sábado, 14 de mayo de 2011

Capítulo 21

Al mirar a la izquierda, vi el despertador, que marcaba las 16:30. Hoy es sábado, un día perfecto para pasar la tarde con un amig@, pasear por la calle y contar secretitos. Es algo que no hago mucho, eso de contar secretitos no es lo mío. Sí que confío mucho en mis colegas y les cuento cualquier cosa que me inquiete. Pero también sé guardar muy bien los secretos y callarme cuando no sea necesario contar nada. Yo prefiero quedar para practicar algún deporte o hacer el loco, pero ahora, lo único que me apetece es llamar a Rebeca, y contarle todo. Cualquier cosa, lo que se me ocurra. Solo con oírla hablar me basta. Me agrada su voz, es dulce como ella misma. No puedo creer que aún me siga gustando… nunca me había pasado esto. ¿Cómo puedo estar tanto tiempo colado por una chica? Supongo que ella es mi chica… aun que yo no lo sea para ella. Tal vez debería decírselo de una vez por todas. ¿Qué puedo perder? Ella lo entenderá, nuestra amistad no cambiará por esta tontería. Pero al menos, sabrá lo que siento, y yo podré quedar tranquilo. En realidad me encantaría ver su expresión. Seguro que sus marrones ojos se agrandarían mostrando asombro. Es preciosa. La voy a llamar y quedaré con ella. No puedo decirle algo así por teléfono, eso es de cobardes.
Me incliné hacia el móvil y me quedé mirando el fondo de pantalla. No estaba seguro de hacerlo, tenía miedo. Pero justo cuando miré hacia la pared buscando alguna respuesta a mi duda, la vi. La vi a ella, apoyada en mi hombro sonriendo, con dos largas trenzas cayendo por sus hombros. Me abrazaba, me estaba abrazando con más cariño que nunca. Yo miraba a la cámara sonriente, feliz es la palabra. Dios mío tengo que llamarla. Rápidamente marqué su número.
-¿Sí?
-¡Hola!
-¡Hola, Eitan! ¿Cómo estás?
-Bien, con ganas de hablar contigo. Por eso te llamaba.
-Uff, pues no sé si podremos hablar mucho, porque tengo que hacer las maletas.
-¿Maletas? ¿A dónde vas? Y lo más importante: ¿Cuándo vuelves?
-Jajaja. Me voy de viaje con mis padres a Teruel una semana.
-Ah… ¿Cuándo?
-Mañana.
-Pues… no puedes.
-¿Qué? ¿Por qué? ¿Pasa algo?
-Sí, algo muy gordo.
-¡Dios! ¿Qué?
-Que… ¿¡Entonces a quien llamo a las 7 de la mañana!?
-Ishh… ¡A Robe!
-¡¡Claro!! Buena idea… - reí mientras me rascaba con gracia la cabeza.
-Bueno, adiós. ¡Besos!
-¡Besos! ¡Pásatelo bien!

Vaya, hombre, qué mala suerte. Mi hermano está en casa de un feo de su clase y Robe está de pesca con su padre. ¡Qué bien! Pues nada… esta tarde me aburriré basto. Y lo peor, tendré que esperar para hablar con Bec.

[Al mismo tiempo…]

Podría llamar a Becky. Ah no, se va. ¿María? No, no. Tiene hoy una boda. ¿Sandra? No. Estará estudiando, cómo no. ¡Eitan! Cogí el móvil y le llamé, no tardó nada en contestar, supongo que tendría el teléfono cerca.
-¡Eitan!
-¡Dime!
-¡Necesito tu ayuda!
-¡Me salvaste!
-¿¡Qué!?
-¡Que me aburro!
-¡Bien, entonces ya sé por qué no paramos de gritar!
-Ui… es verdad. – Nos reímos a carcajadas los dos a cada lado del teléfono. – Bueno, ¿para qué me necesitas?
-Tengo que hacer muchas cosas. Ir a hacer la compra, y no puedo con 20 bolsas. También tengo que llevar al veterinario a Krash para que lo vacunen y eso, y comprarle un collar y una caseta para ponerla en el jardín. ¿Te apuntas?
-Cuenta conmigo J - Quedamos en mi casa. Mientras Eitan llegaba me preparé un batido de plátano y fresa. Estaba realmente rico.

Cogí una chaqueta y salí a por la bici. En el camino pensé que tal vez debería pedirle consejo a Ana antes de contarle nada a Becky. 
 Llegué a los dos minutos. Lógico, vive aquí al lado. Lo primero que hicimos fue ir al Mercadona. Montamos una…
 -¿Qué tomate prefieres? – Pregunté. - ¿Orlando o Apis?
-Pues, no sé. Coge el que tú quieras.
-Pero el que lo toma es tu familia, así que tú eliges.
-Orlando.
Cogí una lata de tomate Apis. Me miró con una cara que me acojonó bastante -Vale, vale.

Seguí andando hacia delante buscando los picos, cuando escuché un “Cra, Cra, Cra, Cra, Cra, Cra…¡¡PUM…AARG!!”… Me giré y…
-¡Ana! ¡Socorro! – Eitan estaba debajo de un montón de latas de tomates. ¡Estaba como un tomate, nunca mejor dicho!
No podía respirar de tantas carcajadas. Me dolía la espalda incluso de tanto reírme. Luego me dio pena, aun que seguí riendo y le ayudé a ordenarlo todo. Faltaban pocas latas por poner, cuando un loco se estampó contra la estantería por el otro lado. Esta empezó a tambalearse. Dimos pasos atrás, asustados. Nos miramos, pusimos cara de “¡¡corre por lo que más quieras!!”, y salimos pitando del pasillo.
La estantería casi nos roza la espalda. Después del fuerte estruendo que se escuchó, nos dimos la vuelta.
Toda la estantería estaba tirada en el suelo. Los alimentos esparcidos por todos lados y tres guardias al otro lado del pasillo mirándonos con cara de mala leche. Fue entonces cuando, después de otra de nuestras miraditas, pusimos pies en polvorosa. Tiramos las bolsas antes de salir, y huimos. Eitan era más rápido que yo, por lo que le perdí la pista. Me paré en el cruce de dos calles sin saber a dónde ir, porque no localizaba a mi amigo.
Oí la voz de los guardias: -¡Por aquí, por aquí…!-  Iba a darme la vuelta para encarar a esos enormes guardaespaldas, y una mano, desde detrás, me tapó la boca, empujándome hacia ella.
-¡¡¡Shhh!!! ¡Ahora somos delincuentes, que no te vean! – Hacía tiempo que no veía a Eitan tan entusiasmado. La verdad es que esto es mejor que jugar al Escondite.
Regresamos a mi casa sin compra y cansados de tanto correr, pero aún con la adrenalina en el cuerpo.
-¡¡Ha sido genial!! ¡Esto hay que repetirlo! – Grité.
-Sí, sí… pero, la próxima vez, no en el pasillo de los tomates, ¿ok? – Eitan se tocaba la cabeza y ponía una mueca de dolor mientras sonreía recordando el momento.
-Bueno, aún son las 5 y media. Podemos hacer más cosas, y cuanto antes terminemos, más tiempo de relax tenemos.
-Pues sí. ¿Qué hay que hacer ahora? – Preguntó al mismo tiempo que se tiraba en el césped. Sus piernas quedaron estiradas y un pie sobre otro, mientras apoyaba su cabeza entre sus manos. Entonces abrí la puerta de mi cuarto, y Krash, nada más ver a Eitan, se tiró encima suya a lamerle la cara. ¡Menos mal que no pesa apenas tres kilos!
-Encargarse de la bolita peluda. – Se lo quité de encima y le ayudé a levantarse con una mano.


Fuimos a una tienda cerca de la casa de Ana. Allí le compramos a Krash un collar. Yo quería comprarle uno de pinchos, como los que tienen algunos Pastores Alemanes o estos perros grandes que dan miedo y cuyo nombre no me acuerdo, pero a Ana no le hacía mucha gracia. Al final, terminamos comprándole uno finito, sencillo, de color celeste, que le quedaba estupendamente con su pelaje negro. A continuación le compramos una pequeña casita para el jardín. Era grande para él, pero más vale prevenir que curar.
Luego vino lo peor para el pobre cachorro: las vacunas.
A Ana no le gustaba verle sufrir, pero sabía que era por su bien, así que estuvo con él en todo momento. Mientras, yo, marginado, esperaba fuera, porque el veterinario tenía muy mal carácter y no quería que entrase tanta gente (tanta gente éramos Ana y yo).


-Ha sido un largo día. – Dije una vez que cerré la puerta de su casa. Ana soltó a Krash y se fue corriendo a jugar con su hueso de goma. -Me ha encantado. Hemos tirado una estantería de un supermercado; huimos de los guardias como en Misión Imposible; hicimos de estilistas probándole collares y collares a Krash; casi nos caemos antes…
-Pues sí, la verdad es que ha sido de lo mejor. –Reímos recordando el momento. Después, Ana me invitó a un batido que hizo antes. A mí no me gustó, algo raro le hizo, pero le dije que estaba muy rico. Que mentiroso soy, yo los hago mucho mejor. Mientras tomábamos el batido y unas galletas en el porche empezamos a hablar sobre nuestros secretitos. Nos reímos mucho y nos contamos lo más embarazoso que nos había pasado y muchas cosas más:
- Ana… ¿puedo contarte un secreto?
- Claro que sí. Sabes que puedes contarme lo que quieras.
-Ok. Pero necesito que me prometas tu silencio. No se lo digas a nadie, por favor. – Ana me lo juró con el dedo meñique, eso es un buen juramento. – Verás…  llevo un tiempo rallándome por una cosa… y quería… pedirte consejo. Bueno, más que un consejo, me gustaría que me dijeras dos o tres cositas que quiero saber y que tú sabes. –Ana me miraba intentando comprenderme. En cuanto le dije la palabra clave lo comprendió todo de un tirón. No tuve que explicarle nada. Sólo respondía a sus preguntas y ella a las mías.
- Se trata de… Rebeca.- Comenzamos a hablar del tema. Ella me dijo que lo había estando sospechando. Se alegró mucho, no entendía por qué. Le pregunté si a Bec le gustaba otra persona, si le habla mucho de mí y qué le dice, etc. Ella me preguntó que por qué me gustaba, si querría algo más con ella, qué creo que piensa, etc. Me sorprendió una cosa, y es que no paraba de sonreír durante toda la conversación.
- ¿Por qué no paras de mirarme de esa forma? – dije ya un poco rayado.
- Por nada… - Sonrió y miró hacia otro lado. Oh madre mía, esta chica me está ocultando algo.
- Dímelo.
-¿El qué?
-Eso que estás pensando y no quieres decirme – me apoyé sobre mis rodillas y me quedé mirándola fijamente – Dímelo.
- Eitan… - dijo mirándome con misterio – Rebeca…- empezó a reírse. Le dije que siguiera, la curiosidad me estaba matando. – ¡Ella está loquita por ti! También le gustas, hace poco me lo dijo.
Me quedé de piedra. Ana intentó quitarme la mirada perdida haciendo gestos con la mano en el aire - ¿Eitan? – La miré y una sonrisa de oreja a oreja se dibujó en mi cara.
- ¿De verdad?
-¡Te lo juro! – Me quedé más perdiíto que nunca. ¡Ahora le quiero más! - ¿Quieres un consejo? No le digas nada. Deja que llegue el momento y le pides salir del tirón. – Dijo, aún con la sonrisa en la cara.
- Pero… ¿cómo sabré cuándo?
- Te diré tres cosas que siempre hace Becky cuando está enamorada. Primero, siempre se toca el pelo y se ríe cuando le dices algo gracioso o alguna broma. Segundo, se mira cómo va vestida por si hay algo mal cuando giras la cara o te mueves hacia otro lado. Aprovecha ese momento para remirarse. Eso a veces no lo hace, pero casi siempre. Y por último, cuando estáis cerca intenta de alguna forma tener contacto contigo, a lo mejor te abraza, a lo mejor se apoya en ti… son muestras de cariño que siempre hace.
-Joder, voy a tener que estudiármelo y todo – nos empezamos a reír. – Vaya, ¿siempre actuáis igual las chicas?
- No… pero son las cosas que más se hace. – Al ratito me fui a mi casa. Después de hablar sobre Bec estuvimos hablando de muchas más cosas, hasta que empezó a anochecer. Menos mal que está mi mejor amiga Ana para ayudarme. ¡Es un fenómeno esta chica!

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