martes, 17 de mayo de 2011

Capítulo 22

Espero no haberla liado. Es verdad que lo de Rebeca era un secreto… y lo de Eitan también… ¡¡Pero es que hacen muy buena pareja!! Ojalá le pida salir… Por un lado me siento culpable, porque le prometí a Rebeca que no se lo contaría a nadie, y yo siempre cumplo mis promesas. Pero esta fue una excepción. Luego lo pienso mejor y dejo de sentirme así. Bueno, dejaré de presionarles. No les hablaré del tema, les dejaré libre de hacerlo como quieran. ¡Qué guay!
Aquel día que Rebeca me presentó a Eitan, la primera vez que le tuve frente a mí, pensé: “Wow, guapo es, el chaval”. Y lo sigo pensando. La primera vez que hablé con él en el patio, aunque fueron tres palabras y media, tenía una idea sobre él muy distinta. Pensaba que era un chico timidillo, inseguro… pero ahora sé que es todo lo contrario.
De ella, en cambio, cuando la conocí, no pensaba eso. Cuando la conocí era… la niña más increíble del patio. Aún recuerdo aquel día: era el primer día, en primaria, (tendría yo unos seis años, y ella siete)y yo estaba muy nerviosa. Lo único que quería era irme con mi madre a casa. Pero no podía ser. En mi clase ninguna niña quería jugar conmigo. Todas eran unas repipis. No las soportaba. Solo un niño se acercó, el típico con gafitas que es muy listo y tiene todo el arte del mundo. Se sentó a mi lado en la clase y nos pusimos a pintar rayas de colores en un papel mientras nos decíamos cómo nos llamábamos y lo chulos que eran nuestros hermanos mayores. Cuando salimos al patio, él se fue con otros chicos, y yo me quedé sola. Me sentaba en un banco a observar los detalles. En el centro, en el tobogán, estaban las niñas de mi clase. Jugaban con sus muñecas, pero a mí no me dejaban ninguna porque decía que las podía ensuciar. Junto a ellas, los niños, quitándoles las muñecas y haciéndoles rabiar. A la izquierda, estaban los de nueve años. Los niños jugaban a los súper héroes mientras las niñas eran las prisioneras a las que tenían que salvar. Al otro lado, a la derecha, los de siete. Las niñas jugaban a hacer figuritas en una caja de arena. Estaban haciendo un castillo enorme. Los niños jugaban con los coches de carreras.
 En el bolsillo tenía guardado un espejito en forma de corazón con purpurina. Lo saqué y me miré en él. Fue entonces cuando una niña se sentó a mi lado en el banco.

-Hola – Me dijo. - ¡Qué guay tu espejo! ¿Me lo prestas?

Pensé que era otra de esas niñas tontas que me quitaría mi espejo, así que no me lo pensé dos veces.

-No.

-Ahh, vale.  – Dijo triste.

Me giré y me di cuenta de que no era una niña de mi clase. No era una de esas repipis.

-Bueno, vale.

Se lo dejé y, tras una sonrisa y  mirarse en él, me lo devolvió.

-Me gusta. ¿Quieres jugar?

Esa pregunta me impresionó bastante. Por fin alguien quería jugar conmigo. Cogimos un cubo y una pala y nos pusimos en el rinconcito de la caja de arena. Empezamos a hacer figuritas en la arena. Nos contábamos nuestras vidas. Ella me explicó que se aburría jugando con las niñas de su clase, porque no las conocía bien, y no tenía confianza. Conmigo, al principio, tampoco tenía confianza, pero la fue cogiendo a medida que hablábamos.

En resumen: fue la única niña que se acercó a mí y quiso jugar conmigo.

Desde entonces jugábamos juntas en los recreos. Nuestras madres se conocieron y quedaban muchas veces para tomarse un café, mientras nosotras jugábamos.
No nos separamos desde entonces.

Ahora, sé que Eitan es algo por el estilo. Un chico que si te ve sola, se acerca a ti para jugar. 
Esa es una de las razones por las que creo que están hechos el uno para el otro.

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