domingo, 22 de mayo de 2011

Capítulo 23

Vestidos rosas, bicis con dibujos, peluches de conejitos… Me encontraba en una tienda donde todo era de ensueño para mi hermana. Para mí era una tortura.
Pronto será el cumpleaños de Clara y mi madre y yo fuimos a su tienda favorita. Mientras pasábamos por el pasillo de las Barbies, mi madre mencionó aquel tema del que preferiría no hablar. Me preguntó si me sentía mal por la mudanza. ¿Pues cómo quiere que esté si no? Voy a dejar de ver a mis amigos, tendré que empezar desde el principio. Estaba claro que me sentía muy mal. Pero me callé y le dije que si teníamos que irnos, pues eso haremos y punto.
Noté como le preocupaba la situación, así que decidí cambiar de tema. Le dije que era asombrosa la cantidad de tipos de Barbies que existen. La Barbie azafata, la fashion no se qué, la súper modelo, las amigas forever, la fiestera, la universitaria… bla, bla, bla. ¡Qué pijada! Me sonrió y yo me quedé más tranquilo.
Una vez las siete y cuarto marcadas en el reloj, terminé de estudiar y pensé en organizar una quedada con el grupo para decirles de una vez mi ida respecto a los próximos meses. Aún quedan dos antes de irnos y quiero aprovecharlos. ¡Al máximo!
Solo sé que voy a quedar para ir el fin de semana a surfear y a relajarme. Les diré a las chicas que vengan también. Pasaremos el día en la playa, eso me animará.
Hace tres días, de noche, oí a mis padres hablar en la cocina. Cuchicheaban sobre la mudanza. Esta vez me interesaba el tema, así que me senté al otro lado de la puerta, apoyando la espalda en ésta, mientras escuchaba la corta conversación:
-¿Te llamaron de la empresa? – Preguntó mi madre.
-Sí
-¿Y bien? ¿Cuándo?
-No están seguros. No saben si dentro de dos meses, un mes o semanas.
-Pero nos dijeron que nos llamarían para asegurárnoslo.
-Lo sé, lo sé… pero ha habido un cambio de planes.  – Mi madre calló por un momento.
-¿Y los niños? Tendrás que decirles cuándo con seguridad. Además tenemos que irnos antes para asentarnos en la casa, no querrás decírselo una semana antes.
-Ya lo sé, cariño, pero no puedo hacer nada. Lo mismo nos llaman y nos dicen que dentro de un mes, o dentro de dos semanas.  No han querido darme explicaciones.
Hubo silencio durante unos diez segundos, hasta que mi padre lo rompió.
-Entra, Roberto. – Me pilló. Entré y cerré la puerta.
-¿Cómo sabías que estaba ahí? No he hecho ningún ruido.
-Intuición.
-¿Desde cuándo estás ahí? – Preguntó ella mientras separaba una silla de la mesa para sentarse. Había estado de pie durante la conversación. Se le notaba en la cara que estaba nerviosa y preocupada.
-Desde que le preguntaste a papá si habían llamado de la empresa.
-Roberto… - Sabía que no se esperaba esto de mí.
-Lo siento, papá. Pasaba por ahí y no pude evitar parar a escuchar. Quiero saber cuándo nos vamos, para que me dé tiempo a despedirme como es debido.

Después de aquella interrupción por mi parte, mis padres no volvieron a hablar del tema. Supongo que no quieren que nos enteremos. No me fio de la empresa de mi padre, a decir verdad. Él tiene razón: en cualquier momento llaman para que nos vayamos a la semana siguiente. Y eso no puede ser, tengo que decírselo antes a los demás. No me perdonaría eso de desaparecer de repente.

Al día siguiente, a las tres y media de la tarde, me encaminé a la casa de Eitan y Alex.
-¡Anda, mira quién está aquí! – Dijo Alex al abrirme la puerta. Me invitó a entrar.
-¿Dónde está tu hermano?
-No sé, por ahí estará. ¡¡¡Eitan!!! – El grito sonó en la casa del vecino, seguro. Eitan no tardó en aparecer.
-¿Digamelón?
-¡Melón! – Contestamos Alex y yo a la vez.
-Bueno, preparad vuestras tablas, que nos vamos a hacer surf. – Dije frotándome las manos y con cara de travieso.
-¿Qué? ¿Ahora?
-¡Sí, venga! – Dijo Eitan. A continuación subió a su habitación.
-Pero…
-Pero nada – le interrumpí al otro gemelo.
No tardaron en prepararse. Los tres nos fuimos a buscar a Guille, aunque vivía un poco lejos.
-¡Eii! ¡Qué de gente!
-¿Estás preparado para una tarde de surf?
-¡Pues claro! ¡Ahora mismo estoy listo!
Después de prepararse, Guille, Eitan, Alex y yo, ah, y Maya también, fuimos a casa de las chicas. Primero recogimos a Rebeca, que estaba más cerca. Puso alguna que otra pega porque decía que tenía que estudiar, pero la convencimos. ¡Algún descanso se merece la chiquilla!
Al llegar a casa de Ana nos dimos un chasco.
-¿Que no está? – Fue su hermano el que abrió la puerta. Era un momento un poco raro. Cinco jóvenes y un perro con tablas de surf, bueno, menos el perro y Rebeca, y con una sonrisa de oreja a oreja, que, en cuanto recibieron la noticia, miraron al suelo al mismo tiempo.
-Ha ido a dar una vuelta con Krash por el caminito este de aquí al lado. Id a buscarla, no hace mucho que salió.
Fuimos todos por aquel caminito, pero no encontrábamos a Ana. En uno de los cruces, Maya se paró a mitad del camino. Nosotros seguimos adelante, menos Guille.  Nos paramos junto a ellos. Maya estaba olisqueando una planta, y, después de mirar a todos lados, echó a correr.
-¡¡Maya!! – Gritamos todos. Corría y corría, no paraba. La seguimos durante un buen trecho, hasta que la vimos junto a un perro negro. Se estaban oliendo mutuamente. ¡Krash!
Los dos perros nos condujeron hasta el lugar donde se encontraba Ana. Estaba sentada sobre una roca, leyendo un libro.
-¡Hombre, por fin te encontramos! – Al vernos a todos preparados para ir a la playa, se sorprendió un poco.
-¿Qué pasa?
-Nos vamos a la playa, y no aceptamos un “no” por respuesta.

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