llevarles al otro mundo. Me acerqué lentamente, arrastrando la capa tras de sí. Robe parecía menos asustado, pero Ana se escondió tras él. El salón daba realmente miedo.

Estaba a tan solo un metro de distancia de mi amigo cuando... ¡Me quité rápidamente la capa y enseñé mi horrenda cara pintada como un payaso malvado! Ahí fue cuando conseguí asustarle, ya que gritó y me tiró al suelo dando un salto sobre mí. No pude evitar reírme, mis carcajadas sonaban por toda la casa.

-¡Tu querido payaso te echaba de menos! - Dije, dándole un abrazo, cuando ya se dio cuenta de quién estaba escondido tras el disfraz. Robe le tenía miedo a los payasos desde que era pequeño. ¡Qué buen amigo soy!

Seguimos hablando unos minutos, mientras me decía lo bien que me había currado el disfraz.

-¿Y lo de las luces? - Preguntó.

-Las he trucado. Algunos interruptores están desconectados, y fui yo quien encendió la luz. He estado pensando mucho para hacer que esta casa parezca tu peor pesadilla. - Me dio una palmada en el hombro. Hechaba de menos a mi amigo, mi mejor amigo, y sabía que le encantaban estas cosas. La casa del terror era el primer sitio al que entraba en los parques de atracciones, y el último, antes de irse.

De nuevo, hubo un cambio de luz. El salón quedó a oscuras, y la cocina se iluminó.

-¿Cómo has hecho eso? - Me preguntó. - ¿Tienes un interruptor en el bolsillo?

-No... encendía las luces desde los interruptores de las paredes. Y el de la cocina no estaba trucado... - A ambos se nos puso el rostro pálido. Cuando nos dimos la vuelta, Ana y Alex no estaban. Nos encontrábamos solos, él y yo, desafiados ante el miedo y la curiosidad. Dedicimos avanzar, acercarnos, entrar en la cocina...

Y de cada armario, bajo las encimeras, salieron nuestros amigos dándonos el tercer y último susto del día.

-¡Dios, chavales! ¡Cómo os lo habéis currado! En serio, ¡parecía una película de miedo! ¿Tú no sabías esta parte, Eitan? - Le miré con una sonrisa. - ¡Vaya actor! ¡Capullo, qué susto me has dado!

Entre tantas risas nos olvidamos de la última sorpresa. Cogimos a Ana y Robe y les vendamos los ojos.

-Aún queda algo. - Les condujimos al comedor, y fuera vendas.

-¡Wow! - Exclamó Ana al ver el enorme pastel de chocolate de tres pisos decorando la mesa. Se acercaron para verlo mejor.

-Bienvenido, Robe. - Leyó mi amigo. De fondo, la decoraba una imagen en una lámina de azúcar. Pero no una imagen cualquiera, sino una especial. Una imagen que le traía recuerdos, y le sacaba una sonrisa de oreja a oreja. Una foto de Ana y él sumergidos en un suave beso y un cálido abrazo.

Hoy no era un día especial solo porque volvía Robe a casa. También era su aniversario. Hacía justamente tres años que él y Ana compartían muchas cosas juntos, pasaban momentos inolvidables y disfrutaban de la compañía del otro, porque el amor que sentían era y es demasiado grande como para decir "te quiero" y que no se quede corto. Porque no podrían vivir separados. Porque este mes fue una tortura para la chica. Porque ella le ama. Porque él la ama.

Porque se lo merecían.

No hay comentarios:

Publicar un comentario